Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) no era un escritor desconocido para Anagrama, que ya publicó su novela A quien corresponda (2008). Los Living es una obra ambiciosa, instalada en el humor negro, que describe, a un tiempo, las aventuras seudopicarescas del protagonista, el telón de fondo de una Argentina convulsa, una crítica esperpéntica del arte conceptual, una reflexión sobre el significado de la vida y, en especial, de la muerte y no resulta ajena a algunas connotaciones políticas.
Para organizar este abigarrado conjunto el autor se sirve de una suma de microrelatos o cuentos, trabados argumentalmente en lo que vendría a ser la descripción de la existencia de un personaje desde su concepción hasta el éxito de un proyecto cuyos propósitos estéticos el lector podrá seguir a través del diálogo, intercalado en cursiva, entre Pitu Carpanta (un artista fracasado), Nito (el reflexivo protagonista) y Titina (su primer escarceo sexual). Sin embargo, los protagonistas son los muertos que han de seguir permaneciendo junto a los vivos para no traicionar la memoria. Los “living” son cadáveres embalsamados que aparecen primero en plazas y calles de Buenos Aires (un acto artístico) y que Carpanta, en el eje de los medios de comunicación y publicidad, llegará a convertir en proyecto de interés nacional, porque los argentinos podrán convivir no sólo con los recuerdos de sus familiares, sino con sus cuerpos embalsamados y presentes.
Este proceso conduce en las páginas finales a un disparate casi surrealista, pero, tras su humor negro puede advertirse su carga simbólica y algunos rasgos sentimentales. La fábula misma resulta otro símbolo que parte de la concepción del protagonista: “A mí me gusta imaginar que el polvo que me hizo fue puro tedio, dedicación, trabajo productivo, pero mamá siempre dijo lo contrario: que, después de tanto elaborarme, terminé naciendo de chiripa” (p. 53).
La fecha de su nacimiento coincidirá con la muerte de Perón, otro símbolo. Y en su adolescencia tratará de descubrir las causas de una ausencia, la de su padre. Su madre le reitera que falleció en un accidente, pero Titina le hace suponer que pudo ser un “desaparecido” hasta que descubre al hombre que le atropelló y de aquel encuentro nacerá la idea de predecir la muerte, como venganza.
Caparrós va desgranando las historias de cada uno de los personajes que coinciden en la existencia del protagonista, desde la escuela, con la señorita Alicia, a la que expulsan por su culpa, en plena guerra de las Malvinas, al abuelo Bernardo. En paralelo al crecimiento del aún niño: “los grandes sólo hablaban de dos cosas: que íbamos a ganar el Mundial de Italia y que el país se iba a la mierda”, lo que le habrá de permitirle una amplia consideración escatológica. Eficaz en los diálogos, Caparrós acierta aún más en las frases lapidarias, que salpican un texto escrito con abundantes dialectalismos argentinos y que en la zona en la que alude al arte o a la argentinidad, se perciben los ecos de Julio Cortázar.
También se sirve de sueños y de una imaginación que se confunde con el texto narrativo. Desde la aparición del pastor brasileño Trafálgar, cuyos antecedentes nos relata, la novela se convierte en un proyecto presidido por la muerte. El pastor entiende que Nito posee, ya en la juventud, un considerable vozarrón y una oratoria persuasiva que ha de servirle para ir, de casa en casa, anunciando toda suerte de muertes futuras. Después, el pastor acude a reclutar al aterrorizado y se monta así un negocio que acabará tras las denuncias de la Iglesia Católica.
Caparrós se sirve de una narración fluida y la diversidad de personajes e historias, salpicadas de humor, permiten una lectura fácil, aunque reiterativa en ocasiones. Pretende conseguir una obra mayor y definitiva. Le sobra, tal vez, ambición y algunas páginas, aunque se trate de una novela considerable.