José Antonio Muñoz Rojas. Foto: Begoña Rivas.
Al morir José Antonio Muñoz Rojas (Antequera 1909), a pocos días de cumplir un siglo, en septiembre de 2009, dejó una obra poética emanada de la naturaleza y lo cotidiano. En esos dos espacios arraigaron y crecieron sus versos. En sus casi cien años de vida trazó un itinerario literario que atravesó diversas generaciones. Encuadrado en la del 36, junto con, entre otros, Luis Rosales, Leopoldo Panero y Luis Felipe Vivanco, el poeta malagueño mantuvo también una estrecha cercanía con miembros de la del 27, en particular con Vicente Aleixandre (la copiosa correspondencia entre ambos lo atestigua). Ese devenir no se agota, sin embargo, con su muerte. Su voz diáfana sigue teniendo sus valedores. No pocos. El Congreso Internacional dedicado a su figura, que ha organizado la Universidad San Pablo CEU en colaboración con la Fundación Xavier Zubiri, es buena prueba de la pervivencia de ese afecto y respeto.Las jornadas arrancan el lunes por la mañana (10.45 horas) con la conferencia inaugural José Antonio Muñoz y el campo, de Gonzalo Anes, director de la Real Academia de la Historia. A lo largo de todo ese día, y el martes también, diversas mesas redondas, lecturas de sus poemas (por Luis Alberto de Cuenca y Alicia Mariño) y otras ponencias individuales glosarán las diversas facetas en las que se desenvolvió el escritor. Por ejemplo, Alison Sinclair, de la Universidad de Cambridge, recordará su paso por la prestigiosa universidad británica, donde ejerció como lector desde septiembre de 1936.
Allí profundizó en la poesía de órbita anglosajona, lo que le convirtió, a través de sus traducciones, en uno sus principales introductores. "Fue uno de los primeros en traducir a T. S. Elliot en España", explica Álvaro García, reciente ganador del Premio Loewe de Poesía por Canción en blanco. El también poeta malagueño diseccionará su crucial labor como traductor: "Al que sí tradujo primero, seguro, fue a Gerard Manley Hopkins. Según Dámaso Alonso, sus versiones de este autor eran 'insuperables'. En su libro Hijos de la ira ejercieron una gran influencia". En esa época, apenas terminada la guerra, eran pocos los autores que se defendían con el inglés, así que ese trabajo (agrupado por el mismo Álvaro García en el volumen Pararnos y mirar) tuvo una fuerte incidencia en otros poetas como "Alfonso Canales y María Victoria Atencia, aparte del propio Dámaso Alonso". Un buen ejemplo de cómo un autor puede influir en otros no directamente con su propia obra.
Dice Álvaro García que con ochenta y noventa y pico años, poco antes de morir, "Muñoz Rojas era el poeta más joven del país". A él le interesan mucho sus composiciones de vejez, "su visión compleja del mundo que se traducía, por el contrario, en un lenguaje apegado a lo cotidiano, y cómo entablaba dentro del poema diálogos metapoéticos en los que daba cuenta de sus dudas acerca de lo que iba escribiendo". En esa última etapa de su producción literaria fue clave el encuentro del poeta con Manuel Borrás, que a través de la editorial Pre-Textos devolvió a Muñoz Rojas a la primera línea de la literatura nacional. En el congreso del CEU intervendrá en un encuentro destinado a debatir sobre los altibajos que experimentó el reconocimiento brindado en España al poeta. "Nos conocimos en el 92, por mediación Fernando Ortiz, y pronto me gané su confianza", comenta Borrás. No era fácil porque el autor de Objetos perdidos era muy celoso de sus escritos: no concebía la publicación de ellos si no sentía una vinculación afectiva e intelectual con su editor.
Tras la reedición en 1976 de Las cosas del campo (el original salió a principios de los 50), Muñoz Rojas se alejó del mundo editorial. Decidió enrocarse y no publicar. Hasta que recibió la visita de Borrás en su casa de la calle Espalter de Madrid, "con unas vistas maravillosas al Jardín Botánico". Ese mismo día el editor salió de allí con el mecanoescrito de Amigos y maestros, que, tras una serie de conversaciones y un proceso gradual de acercamiento entre ambos, salió a la luz en el 94. Esa serie de semblanzas de sus seres queridos y admirados, en donde confesaba sus múltiples influencias, fue el comienzo de una larga colaboración. La editorial valenciana le público más de una decena de libros (Entre otros olvidos, Cantos a Rosa...), incluida una nueva reedición de su poemario más emblemático, Las cosas del campo, su canto a la vida sencilla y rural. "Mis amigos me decían que estaba loco, y que me iba a estrellar, pero luego ha sido el libro de él que más hemos vendido, del que más reediciones hemos sacado".
"La obra de Muñoz Rojas no está datada. Fue un clásico en vida y lo seguirá siendo", remacha Manuel Borrás.
Yo no sé desear más que la vida
Yo no sé desear más que la vida,
porque entre las victorias de la muerte
nunca tendrás la grande de tenerte
como una de las suyas merecida
y porque más que a venda y más que a herida
está mi carne viva con quererte,
e igual mi corazón que un peso inerte,
halla su gravedad en tu medida.
¡Qué temblor no tenerlo en ningún lado,
ni en el pecho, la vena o la palabra,
y a lo mejor en valle, fuente o roca!
¡Corazón prisionero y emigrado,
que con cada latido el hierro labra,
y que convierte en sueño cuanto toca!