Harold Bloom

Traducción de Damià Alou. Taurus. 444 páginas. 24 €

Este libro es recomendable para los lectores que estén dispuestos a encerrarse en un gabinete cálido, umbroso y agobiado de libros para escuchar, sin osar decir ni mu, el prolijo sermón, a veces brillante, de un venerable erudito, eminente universitario, reconocido polemista e incansable lector. No para quienes precisen un libro de historia, crítica o teoría literarias al uso. Asimismo, aunque de vez en cuando cite algún autor no anglosajón, el territorio por el que se mueve como Perico por su casa es el de la literatura en inglés. Tampoco se hallará en estas páginas una biografía como Errata (1997) de Steiner. Bloom, en la intimidad de su sabia leonera, nos hace, sin embargo, confidencias: sus achaques, recuerdos de la juventud en función de sus lecturas de entonces y de su amistad con críticos y poetas. Nunca vivencias. El título bien lo apunta: la literatura (inglesa) como modo de vida. Y hay otro guiño. Bloom rescata los ecos de The anxiety of influence (1973), y los funde con Anatomy of Criticism (1957) de N. Frye, con el que mantiene una relación ambivalente de amor y -si no odio-, reticencia. Le acompaña toda la razón en que no puede haber escritura vigorosa y creativa sin el proceso de influencia literaria, porque los grandes escritores no eligen a sus precursores, sino que son elegidos por ellos. Y siempre planea la noción, obsesiva, que hizo a Bloom, Bloom: el canon literario. Lo fundamenta aquí todavía más en la enunciación del valor de una obra por parte de una especie de gurú rabínico, si tal figura nos fuese admisible.

Efectivamente, algo hay de concepción religiosa en su acercamiento a la Literatura. Su fijación “shakespearólatra” (p. 23), que pervive sin el más mínimo atemperamiento en este “mi canto del cisne, mi deseo de decir en un solo libro casi todo lo que he aprendido” (p. 24), le hace considerar al poeta de Stratford el único escritor convertido en un “dios mortal”, el primer “autor universal” capaz de sustituir a la Biblia “en la conciencia secularizada”. Lo más interesante de Anatomía de la influencia resulta, así, el encumbramiento de Whitman como el “único poeta norteamericano que ha ejercido una influencia mundial”, “la respuesta de la Tierra del Ocaso a la vieja Europa y a Shakespeare”.