Álvaro Pombo (Santander, 1939) ha ganado con El temblor del héroe el último Premio Nadal, octavo de los conseguidos por el escritor cántabro, que cuenta en su haber con los premios más comerciales, como el Planeta, y con los de mayor prestigio, como el Premio de la Crítica o el Nacional de Narrativa. Parece lógico que así sea, pues hay en su larga trayectoria narrativa novelas de indiscutible calidad literaria (El metro de platino iridiado, 1990, por ejemplo), al lado de otras que nada o muy poco de valor añaden a su literatura (Telepena de Celia Cecilia Villalobo, 1995, por citar solo una muestra).
El temblor del héroe es una novela con trasfondo filosófico y moral que aborda temas característicos del autor, a menudo centrados en conflictos derivados de las relaciones humanas, el amor y la homosexualidad con sus vaivenes y variaciones, el sentimiento de culpa y el arrepentimiento, la insensibilidad o la falta de compromiso verdadero ante la desgracia y el dolor de los demás en nuestra existencia cotidiana, que es aquí el predominante. El protagonista empieza siendo un profesor de filosofía jubilado que realizó su proyecto vital en la comunicación con sus alumnos y que ahora, sin aquella savia enriquecedora, entra en su decadencia, por más que tenga la compañía frecuente de dos antiguos discípulos en los cuales tuvo una gran influencia, incluso en la elección de sus carreras de medicina.
Los otros dos personajes principales son un joven periodista interesado en la figura del profesor jubilado para incluirlo en la sección de un semanario digital dedicada a “Los inactuales” o personajes que tuvieron relevancia y han empezado a perderla. Y con él entra en la novela un antiguo profesor de secundaria que lo inició en la homosexualidad cuando él tenía trece años. Estos son los cinco personajes con los que Álvaro Pombo desarrolla una historia con envoltura intelectual que termina como novela policíaca en su final de muertes violentas que han de ser investigadas, con las consiguientes conjeturas y especulaciones sobre posibles narrativos.
Hay en El temblor del héroe algunos hallazgos nacidos del ingenio que Pombo ha demostrado muchas veces. Uno de los más notables aflora en las reflexiones del narrador omnisciente que se prodiga en comentarios de naturaleza lúdica y humorística sobre los personajes y sobre la novela misma, incluyendo a su lector implícito: “Dado que Elena no se entiende a sí misma y dado que el lector tampoco entiende esta novela, haremos lo posible por esclarecer las dos partes” (pág. 31). A veces muestra a un personaje por medio de una comparación de índole metanarrativa, por ejemplo, al antiguo pederasta, sesentón charlatán y patinador: “Como un narrador que ha perdido la visión del conjunto y se mantiene a flote complicando el relato sin acabar de conducirlo a ningún sitio” (pág. 151).
Este narrador pombiano, que luce su libertad y cultura en contradicciones y paradojas de la vida como relato, acoge la intromisión autorial en primera persona del plural con el fin de colocar sus observaciones metaficticias sobre el desarrollo de la historia (págs. 113-114). Su lengua tiene múltiples registros, desde el más alto nivel culto hasta manifestaciones populares, desde la abundancia de citas latinas hasta giros de la actual jerga juvenil, con numerosas referencias y alusiones a autores de varias épocas, desde Platón hasta Julio Llamazares. En este orden su mayor acierto está en la descripción del cantamañanas de Bernardo en términos picassianos (véase página 117).
Pero se trata de aciertos parciales que no garantizan la calidad literaria de la novela que un autor del prestigio de Álvaro Pombo debe escribir. Porque hay muchas páginas, a veces capítulos casi enteros, que no tienen más función que alargar el texto , por ejemplo, el capítulo once, dedicado a los requisitos necesarios para alquilar un piso.Por no entrar en algunas contradicciones y desajustes en el pasado de los personajes, como la condición de Bernardo jefe de estudios en un instituto madrileño (pág. 128) cuando era profesor en un colegio concertado (pág. 52). En fin, a un escritor de la talla de Pombo hay que pedirle bastante más.