Paolo Sorrentino.

La primera incursión en la novela Paolo Sorrentino se titula Todos tienen razón. El director italiano de la aclamada película 'Il divo' narra la historia de Tony Pagoda, un cantante melódico con mucho pasado a cuestas. El suyo ha sido el escenario de una Italia florida y desquiciadamente feliz. Ha tenido talento, dinero, mujeres. Y además ha conocido a personajes extraordinarios y miserables. Y ahora es como si una desenfrenada sabiduría se liberara de él. Tiene palabras para todo el mundo y revela cuál es la sustancia de los hombres. Cuando la vida empieza a complicarse, Pagoda hace una breve gira por Brasil y decide quedarse allí. Pero la cosa no ha terminado. Tras dieciocho años de exilio alguien está dispuesto a firmarle un cheque estratosférico para que regrese a Italia. Una ópera prima literaria que ha hecho evocar los nombres de Gadda y de Céline.




LECCIÓN NÚMERO UNO SOBRE LA SEDUCCIÓN



El ritmo



Me dirijo a vosotros, a los que, como yo, nunca habéis sido guapísimos. A los que, en fin, no suele ocurriros que pase una a vuestro lado y se muera ya por vuestros huesos; a lo mejor ni siquiera se da cuenta de vuestra presencia: resulta patente, sólo existe un arma en vuestro equipaje, pero se trata de un arma poderosa y desmesurada y con la que podéis mover montañas: la palabra.





Los guapos y los guapísimos pueden saltarse de un brinco esta lección, no nos interesáis, pero nada de envidias, ¿vale? Porque ya sabéis cómo son las cosas, guapísimos, vosotros os ponéis ahí y las tías vienen, no tenéis que hacer nada de nada, os regodeáis y os alimentáis únicamente con vuestro ser guapos. Vale, sí, tenéis vuestras facciones bien colocadas, sin tener la necesidad de desarrollar otras dotes, ¿y qué es lo que os pasa? Lo que os pasa es que, para todo lo demás, sois insignificantes e indiferentes, no tenéis sentido del humor porque no lo habéis necesitado para la vida, no os estrujáis el cerebro para el sentido de la conquista y eso hace de vosotros personillas áridas y silenciosas. La única elevación del pensamiento que sois capaces de organizar es esa chorrada de la mirada que se finge tenebrosa. Sois patéticos y me hacéis llorar, o reír, no lo sé. No nos interesáis. ¿Tenebrosa, a santo de qué? Qué capullos.



Hay excepciones, eso tengo que decirlo dado que estoy, momentáneamente, dedicándome al ensayo. Es el caso de mi maestro Mimmo Repetto, que nunca se durmió en los laureles de su extraordinaria belleza y desarrolló con plenitud encanto y seducción, ingeniosas máximas y fantásticas canciones. Es un hombre que ha sufrido, Mimmo, y su belleza se queda en un segundo plano. Pero es una excepción.





Volvamos a lo nuestro.



No se trata de que sea suficiente hablar bien.



Fijaos en un profesor universitario, un tipo de esa ralea sabe proferir, cómo no, charla en apnea, sin botellas, como en una cadena de San Antonio que tuviera en la mano él solo; en fin, que nunca pasa la pelota, como los hijos únicos cuando juegan al fútbol. Pero lo que pasa es que, al llegar al segundo capítulo de su conversación, la mujer, en el otro lado, por muy interesada que esté, os aseguro que no sabe si elegir entre morirse de angustia o de aburrimiento. Le entran calambres en las piernas, las mueve presa de convulsiones epilépticas, como cuando estás encajado en la butaca del cine y dan una película de mierda. Y, en ese momento, podéis estar tranquilos, inteligentuchos, esa mujer tiene un único pensamiento, y es el siguiente: saber qué hora es. Le gustaría echarle un vistazo a su reloj, pero le parece feo. Entonces mira vuestro reloj, pero desde esa perspectiva la esfera aparece boca abajo respecto a ella, de manera que no resulta fácil percibir qué hora es; y yo lo sé, vosotros estáis ahí, embalsamados y contentos, creyendo que está estudiándoos las manos, oyendo en lontananza las promesas de caricias; pensáis que dentro de poco os dirá que las tenéis hermosas y largas, manos ahusadas, sabias y velludas. Esto es lo que os creéis que está a punto de deciros y ella, en cambio, enervada y torturada por esa vocecita vuestra, lenta y patética, a ratos cavernosa, a ratos de marica, en fin, que ella ya no puede más y se arma de valor y os pregunta:



"Perdona, ¿me podrías decir qué hora es?"



Eso es lo que os pregunta. Vosotros no lo admitiréis nunca, porque sois unos maricas de espíritu, inteligentuchos, pero es así.



En fin, dicho sea todo esto para explicaros varias cosas, lo primero de todo es que no nos interesan ni los guapos ni esos pensadores de tercera división, segunda regional. ¿Qué nos queda? Algunas cosas y algunas oportunidades.



Dicho sea para empezar: es mejor soltar la chorrada más grande del milenio que penar en el tópico. Todo lo que resulta tópico no debe ser dicho. Parece una banalidad, pero no lo es, dado que cuando nos gusta alguna la emoción viaja hasta altas cotas, y cuando la emoción se comporta así, lo que ocurre es que el cerebro sólo es capaz de elaborar frases hechas. Ycuanto más derroche de frases hechas, más negativamente os juzgáis, más os cortáis, más os deprimís, más perseguís la docilidad, más captáis el fracaso, más justificáis de mala fe vuestra necesidad, falsa, de una vida solidaria. No. Prohibíos a vosotros mismos esta espiral. No. Ahora no hay que aflojar. Hay que trabajar sobre esto, es necesario entregarse. A un ritmo rápido, como los esclavos. Tenemos que ser caucho. Flexibles. Ytenaces, como lo somos todos los fracasados del mundo.



Solo el guaperas puede permitirse decir:



"Es bonito este restaurante."



Tú tendrás que decir:



"Este lugar que he elegido está bien para los gitanos."



"¿Qué quieres decir?", responde ella con ligero estupor.



El estupor sienta bien, la preocupación por no haber entendido algo no sirve de nada simplemente porque ella nunca va a pensar que no lo ha entendido; ante esta perspectiva siempre antepondrá otra: que sois vosotros los que no sabéis qué estáis diciendo.



"Significa que tú y yo somos libres como los gitanos; de todas maneras, gracias a Dios yo tengo casa, aparte de la roulotte."



Esto tenéis que decirlo en un tono bajo, no como si fuera la ocurrencia del siglo. Ella todavía estará algo aturdida, no sabe aún qué pescado tomar y ya tiene un objetivo: entender qué pescado debería tomar con vosotros y, a lo mejor, sonreirá. Pero inmediatamente después, rápido como el puma, hay que cambiar de registro. El verdadero secreto consiste en no dejarle tiempo de pensar largo rato. Porque nosotros no somos guapos y si la dejamos sola, pensando, ella llegará en un dos por tres a la conclusión de que no quiere estar con vosotros.



Por regla general, vuestra ella sale de casa con la clara convicción de que no va a pasar nada; aunque inicialmente le gustéis, ella siempre piensa que no va a suceder nada de nada. Corre por vuestra cuenta derribar ese muro, corre por vuestra cuenta cambiar el rumbo de su decisión vieja y preconcebida. En lo concerniente a las relaciones amorosas me parece entender que, de base, las mujeres tienen una pereza interior. Un imperativo que les aletea eternamente en el cerebro y que es algo así como: "No, no quiero, ahora no, no, gracias." Madres aprensivas las han entrenado igual que a atletas olímpicas en complejas formas de rechazo. Han colonizado los cerebros de las chicas porque nos odian a nosotros, hombres externos, depredadores estrepitosos del sexo atrevido.



Será, al principio, una negación constante. Un no que se transformará en un sí mondo y lirondo y una boca semiabierta, pendiente de vuestra siguiente ocurrencia. Siempre, claro está, que me escuchéis.



Porque nosotros tenemos que vencer a las madres. Lo que no es moco de pavo. Las madres molestan, hasta el final, hasta la muerte de sus hijas. Tenemos que derrotar ese afecto aparentemente desinteresado de esas mujeres graníticas hechas de hierro forjado. Tenemos que darles otro punto de vista sobre la vida, otra perspectiva con la que contar, cada bendita vez que sea necesario. Hacer que se asomen al mundo, como si éste lo hubiéramos inventado nosotros. El farol es el motor de nuestra seducción. Pero un farol con sabor a verosimilitud. Nada de Grendizer de las pelotas ni de Los Cuatro Fantásticos. [...]