A la excelencia de la obra anterior, tanto los libros de poemas -entre ellos los magistrales Descrédito del héroe o Manual de infractores-, cuanto las novelas -y cómo no mencionar la inolvidable Ágata ojo de gato-, o los volúmenes de memorias, se une ahora este Entreguerras que viene a dejar claro que José Manuel Caballero Bonald (Jerez de la Frontera, Cádiz, 1926) es una de las voces más altas de la literatura en español contemporánea. Y, quede ya dicho: Entreguerras es, para mí, su mejor libro y uno de los mayores de la poesía de nuestro tiempo.
Presenta el autor este largo poema, dividido en pasajes cuya unidad radica un yo que se lanza a la aventura de buscarse a sí mismo, de encontrarse con su yo más real, con su vida, la que fue y la que es en el ahora mismo en que desencadena su memoria, dice, para “encarnar mi propio personaje”, donde el uso de “personaje” y no el de “persona” ya deja advertido cómo este extenso parlamento está irremediablemente, y felizmente, contaminado por unas inevitables dosis de ficción, y también de confusión en lo recordado, por las carencias de lo que el olvido ha borrado y, por supuesto, por la condición misma del lenguaje que, si bien quiere decir, está siempre en el filo del no cumplimento de ese deseo y dice más o dice menos de lo que querría. El personaje sabe todo esto de un modo tan certero que duda de sus propias palabras y de su resultado, el relato de su propia existencia, y sabe al mismo tiempo que no hay otro modo de reencontrarse con uno mismo, de ahí que afirme que “el acto de evocar la propia historia sea antes que nada/ un implacable irrepetible método para inventar redescubrir la vida”, con lo que el poema es a la vez el fruto de la experiencia y la memoria y el lugar desde el cual poderse construir una imagen en la que contemplarse, de manera que escribir es escribirse. El poema es, en último término, instrumento de conocimiento.
Este largo poema, dividido en pasajes cuya unidad radica en un yo que se lanza a la aventura de buscarse a sí mismo, es, probablemente, el mejor libro del autor gaditano
Por otra parte, este escribirse supone un desdoblamiento que se hace reiteradamente presente en el poema y por el cual, se lee, “hablar consigo mismo viene a ser un coloquio/ entre dos allegados dos personas distintas que apenas si se entienden”, lo que recuerda aquello de Machado de “Converso con el hombre que siempre va conmigo [...] mi soliloquio es plática con este buen amigo”, y en otro momento se lee que el poema es “una suerte de permuta epistolar donde me reconcilio con quien fui”. Un desdoblamiento que es exigencia de la reflexión y un rasgo de modernidad al erosionar un yo que ya no puede pensarse monolítico, un rasgo más de la lucidez con que el poeta ha escrito este Entreguerras. De ahí que se interpele, se interrogue sobre sus dudas, entre ellas todo lo que se desprende de saber “que nada hay más impenetrable que la verdad”, que es en último término lo que se desearía alcanzar a decir.
Esta voz que habla y habla tiene muy claro el apuro en el que está atrapado. Con sus palabras busca saber quién es, quién ha sido, y, refiriéndose al poema y quizá también al conjunto de toda su escritura, habla de un “tenaz convencimiento de que je suis moi-même la matière de mon livre” -el saberse uno mismo materia de su escritura-, haciendo propias las palabras de Montaigne, a quien se suele señalar como el autor que pone una de las piedras fundadoras de la modernidad al instalar en el centro de la conciencia la conciencia de sí, posibilidad única de interrogar al universo y hacerle dar algún tipo de respuesta. Eso es lo que explica la mezcolanza de los asuntos de los que escribe en sus Essais. Y, al situarse el personaje de Entreguerras en una posición similar, lo que explica que Caballero Bonald haya elegido como subtítulo de su poema “De la naturaleza de las cosas”, título del extraordinario poema de Lucrecio, cuyo sentido último no es sino moral.
Discurso moral, pues, el de Entreguerras, como por lo demás puede afirmarse del conjunto de la obra del autor y ahí está el mencionado Manual de infractores que lo es y de un modo más que elocuente, aunque ese fundamento de escritura se da a lo largo de todos sus escritos.
Siendo el propio yo el asunto del libro, el entramado del poema es autobiográfico y las circunstancias de la vida van teniendo en los versos su lugar. Los espacios habitados, las amistades, los amores, los naufragios, en fin, la vida misma, comparecen en lo que es un relato fragmentario, que se desentiende de la secuencia cronológica, contrapunto de los dos volúmenes memorialísticos del poeta. Pero, claro está, todo está dicho a lo poético y recuerda no poco a cómo Juan Ramón dejó en Espacio sucesos de su vida en un lenguaje de poderosa poesía.
Lo autobiográfico, claro, incorpora lo histórico, con lo que el poema es también un testimonio de la España contemporánea, un testimonio que es a la vez un pliego de acusaciones contra quienes pugnan por “descuartizar la vida”, los “falsarios medrosos mojigatos felones petimetres” de ayer y de hoy, los “biempensantes” de los que se hablaba en el Manual. Pliego de cargos contra los enemigos de la libertad y de la vida y defensa del rebelde, del infractor. Pero lo que se dice trasciende el ámbito y las anécdotas nacionales y el poema habla de lo humano a los humanos en general, al “hijo de Adán”. Esto aparte, el mirar atrás conlleva toda una serie de pasajes en los que se reflexiona sobre la irrealidad del recuerdo y cómo se muestra más vivo lo escrito y leído, cómo lo vivido ha de sufrir el “cardenillo de los días”, y el tiempo, su pasar, se hace materia del discurso y esto es esencial al poema. Escrito desde una edad avanzada, “me he hecho viejo”, no faltan las meditaciones sobre el final, un final que se nombra como regreso a la madre, al útero, al antes de la existencia y “oír allí definitivamente la voz universal que alienta en lo más íntimo”, en lo que parece ha de leerse como un modo de ser más pleno en el que lo universal y lo íntimo, el todo y lo particular, estarían fundidos.
Escrito en versículos, cuyo ritmo es de naturaleza gramatical, y en un estilo exuberante con una sobresaliente riqueza verbal, la lectura resulta ser la de una salmodia -la palabra figura en el poema, pero también es denominado “versículos suras mantras glosas”- a la cual, a su goce, el lector no puede más que entregarse.
Dilatada despedida
Data de 1982 el prólogo redactado por Caballero Bonald para una antología de sus versos publicada por Cátedra con el título de Selección natural. El texto, como es frecuente en este autor, consigna con perspicacia una justificación de la actividad literaria. Contiene en su párrafo postrero una despedida. “Ya no está uno”, leemos, “para aplicarse a la poesía con el beneficio de la terquedad”. La dilatada despedida de Caballero Bonald, prolongada por espacio de tres décadas, ha sido fecunda en títulos. Peor para los lectores de literatura de calidad habría sido lo contrario: que la poesía se hubiera despedido de quien con tanto acierto ha sabido durante largo tiempo suscitarla. Tal cosa, por fortuna, no ha ocurrido. Esperemos que Caballero Bonald disponga de días para seguir levantando su monumento de palabras. Es razonable suponer que quien ha escrito Entreguerras no ha perdido un ápice de su vigor creativo. FERNANDO ARAMBURU