Gustav Leonhardt

No hace mucho, a mediados de 2011, hablábamos en estas páginas de Gustav Leonhardt (Graveland, 30 de mayo de 1928 - 16 de enero de 2012), un auténtico gigante de la música barroca y clásica que iluminó con su genio esquinas oscuras del repertorio, tanto en su calidad de clavecinista, su primer oficio, cuanto en su actividad como organista, musicólogo, director y docente. Su nervio interpretativo, tan penetrante y austero como él mismo, sirvió de ejemplo a centenares de alumnos y a miles y miles de oyentes y aficionados. Afortunadamente, visitaba nuestro país con cierta frecuencia. Lo recordamos al teclado en compañía de la flauta de pico de Frans Brüggen, colaborador en tantas ocasiones, una lejana tarde en el Teatro Real, antes de que éste adoptara su actual fisonomía operística.



En verdad que impresionaba aquella figura enteca, monacal, de expresión siempre adusta poco dada a la sonrisa. Una severidad que sabía trasladar a la música, que salía de sus manos con una fantasía de orfebre y un rigor ajustado a la letra y al espíritu. Una postura resultado de años y años de estudio, de trabajo denodado en busca de ese imposible que es acercarse a la voluntad e ideas originales del compositor. Pocos como él conocían el mundo de Juan Sebastián Bach, de quien trabajó prácticamente toda su obra, tanto en la tecla como en el oratorio. Sus versiones de las Partitas o de las Suites son justamente famosas y ejemplares. Como sus acercamientos a las Cantatas o las Pasiones. La de San Mateo la sentía desde dentro y la dirigía con una unción extraordinaria.



Leonhardt había nacido en la localidad holandesa de Graveland el 30 de mayo de 1928 y se formó en su país y en la Schola Cantorum Basiliensis, donde estuvo de 1947 a 1950. Deslumbró en su primera aparición en Viena con El arte de la fuga de su gran antecesor. En la capital austriaca siguió estudiando y rápidamente se erigió en un conspicuo maestro, labor que ejerció hasta 1955, aunque un año antes había ganado su plaza docente en Amsterdam. Estados Unidos lo recibió en 1969 y allí desplegó, como en todas partes, una febril actividad, particularmente en la Universidad de Harvard. Fundó en 1955 el conjunto que llevaba su nombre, sin duda una piedra miliar en el estudio y difusión de la música del XVI y XVII pese a tocar con instrumentos modernos.



No es raro que otras mentes preclaras de la música antigua, como Harnoncourt, Kuijken, el citado Brüggen o Herreweghe, se unieran a él en su cruzada renovadora. Es célebre su edición de El arte de la fuga y no menos conocida su encarnación de la figura de Johann Sebastian en la película Crónica de Ana Magdalena Bach de Jean-Marie Straub (1967). En los variados campos que ha cultivado, Leonhardt pareció dar siempre en la diana, como portador de la verdad interpretativa en un repertorio en el que lo seguro e incontrovertible no existe. Fue uno de los que se aproximaron con mayor seriedad a las partituras de esa época. Su estilo, en parte definido más arriba, se caracterizaba por su angulosa exposición de los acontecimientos sonoros, ofrecidos con una claridad y construcción esenciales. Lo que, sorprendentemente, no suponía que sus recreaciones estuvieran aquejadas de sequedad. Había siempre en el fondo de su fraseo enteco, de su acentuación rectilínea un hálito singular que nos dejaba entrever zonas cálidas y expresivas de rara luminosidad.



Por eso, pese a su edad, todavía era un referente a considerar y a seguir, tanto en lo relativo al teclado clavecinístico como al organístico; y por supuesto a su manejo de los timbres y los tiempos orquestales y vocales. Sus Cantatas de Bach en unión de Harnoncourt son insuperables; lo mismo que sus aproximaciones a las más diversas composiciones del siglo XVIII. Mantuvo constante colaboración con las principales agrupaciones de instrumentos originales, de las que fue, tras su etapa inicial, un constante inspirador, entre ellas La Petite Bande, The Orchestra of the Age of Enlightenment y Freiburger Barockorchester. Dirigió representaciones de óperas de Monteverdi y Rameau. En 1980 recibió el Premio Erasmus que se otorga en Europa, y en 1983, 1984 y 1991 sendos doctorados "Honoris Causa" por las universidades de Harvard y Padova.



Su últimas actuaciones en España dejaron honda huella. Tocó el 17 de mayo dentro del ciclo del CNDM en el Auditorio Nacional y expuso un programa muy amplio y variadísimo, con obras de españoles como Correa de Arauxo, Bruna, Cabanilles, Martín y Coll y Blasco de Nebra, combinadas con otras de compositores foráneos como Sweelinck, Domenico Scarlatti (éste muy afincado de todas maneras en España), Pachelbel, Böhm y, naturalmente, Bach. Una vez más el triunfo y la admiración del público lo acompañaron.