José Ramón Fernández

EugenioCanoEditor, 2011. 137 páginas. 19 euros

José Ramón Fernández (Madrid, 1962) es conocido sobre todo por sus actividades teatrales, como autor de numerosas obras y de diversas adaptaciones, y cuenta en este ámbito con varios premios de prestigio. Podemos casi considerarlo un novel en el mundo del relato. Pero ojalá todos los noveles se enfrentasen a la narración de una historia tan bien pertrechados como este autor, porque Un dedo con un anillo de cuero -título que es acaso lo único desafortunado- reúne con indiscutible calidad algunos de los mejores ingredientes de la novela negra, aunque eliminando la omnipresencia de un investigador individual empeñado en descubrir la verdad e inmune a cualquier clase de corrupción. Aquí hay sólo unos cuantos tipos, algunos con apodos casi esperpénticos -el Fachendoso, el Criminal, Pepe el Mierda, el Bruto, Bujadin-, en un marco geográfico indeterminado, correspondiente a una ciudad provinciana cercana a Madrid a cuya desrealización contribuyen algunos contundentes topónimos -puente del Caballero, calle de la Cuerda, travesía de la Esperanza, travesía de san Judas, plaza del Demonio-, un asesinato, presenta- do elusivamente, y un turbio asunto de tráfico de estupefacientes. El estilo narrativo, de ritmo velocísimo, es deliberadamente escueto, casi esquemático a veces -el brevísimo capítulo inicial es por sí solo todo un anticipo ejemplar-, aunque descubra aquí y allá vigorosas notas paisajísticas o de color ("El sol caía desde lo más alto a puñaladas", p. 14) y se apoye en diálogos que, por su verosimilitud, delatan inequívocamente el dilatado menester teatral del escritor.



El afán de la verosimilitud alcanza también a la creación de personajes que, aunque tan sólo esbozados, tienen perfiles nítidos y un contorno histórico y social preciso. Don Carlos, Bonhome, el prócer Antonio Portaceli, los jóvenes Claudio y Dani, junto a una versión moderna y actualizada de la tradicional femme fatale representada aquí por una jovencita apenas salida de la adolescencia y objeto de miradas y perspectivas diversas según el enfoque de distintos personajes, constituyen un friso convincente de tipos en cuyo trazado se advierte igualmente la mano de un autor teatral, acostumbrado a valerse de la palabra como valor supremo y que sustituye la presencia física de los actores en el escenario por levísimas notas descriptivas que sirven como marcas caracterizadoras: el bastón de caña y el "bigotito blanco de viejo falangista" (p. 12) de don Luis, el pelo blanco, la delgadez y los modales de don Carlos, la chaqueta de cuero de Dani, el mal olor del Fachendoso, el permanente deseo insatisfecho de Aurora... La economía de medios con que Fernández ha construido su relato, el medido ritmo con que avanza la historia, el rechazo de elementos altisonantes a que la trama podía haber dado lugar y, en suma, la ausencia de retórica -de mala retórica, se entiende- proporcionan a la novela una calidad poco habitual en este tipo de relatos, donde, con frecuencia, lo que prevalece es la intriga y no, como en este caso, el modo en que se crea con palabras un microcosmos social que puede ser representativo de cualquier colectividad cuya superficie apacible encubre tensiones y turbiedades insospechadas.



No es posible saber si José Ramón Fernández continuará escribiendo novelas o volverá a la creación de obras teatrales; sea como fuere, sería una lástima perderlo como narrador, máxime si se tiene en cuenta que ambas actividades no son incompatibles, según se demuestra en el caso de algunos escritores coetáneos, como Jorge Márquez, brillante en ambos géneros.