Autorretrato de Cohen que ilustra la portada de 'Ilustrísimo Sr. Cohen'

Desde que se supo, hace seis meses, que Leonard Cohen iba a llevarse el Príncipe de Asturias de las Letras 2011, se han prodigado en el mundo editorial los tributos al canadiense. A la lista se suma ahora Ilustrísimo Sr. Cohen, un exquisito libro-objeto en formato LP en el que ocho ilustradores ponen en imágenes 24 de sus canciones. Alberto Manzano, traductor, especialista y amigo del autor de Suzanne, desgrana una a una la historia que se esconde detrás cada canción, recreando en muchos casos las conversaciones mantenidas con él. El libro, publicado por 451 Editores, incluye una cronología detallada de la vida y obra del poeta, así como una discografía y bibliografía que completan este viaje plástico al planeta Cohen. Luis Eduardo Aute es el responsable del prólogo, que ofrecemos a continuación.



Los ilustradores, entre los que se encuentran varios premios nacionales de ilustración, son Elisa Arguilé, Arnal Ballester, Carlos Cubeiro, Impala, Pep Montserrat, Elena Odriozola, Sonia Pulido y Sesé, que han transformado en sugerentes alegorías visuales las canciones Bird on the Wire, A Thousand Kisses Deep, Born in Chains, A singer Must Die, First We Take Manhattan, The Future, The Guests, The Traitor, Anthem, Sisters of Mercy, Dance Me to the End of Love, Tower of Song, Diamonds in the Mine, Field Commander Cohen, On That Day, By the Rivers Dark, Hallelujah, Undertow, Famous blue Raincoat, Death of a Ladies' Man, Memories, Suzanne, Story of Isaac y Darkness.




Las primeras noticias que tengo de Leonard Cohen fueron en el año 1967 a raíz de escuchar su primer disco, Songs of Leonard Cohen, que una amiga francesa me había traído de París. Recuerdo el impacto que me produjeron esas primeras canciones pues me sentí profundamente concernido por aquellos textos extensos, cargados de tristeza y melancolía. Y por esa manera de construir la música que los acompañaba, esas melodías dicursivas, casi melopeas que a veces remitían a estructuras de canto gregoriano. Y su voz (no tan grave como la que apenas emite en estos últimos años), suave y perezosa, deleitándose en cada palabra pronunciada, saboreando la belleza de un exquisito inglés.



También me conmovieron ciertas coincidencias temáticas, como son su regusto por la mujer como único objeto del deseo por encima de cualquier contingencia histórica. Y el tema de la muerte, siempre gravitando sobre su poemario cantado. Y Dios, un Dios que a veces se sugiere como necesario para la supervivencia y otras veces es proscrito por sus incomprensibles y más que injustas venganzas. Dios, sexo, muerte..., amor, soledad, desolación ante un futuro sin futuro alguno. En su ideario poético se desvelan mitos como la impotencia de un Sísifo eternamente obstinado en lograr la cumbre de su condición de perdedor eterno y el de la implacable soledad del «solitario solidario» camusiano.



Cohen se ubica ideológicamente tan lejos del compromiso que exigen los dogmas políticos que pretenden «cambiar la historia » como de los indiferentes que proclaman su rendición porque «nada se puede hacer». Esa sería la justificación del pesimista y Cohen no lo es. El poeta canadiense ofrece, a través de sus obras, una mirada escéptica, nunca pesimista, de la realidad. Por eso sigue escribiendo, por eso no puede dejar de cantar, aunque tenga poca fe (o tal vez ninguna) en los resultados. El no busca resultados, simplemente busca, bucea en el cada vez más laberíntico mapa del alma humana.



Tuve el placer y el privilegio de conocerle personalmente en Madrid (allá por el 89) y compartir el mismo escenario del Palacio de Deportes de Madrid. Él presentaba I'm Your Man y yo, Templo. Tuve la ocasión de conversar un poco con él, algún tiempo antes, en la ya desaparecida galería Vandrés de Madrid, en la inauguración de una exposición de Andy Warhol sobre el motivo «Cruces y pistolas». En la conversación hablamos, entre otras cosas, de la poesía de Irving Layton, poeta que yo admiro profundamente y que él, Cohen, considera uno de sus maestros junto a Lorca. En esa breve charla también descubrí en él un muy peculiar sentido del humor que, curiosamente, no se manifiesta en sus canciones, o tal vez sí. Su canción «The Future» no se puede escribir tan cínicamente sin una sobredosis de ese humor judeo-canadiense de vuelta de todo salvo de la pasión por todos aquellos que todo lo perdieron salvo la belleza de la dignidad humana.



No por menos conocido se puede menospreciar el talento de Cohen en su faceta de dibujante y pintor. Es, sin duda, un artista en el más amplio sentido de la palabra: poeta, autor-compositor e intérprete de canciones, narrador y también un muy notable creador de imágenes gráficas.



Sorprende el dominio que muestra dibujando al lápiz o a tinta, con un trazo casi siempre lineal, de primera intención, sin desarrollar sombreados ni volúmenes. Es un grafismo limpio, seguro, rotundo. Sus autorretratos (aparentemente hechos de memoria muchos de ellos), en ese sentido, son ejemplares.



Es curiosa la contradicción que, desde mi punto de vista, se manifiesta entre sus dibujos y sus poemas y canciones. La siempre inquietante oscuridad que subyace en su obra poética y musical se torna serena claridad en su obra gráfica. Sería interesante reflexionar sobre el antagonismo (o complementariedad) resultante de esa «comparación de mitologías» puesta en praxis creativa.



¿Empieza la imagen donde acaba la palabra, o será al revés?



Luis Eduardo Aute