Cabaña de Gustav Mahler en Dobbiaco, Italia. Foto: Eduardo Outeiro

Huir del molto vivace de la urbe y refugiarse en el tempo sosegado de la naturaleza. El sueño secreto de los ejecutivos agresivos es y ha sido también el modus operandi de pensadores y creadores célebres, que plantaron su escritorio en un pequeño cubículo perdido en medio de ninguna parte. Un acto de higiene mental, una poda de lo superfluo necesaria para encarar una nueva página en blanco. Dicen que el primero fue Henry David Thoreau (1817-1862), considerado como uno de los padres de la literatura norteamericana y ecologista pionero. Su retiro en los bosques de Walden Pond (Massachusetts) duró dos años y de aquello nació Walden, su obra más conocida junto a La desobediencia civil.



Además del caso de Thoreau, el Centro José Guerrero de Granada reúne en Cabañas para pensar los casos de los filósofos Ludwig Wittgenstein y Martin Heidegger, los compositores Edvard Grieg y Gustav Mahler, el dramaturgo August Strindberg, los escritores Knut Hamsun, George Bernard Shaw y Virginia Woolf, el poeta Dylan Thomas, el cineasta Derek Jarman, y, por último, el explorador y escritor Thomas Edward Lawrence, más conocido como Lawrence de Arabia. La muestra, abierta al público hasta el 22 de enero, se compone de un conjunto de fotografías realizadas en los lugares en los que están emplazadas estas construcciones, además de sus planos arquitectónicos, maquetas y documentación diversa.



Cabañas para pensar muestra este aislamiento obligado como un deseo de retorno a lo esencial y, a la vez, como un cambio de rumbo en el pensamiento que de lugar a una nueva etapa creadora. Una fusión entre intelecto y naturaleza que Heidegger describió así: "La elaboración de cada pensamiento no puede ser sino ardua y severa. El esfuerzo por acuñar las palabras se parece a la resistencia de los enhiestos abetos contra la tormenta".