María José Rubio en el II Encuentro de Libreros de Castilla y León. Foto: Montse Álvarez

Cuentan que Felipe V intentó subirse en alguna ocasión a los caballos que adornaban los tapices de palacio. Al primer rey Borbón de España se le diagnosticaría hoy, probablemente, trastorno bipolar. Pero en aquella época se le llamaba simplemente "melancolía". Los ataques recurrentes de este mal le incapacitaban para gobernar con criterio, así que fue su segunda esposa, Isabel de Farnesio, quien llevó los pantalones en la Corte. Lo mismo, en menor grado, ocurrió con el siguiente monarca, Fernando VI, así que de nuevo fue su esposa, Bárbara de Braganza, quien tomó el mando. Cuando aún reinaba Felipe V, suegra y nuera se disputaban el poder a través de una compleja red de confidentes, camarillas, intrigas y secretos que obligó a la corte a dividirse en dos bandos.



En este contexto, el papel de los cerrajeros reales llegó a ser más importante incluso que el de los guardias. Lo asegura María José Rubio, la única historiadora que ha estudiado en profundidad aquel gremio. Autora de varios ensayos históricos sobre las Reinas de España y "freelance total de la cultura", da ahora el salto a la novela con El cerrajero del rey (La Esfera de los Libros). "Algunos lectores de La Chata me dijeron: "Me ha encantado tu novela", y yo pensaba "¡pero si no es una novela!". Luego entendí que era un elogio", explica Rubio.



La escritora sabía que tarde o temprano iba a dar este paso a la ficción histórica, pues el argumento comenzó a fraguarse desde que realizó una tesis sobre el gremio de cerrajeros de Madrid. Durante el proceso de investigación para llevarla a cabo, Rubio descubrió información prácticamente desconocida sobre el papel de estos artesanos en la corte. Así, revela en su libro el protocolo que rodeaba a las cerraduras de palacio. Por ejemplo, había un tipo de llave, llamadas "de gentilhombre", que daban acceso a un salón donde el Rey se reunía con las personas más notables del país. Poco a poco se fueron concediendo a demasiada gente, y como la mayoría nunca llegaría a utilizarla, acabaron convirtiéndose en llaves de adorno o "caponas", cuyos poseedores lucían bien visibles, colgadas de una banda de satén atada a la cintura, para presumir del honor que les había sido concedido. Pero el motivo principal que llevó a fabricar las llaves falsas fue que la pérdida de una llave auténtica, que se producía a menudo, obligaba a cambiar los cerrojos de palacio, hasta el punto de que fue necesario publicar un edicto por el cual el noble que perdía la llave debía correr con los gastos de la operación.



La seguridad de los reyes dependía en gran medida de su confianza en los cerrajeros. Así, los moldes de la cerradura de los aposentos reales se guardaban en un baúl con tres cerrojos cuyas llaves estaban en poder de tres personas de diferente rango que tenían que ponerse de acuerdo para abrirlo. Igualmente, cuando los reyes viajaban fuera de palacio, los cerrajeros reales se adelantaban a la comitiva para instalar cerraduras nuevas en todos los sitios de paso en los que iban a hospedarse.



Rigor histórico y ficción

En el libro se dan cita importantes personajes de la época, "el 90% reales", al igual que el protagonista, el aprendiz de cerrajero Francisco Barranco, y su maestro, José de Flores. Asimismo, buena parte de los hechos que se narran son verídicos, como el incendio del real alcázar en 1734, en cuyo rescate de obras de arte, incluyendo Las Meninas, se jugaron la vida ambos cerrajeros. Otras líneas del argumento son fruto del juego con la ficción, como la historia de amor imposible entre el protagonista y la condesa de Valparaíso, otra mujer de peso en la Corte. "La escogí porque encontré su testamento y a través de él descubrí que tenía una biblioteca impresionante libros de ciencia, de brujería, alquimia… Era una mujer intelectual del siglo XVIII. La he podido encajar en la trama de la corte porque su marido, Juan de Goyeneche, fue ministro de Hacienda".



La España en la que transcurre la novela es un país arruinado y asolado por la Guerra de Sucesión (1700-1713), que supuso el cambio de dinastía de los Austrias a los Borbones y, como tantas otras veces, llevó a los españoles a matarse entre sí en nombre de este o aquel rey. Posicionarse en un bando a otro, afirma Rubio, era una cuestión sentimental: "Los Austrias llevaban aquí dos siglos, ya se les consideraba una dinastía española, representaban la tradición y la españolidad. Los Borbones suponían un cambio hacia el progreso, hacia las novedades intelectuales, artísticas y económicas que ya imperaban en Europa".



Espionaje industrial

Por aquella época, en los albores de la Ilustración y la Revolución Industrial, nació el espionaje relacionado con los avances de la técnica, que tiene un gran peso en la novela. "Fue algo que se dio entre las grandes potencias europeas. Francia e Inglaterra deseaban quitarle a España la hegemonía que había alcanzado en ultramar y, por su parte, el Marqués de la Ensenada formó un entramado de colaboradores dedicados a viajar para espiar los adelantos de cualquier género e industria", explica Rubio, que en una parte de la trama incluye el espionaje de los secretos relacionados con la fundición del acero con fines bélicos. "España había sido muy avanzada en el campo de la metalurgia en el siglo XVII, porque era rica en hierro y carbón, pero con la ruina económica de los Austrias se había quedado atrasada, mientras que en Inglaterra habían descubierto el carbón mineral y habían hecho avances importantes".