El 2011 toca a su fin. Uno mira atrás y ve muchas cosas; buenas, malas, regulares... También, si tienes la sana (?) costumbre de leer, ves por el retrovisor títulos de libros entre cuyas páginas hundimos las narices unas horas, unos días, unos meses. Algunos pronto caerán en el olvido, pues apenas despertaron nuestro interés. Otros aguantarán más tiempo en la memoria: formarán parte de ese magma de lecturas pasadas que quedan latentes y, el día menos pensado, otra lectura, o cualquier experiencia, nos los devolverán al presente por arte de la reminiscencia. Y, por último, en un estadio selecto, irán a parar los que sí nos han dejado huella profunda: los que citaremos, recomendaremos, aplicaremos sus enseñanzas en nuestra vida cotidiana, daremos vueltas en nuestra cabeza una y otra vez, y volveremos a releer antes o después. De estos últimos, los elegidos, se confiensan ante elcultural.es Antonio López, Álex de la Iglesia, Marcos Giralt Torrente, Señor Chinarro, Antonio Gala, Joan Fontcuberta y Antón García Abril.
Antonio López, Álex de la Iglesia, Marcos Giralt-Torrente y Joan Fontcuberta
Antonio López reconoce que él, sobre todo, relee. En particular, tres "monumentos literarios": El Jarama , de Sánchez Ferlosio; Las ratas, de Miguel Delibes; y Guerra y paz, de Tolstoi. El pintor manchego, que ha protagonizado una de las exposiciones del año (la retrospectiva que le ha dedicado el Thyssen con récord de visitantes), también ha vuelto a hincarle el diente a Velázquez (Espasa-Calpe), el ensayo en el que Ortega y Gasset disecciona la pintura del artista sevillano. "Es de una inteligencia extraordinaria. Se nota que no está escrito por un historiador ni por un pintor, sino por un hombre de la cultura de una gran originalidad y perspicacia".
Originalidad es lo que también destaca Álex de la Iglesia en la obra de Patrick Rothfuss. Del autor norteamericano, profesor de filología en la Universidad de Wisconsin, ha leído este año su primera novela, El nombre del viento (Plaza & Janés). La historia, de entrada, puede remitir a Harry Potter, porque se narra el periodo de aprendizaje de un joven que se inicia en los arcanos de la magia. Pero no nos engañemos, cualquier parecido con el best seller es pura apariencia. Así lo confirma el cineasta vasco, que el 13 de enero estrena el thriller La chispa de la vida: "Los que estamos acostumbrados a leer narrativa de este género, con figuras como Ursula K. Le Guin, sabemos que no tiene nada que ver. El comienzo me recordaba a David Copperfield de de Dickens, pero ambientado en un mundo fantástico muy potente".
Nada de fantástico tiene, en cambio, El cuerpo en que nací (Anagrama), de Guadulupe Nettel. El libro elegido por Marcos Giralt Torrente, flamante vencedor del Premio Nacional de Narrativa por Tiempo de vida (Anagrama), revela las dudas de esta escritora mexicana frente a la maternidad y los distintos caminos educativos que puede mostrar a sus hijos. El uso de materiales biográficos para levantar una narración a la manera de una novela recuerda mucho al mismo Giralt Torrente, que no rehúye la comparación: "Está en la línea de mi propia literatura, y de lo han publicado también este año Patricio Pron y Alejandro Zambra".
Otro Premio Nacional, este de Ensayo, también ha desvelado a elcultural.es sus lecturas predilectas de 2011. Joan Fontcuberta, que obtuvo el galardón por La cámara de Pandora (Gustavo Gili), un volumen donde analiza las luces y las sombras de la fotografía digital, se decanta por La maleta mexicana (La Fábrica), "un estudio coral que analiza con pasmosa profundidad las imágenes recuperadas recientemente de Robert Capa, Chim Seymour y Gerda Taro". Y, más allá de las fronteras de su gremio, Fontcuberta se "ha divertido mucho" con Solar (Anagrama), de Ian McEwan.
Antonio Luque, Antonio Gala, Antón García-Abril y Ernesto Caballero
Antonio Luque, de Señor Chinarro, no duda cuando le preguntan cuál ha sido el libro que más le ha gustado de los que ha leído a lo largo del año. Antes de que se termine la pregunta, él ya está enunciando un título: "Si una noche de invierno un viajero" (Siruela). Los relatos de Italo Calvino le han "entusiasmado" por su disparidad de propósitos: "En cada relato, Calvino se propone unos desafíos estilísticos. Es algo que revela, antes, durante o después de la narración. Y lo hace con mucho arte". El cantautor sevillano, gurú del panorama indie nacional, y que este año ha lanzado el álbum Presidente, parece haber tomado buena nota de los ejercicios de estilo del autor de Las ciudades invisibles. Quizá, en sus próximas incursiones literarias (hace dos años publicó los relatos Socorrismo y La mina) se note el influjo calviniano (que no calvinista).
El que no está para ese tipo de incursiones, que tanto esfuerzo y planificación exigen, es Antonio Gala. El 2011 es un año que se esfuerza en olvidar. Fue un "víacrucis" para él. Su cuerpo se convirtió en un "campo de batalla" donde quimioterapia, radioterapia y cáncer "lucharon a muerte". Es probable que no vuelva escribir ni novela ni teatro. Mala noticia compensada por los múltiples muestras de cariño y premios que ha recibido, entre ellos el Quijote de Honor. Esta espinosa travesía la ha recorrido en compañía de Saul Bellow, al que ha leído con ánimo exhaustivo, tanto las novelas, que le han gustado "menos", como los cuentos (agrupados por Alfaguara), que le han gustado "mucho más": "Son relatos muy largos, pero con motivo, porque te da mucha información y muy interesante. No son nunca baldíos". El autor de El manuscrito carmesí ha sentido una estrecha cercanía con la infancia del escritor judío: "Fue un sabihondo y un lector precoz como yo".
Sabihondos y lectores precoces fueron también Schiller y Goethe. Rudiger Safranski, experto en exploraciones biográficas exhaustivas, ha rastreado la relación de ambos genios del romanticismo alemán en Goethe y Schiller. Historia de una amistad (Tusquets). Ese es el libro con el que se queda Ernesto Caballero, el nuevo director del Centro Dramático Nacional, que anda estos días perfilando su proyecto para la institución-insignia del panorama escénico español. Estas son sus razones: "Dos apasionantes biografías trazadas con admirable pulso narrativo, donde la peripecia vital de estos dos gigantes de las letras trae consigo perspicaces reflexiones sobre la función del arte, la política y la filosofía".
Todos ellos, al terminar cada uno de los libros citados, sintieron un impulso invariable: volver a empezarlo. Esa es la prueba del algodón de las lecturas que permanecerán en el recuerdo y es exactamente lo que le sucedió a Antón García-Abril con El ruido eterno (Seix-Barral), de Alex Ross. El compositor turolense, cuya obra completa ha quedado registrada este año en un disco monográfico, defiende la manera de divulgar la música de este crítico de The New Yorker, a caballo entre la anécdota jugosa y el rigor musicológico: "Quienes se asomen a sus páginas descubrirán, por ejemplo, los misterios del tritono straussiano de Salomé, a cuyo estreno en 1910, nos cuenta Ross, acudió el mismísimo Hitler, que se había escapado de casa".