Letras

Las reliquias literarias encuentran refugio en la red

Llega a Madrid la XXIII Feria de Otoño del Libro Viejo y Antiguo

3 octubre, 2011 02:00

La crisis pega fuerte en el sector editorial, y el libro viejo no es una excepción. Pero siempre queda gente que, o bien no la padece tanto, o bien contradice la pirámide de Maslow de las necesidades humanas, prefiriendo los libros al pan. En el madrileño Paseo de Recoletos se ve mucha menos gente en la XXIII Feria de Otoño del Libro Viejo y Antiguo que hace diez años, asegura el librero Fernando Contreras, pero se capea el temporal como se puede.

Muchos oyen el nombre de la feria y se echan para atrás, pensando que en ella sólo hay reliquias de precios prohibitivos, y es cierto que las hay. Un tratado de astronomía del siglo XVIII, "la época de mayor esplendor de la imprenta", puede costar unos 2.000 euros. Pero no hace falta empezar por ahí. "Acabo de vender un libro sobre Ciudad Real del siglo XIX por 100 euros. Cualquiera que esté interesado por esa ciudad puede gastárselo, no es un precio desorbitado", afirma Contreras.

Estos son sólo dos ejemplos del amplio espectro de libros que caben en los sacos "viejo" y "antiguo", que dejan de ser meros adjetivos para convertirse en categorías perfectamente delimitadas. La primera comprende los libros que tienen entre 30 y 100 años, mientras que en la segunda se incluyen los que sobrepasan esa antigüedad, aunque Contreras matiza esta división: "En realidad, antiguos son de 1820 hacia atrás. Tras su vuelta a España con los Cien mil Hijos de San Luis, Fernando VII impone una represión feroz de la prensa y se cierran muchos periódicos e imprentas, acabando con el esplendor de la imprenta del siglo XVIII. Los del XIX también se consideran antiguos pero, quitando excepciones, se edita bastante peor".

Para todos los perfiles y bolsillos

Buena parte de los 43 libreros venidos a la feria procedentes de toda España coinciden en la variedad de perfiles de sus clientes: curiosos que compran algo de forma puntual porque les llama la atención; estudiosos especializados en un tema, caso de Pedro J. Ramírez y su conocida obsesión por la Revolución Francesa y la figura de Napoleón; o coleccionistas de fino olfato, entre los que se encuentran políticos como Enrique Múgica, Federico Trillo y José Bono, y cantautores como Joaquín Sabina.

Además, en esta feria conviven dos ligas. La primera división la componen, efectivamente, esos majestuosos volúmenes de encuadernación exquisita -cubiertas historiadas, cantos jaspeados, grabados, láminas-, vetustas rarezas de letra gótica e incluso manuscritos. Estos ejemplares "galácticos" se acumulan en las estanterías a espaldas del librero, que los conoce a todos por su nombre y en verdes praderas les hace recostar.

La liga menor -necesaria para subsistir- se libra en el mostrador, donde la oferta de gangas es inabarcable. Asegura Contreras que en Buenos Aires, en tiempos del corralito, las librerías de viejo estaban llenas de compradores. "Aquí la gente parece no saber que pueden encontrar libros prácticamente nuevos a precios tirados. Mira, King Kong, un clásico, tres euros".

Y no sólo hay clásicos en el repertorio del mostrador. Hay libros editados en 2011, comprados y revendidos sin ser leídos siquiera, pero que al ser de segunda mano ven reducido su precio a la mitad. Contreras insiste: "Los jóvenes sí que leen, pero compran en la Fnac. Si vinieran aquí se ahorrarían mucho dinero".

Juan Molina es presidente de LIBRIS, la asociación organizadora de la Feria de Otoño del Libro Viejo y Antiguo, y dueño de la Librería Vitorio de Madrid. Apunta en la misma dirección que su colega y se lamenta de que no haya un relevo generacional entre los amantes de las antigüedades literarias: "Antes los padres enseñaban a sus hijos a apreciar y completar las colecciones que ellos habían creado, pero ahora hay un distanciamiento generacional y la clientela no se renueva".

Internet al rescate

En estas condiciones, mantener la librería física es una heroicidad, sobre todo en una ciudad como Madrid. "Tienes que pagar el alquiler y los impuestos, y la gente ya no viene tanto", se queja Contreras. En ese sentido, la unión de Internet y el libro antiguo ha resultado ser fructífera. Ha supuesto para muchos libreros un cambio en el modelo de negocio y, dicho sea de paso, un aumento considerable de las ventas, principalmente a través de iberlibro.com. "Aunque Internet da mucho trabajo, si lo atiendes bien, funciona. Te pueden pedir un libro desde cualquier sitio. El último pedido ha sido un envío a Washington de las obras completas de Nietzsche en español".

No obstante, el mayor problema de este cambio es la logística. "No somos competitivos en el precio de los envíos, sobre todo al extranjero. El otro día me rechazaron un pedido a Japón. El paquete se pasaba del kilo, los gastos eran 38 euros de envío y el japonés me lo rechazó. En ese tema España está atrasada. Todavía se paga contra reembolso, que les sale más caro tanto al cliente como al librero".

Otros libreros, en cambio, no quieren saber nada de Internet mientras no sea estrictamente necesario. "Si quisiera estar ocho horas al día delante del ordenador habría opositado para la banca", bromea Iñaki Ortubay, de la librería vitoriana El Cafetal.

Al margen de la red, la Feria del Libro Viejo y Antiguo conserva su función primigenia, según Molina: "Aquí la gente viene, curiosea, palpa los libros, descubre cosas nuevas. Eso es lo bonito de la feria". De eso se trata al fin y al cabo, de acercar la montaña a Mahoma.