El domingo se cumple un año de la tragedia nuclear de Fukushima. Antonio Garrigues, muy vinculado a Japón, ha escrito este poema en su recuerdo

¡Había tanta gente

que quería decir todas las cosas!

¡Había tantas cosas, tantos gestos pendientes,

tantas realidades a punto de existir

en un instante breve y poderoso!,

(como así, por ejemplo, lavar una camisa,

comprar arroz,

acariciar a una persona buena),

¡tantas formas extrañas de construir la vida!,

¡tantos deseos, tantas ensoñaciones, tanto espíritu!,

que no podemos entender su ausencia,

ni asumirla, ni tan siquiera verla.

Sólo queda, parece, el rastro del silencio.



Pero no es el silencio.

Ese no es el problema.





Es la palabra que se queda muda.

La que tendría que pronunciarse entera.

La que se queda dentro y está oculta

y por lo tanto existe y se conserva

de alguna forma integra y segura

en un ámbar purísimo.

Esa sí es la palabra.



La que estará buscando, ya por siempre,

una garganta viva y poderosa

para decir al hombre o a la mujer o al niño

todo lo que le quiere y necesita

Y no puede decírselo y lo dice.

Le jura que le quiere y necesita

y que siempre además querrá per tenecerle

y estar pertenecido y entregado

a pesar de los límites y las realidades a pesar de las cosas imposibles;

y explicarle también,

con gran detalle,

como pensaba ir hacia el futuro

con dignidad, con fuerza, con buen ánimo.



Ese es el drama entero.

La palabra inaudible.

La palabra que un mar enloquecido,

un mar maravilloso y despiadado,

escondió en el silencio.



Pero no es el silencio.

Ese no es el problema.