Kevin Canty. Foto: Archivo
Lo que voy a decir, lector, es que merece la pena acercarse a Todo, de Kevin Canty (Lakeport, 1953). Y eso que, a medida que avanzo por sus páginas, hay algo que me pone en alerta. Algo que emerge a ratos, cabriolando como una trucha para volver a sumergirse: la sensación de que esta narración está excesivamente calculada (o mejor, que ese cálculo se percibe excesivamente), que la plantilla sobre la que se ejecuta es demasiado obvia. Y pese a ello, el libro resiste estos escrúpulos; es más, se nos impone. Veámoslo.Todo nos muestra la vida de una serie de personajes que viven en la América rural del noroeste, concretamente en el estado de Montana. A alguno de ellos le van mejor las cosas, a otros peor, pero nos movemos en los parámetros de la normalidad. Sus problemas también son más o menos normales: arrastran el dolor de alguna muerte o de un divorcio, envejecen, enferman, el paisaje que los vio nacer se va haciendo irreconocible... Hay una chica joven, con un novio algo crápula, que se lía con un hombre casado. En fin, esas cosas que cualquiera conoce, aunque con matices costumbristas: viejos hippies, pescadores con mosca, osos y ardillas. Hasta aquí, ningún problema. Para contárnoslo, Canty apuesta por un narrador en tercera persona de tono deliberadamente menor, impresionista, y sobre esto tampoco tengo nada malo que decir. La trucha saltarina y molesta consiste en que, a ratos, ese impresionismo resulta vagamente académico, una sensación que crece hacia el final, cuando Canty recurre a cierta metáfora muy evidente de renacimiento, de segunda oportunidad. No diré cuál es, pero desde luego al lector ese recurso le suena a manual, a calidad prêt-à-porter. Y sin embargo...
Sin embargo, Todo es mucho mejor que su correcto, pero previsible, plan general. Primero, porque ese tono menor al que he aludido está muy conseguido. Puede que el engarce entre escenas no sea deslumbrante, pero muchas de esas escenas sí lo son. Un hombre descubre el desorden en que vive un antiguo amor, y eso hace que su pensamiento vuele hasta su hija: "esto no es para ti, no, que no tengas que pasar por esto". Puedo creerme este instante. Otro hombre, un padre de familia, debe renunciar a una joven fascinante, y se engaña así: "esto es lo que significaba ser un hombre, se dijo: sufrir, mostrarse firme, estoico ante la felicidad. No la felicidad, sino la simple posibilidad de la felicidad". Y también me creo estas palabras gastadas. En las cuatro últimas líneas del libro, una columna de humo blanco asciende por la chimenea, y pienso de nuevo que esa trama se ha concebido con un tiralíneas muy elemental... Pero igualmente me rindo: creo en ese instante. Y esto es así porque Canty despliega una indudable sutileza al mostrar la verdad de una vida: es decir, sabe no mostrarla. Todo y nada son una buena pareja de baile.
Además, Todo sienta cátedra sobre el uso de la frase breve y triunfa a menudo, no siempre, ojo, cuando apuesta por la imagen poética: "en su interior se siente como la linde de la ciudad que de pronto se transforma en depósitos de gasolina, parques de caravanas y polígonos, un páramo de frío acero". Me gusta percibir un acorde oculto, hermoso y a contracorriente en sus páginas: el concepto de gracia, algo inasible relacionado con la generosidad y la fe... Aunque, ¿fe en qué? Esa gracia, claro, tiene sus contrapuntos: "nicotina y cinismo, dos cosas que siempre van unidas". Y hasta la música country suena bien en este libro, lo que no es tan fácil porque el género, aunque es estupendo, sobreactúa para el oído europeo.
También podría sobreactuar, en manos menos hábiles, la naturaleza de Montana, de aspecto duro y americano como un western. En cambio, el decorado es fascinante en Todo, tanto que logra recordarnos las páginas de Norman Maclean en El río de la vida (Libros del Asteroide, 2010). En ese libro clásico se leía la prodigiosa descripción de un paisaje nevado en los bosques de la región. Para Maclean, la belleza de esa estampa consistía en combinar "algo que sabes con algo que ves": ese manto blanco, escribió, era una especie de muerte que sin embargo ocultaba tierra viva dispuesta a reverdecer, "la emocionante promesa de una resurrección". Pues bien, Todo consiste en algo parecido, y no creo que el río Blackfoot esté ahí por casualidad.