Guadalupe Nettel. Foto: Gastón García
Se crió en los locos años 70, en plena era del matrimonio abierto, las comunas hippyes y la liberación sexual. Y eso, unido a que nació "con un lunar blanco, o lo que otros llaman una mancha de nacimiento, sobre la córnea de mi ojo derecho", la definitoria frase con la que arranca su último libro, imprimen carácter al más pintado. Guadalupe Nettel (México D. F., 1973) se sintió diferente desde siempre a causa de la peculiaridad de su mirada, y ese defecto físico, hoy subsanado, hizo que sus cinco sentidos se desarrollaran hasta extremos insospechados, convirtiéndola en una niña sensible, curiosa, intuitiva y observadora, dueña de un imaginario tremendamente personal. Ha navegado entre los cuentos (Juegos de artificio, Les jours fossiles, Pétalos y otras historias incómodas), la novela (El huésped) y el ensayo (Para entender a Julio Cortázar), pero fue la llegada de la maternidad y el hecho de que una revista le encargara un artículo sobre las autobiografías precoces lo que hicieron que se atreviera justamente con ese nuevo género, el de la autobiografía. "Fue inevitable (comenta la autora), aunque en ese momento yo estaba metida en una novela. Desde que fui madre, hace dos años y medio, los recuerdos de mi infancia me venían a la cabeza de modo recurrente, y al estar escribiendo sobre las autobiografías decidí que tenía que volcar todo eso al papel y me puse a ello, abandonando mi novela. En un año ya tenía el libro acabado, porque fue muy intenso y lo escribí de un tirón". En El cuerpo en que nací (Anagrama) Nettel traza una crónica sobre ese arrebatado momento de nuestra historia más reciente, recurriendo a la figura de una psicoanalista, neutra e invisible, como escudo protector ante semejante desnudo interior. Aquí no cuentan el pudor ni el sentimentalismo, sino que se trata de un descarnado rosario de recuerdos que se encadenan, dibujando una infancia y una adolescencia peculiares y, a través de ellas, el retrato de toda una generación. La autora escribe desde la ironía y el sarcasmo, "porque veo imposible hacerlo de otra forma. Hablar de uno mismo tomándose demasiado en serio puede convertir la propia historia en un auténtico plomazo- puntualiza-. También he intentado no hacerlo desde el resentimiento y rechazando cualquier tono acusatorio", aunque a decir verdad no siempre ha salido victoriosa de dicha empresa. "Tampoco se trata de una catarsis, aquí no valen las venganzas ni los reproches -continúa Nettel-, pero después de lo vivido, sí estoy plenamente convencida de que cuando una pareja decide tener hijos debe procurarles a estos un universo sólido y estanco, preservando a toda costa su equilibrio sin interferencias perturbadoras. Siempre se ha dicho que mi generación se ha vuelto conservadora a causa de los estragos del SIDA pero no creo que haya sido por eso. Simplemente la evidencia de que la inestabilidad de la pareja descentra a los hijos ha sido suficiente para un cambio de comportamientos y de valores, que nos ha vuelto más clásicos”. El caso es que se trata de una obra palpitante y llena de emoción y de veracidad, como sólo la propia vida contada por uno mismo puede resultar “porque la literatura escrita desde el corazón llega a los demás de forma inmediata, resonando en su interior (afirma Nettel). Descubrí la literatura siendo una niña y he comprobado después que en etapas de desconcierto y depresión los buenos libros pueden llegar a convertirse en mejores amigos, en confidentes fieles que te acompañan como si te dijeran ¡Oye! Estoy aquí, sé lo que estás pasando. Y quiero que mis libros hablen en ese tono y que acompañen a los que se identifiquen con ellos. Eso es lo que me motiva a ser escritora.” Después de este libro introspectivo y auténtico Nettel ha regresado a la novela que interrumpió, retomándola en el punto que la dejó. Se trata de una historia de amor situada en París, la ciudad en la que vivió y en la que se doctoró en Ciencias del Lenguaje, contada en primera persona por los dos protagonistas y en la que Nettel vuelve a poner el reflector en la cara oculta de los personajes, en aquellas facetas de su personalidad que intentan esconder y que, según ella, son en realidad las que hacen bellos a los seres humanos porque los convierten en seres únicos.
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