Traducción de Elisenda Julibert. Península. 368 pp., 24'50 e.

El individuo es su aspecto. Con esta rotundidad afirma Georges Vigarello que en el inicio del siglo XXI el núcleo de la identidad personal reside en el cuerpo. Conocía el lector a Vigarello por su excelente trabajo con Alain Corbin y Jean-Jacques Courtine en la edición de la monumental Historia del cuerpo vertida al español publicada por la editorial Taurus en 2005.



En su última propuesta -la edición francesa es del año pasado- ofrece al lector una historia de la obesidad desde la Edad Media hasta el siglo XX. Al historiar el papel de la grasa en la morfología del cuerpo a lo largo del tiempo, Vigarello -director de investigación en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París- aporta una visión cultural en la que despliega su denso saber sobre la belleza corporal.



Si empezamos a leer La metamorfosis de la grasa por el último capítulo sabremos que la obesidad se ha convertido en un potenciador de enfermedades capaz de tomar la forma de epidemia. La hipertensión es tres o cuatro veces más frecuente en las personas obesas o con sobrepeso. La diabetes, entre cuatro y nueve veces. A esto añade Vigarello que existe una relación "prácticamente directa" entre el índice de masa corporal y la mortalidad. La "nueva enfermedad francesa" costará al contribuyente 14 millones de euros en 2020. La persona "obesa" genera el doble de gasto sanitario que la persona "normal".



El prestigio de la gordura ocupa muy poco espacio en el recorrido histórico que nos ofrece Georges Vigarello. Tan sólo durante los siglos centrales de la Edad Media la salud y el prestigio se asocian con llenar la barriga. En torno al año 1300 el hambre está muy presente en la vida cotidiana de los europeos. El festín desmedido y sus consecuencias corporales se relacionan con poder y prestigio. Los "excesos" alimenticios pasan, sin embargo, factura y la terrible gota es una de las consecuencias que acabarán por desmontar la efímera gloria seductora del gordo.



Con la llegada del Renacimiento el horizonte cultural se transforma y la obesidad se interpreta como torpeza, holgazanería o estulticia. La indolencia no en- caja en los ideales renacentistas, pero adelgazar no existe todavía como problema individual o social. El cuerpo femenino sigue escondido, no importan aún las caderas o las piernas. No existe la costumbre de pesarse.



La Ilustración dirige la crítica del exceso de grasa hacia la impotencia. Al obeso se le imputa esterilidad pero a la vez los avances médicos van estableciendo matices y queda clara la existencia de distintos tipos de sobrepeso. Aunque a las mujeres se les exige talle reducido y ligereza, a los hombres se les tolera cierta "densidad". El abdomen prominente todavía se tolera en los que mandan y en los que tienen dinero u otras formas de poder. Con el transcurso de la Ilustración los europeos descubren, como señala Vigarello, la "fibra".



La "fibra" significa la preocupación por el vigor de los individuos y de las naciones. Comienza el interés por los tónicos, las aplicaciones eléctricas para mitigar la grasa y los baños estimulantes. El ejercicio se dirige contra el vientre burgués. En el siglo XIX se extiende el ocio, las mujeres tienen estatus más activos y aparece un nuevo sentido de la intimidad y la desnudez. Los espejos y la fotografía registran la nueva corporalidad femenina. Al mismo tiempo aparecen con fuerza las dietas para adelgazar. El siglo pasado no hace sino aumentar la exigencia de delgadez y, como señala Vigarello en estas densas y brillantes páginas, nuestro "cogito" se hace corporal.