Dominique Lapierre, con la campanilla que le legó su amigo el hombre-caballo.



El autor francés publica 'India, mon amour', una declaración de amor al subcontinente indio, al que ha dedicado alguno de sus mejores libros y donde desarrolla una labor benéfica que abarca hospitales, comedores, escuelas...




Ante Dominique Lapierre, uno siente un ataque de insustancialidad. Primero, como miembro del llamado género humano. Gracias a su labor benéfica, miles de niños hoy en la India esquivan los lanzazos de la miseria: lepra, tuberculosis, inanición, abandono, analfabetismo... Y tantos otros. Segundo, como periodista. Él encarna como pocos la figura del reportero intrépido y aventurado que recorre países, continentes, se entrevista con asesinos, presidentes, parias, lores, dedica meses, años incluso, a investigar un tema, acumula toneladas de documentos y horas y horas de grabaciones, y luego, tras un enclaustramiento puntual en su casa en el interior de la Costa Azul, alumbra libros-reportaje que vende como rosquillas y, en algunos casos, llegan a modificar el curso de la realidad (para bien). Periodismo, con mayúsculas.



De esa manera de ejercer el oficio a fuego lento que él ha cultivado a lo largo de las últimas décadas son buen ejemplo títulos como Esta noche, la libertad (sobre Gandhi y su cruzada pacífica frente al imperio británico), La ciudad de la alegría (fábula de la supervivencia en los inframundos de Calcuta), Era medianoche en Bhopal (denuncia del escape tóxico de una fábrica insectida que mató a 25.000 personas). Ahora vuelve al origen de todos aquellos proyectos de escritura, que combinan lo romántico con lo pragmático, en India mon amour (Planeta), un libro donde recuerda "los flechazos sucesivos" que le emparejaron para siempre con la India.



Todo surgió en los años 60. Dominique Lapierre trabajaba para la revista Paris Match. Durante una comida, hablando con su jefe, el emblemático reportero Raymond Cartier, se le iluminó la bombilla sobre la cabeza. Cartier le dijo: "Si yo tuviera tu edad, me iba a la India, a investigar sobre aquel hombre desnudo que llevó al país a la independencia". Lapierre recogió el guante y se marchó para allá, junto a su compañero de andanzas Larry Collins, con quien ha firmado a cuatro manos buena parte de sus libros. "Recorrimos 20.000 kilómetros por todo el país con un Rolls Royce de segunda mano que compré en Inglaterra, cuando fui a entrevistar a Lord Mountbatten, el último virrey del imperio británico en la India, que negoció la independencia con Ghandi".





Larry Collins y Dominique Lapierre, con el Rolls Royce con el que recorrieron la India, en el Raj Patah, avenida que conduce al palacio presidencial.



El coche llegó a Bombay en barco, pero tras trillar las sinuosas carreteras de todo el subcontinente, se volvieron con él hasta su pueblo en Francia. "Hicimos otros 10.000 kilómetros, en un viaje que ahora no se puede hacer, atravesando Afganistán, Irán..., cargados con quinientos kilos de documentación. Desde la puerta del hotel de Bombay hasta la puerta de mi casa". Nada menos. "Y el único problema que tuvimos fue un pinchazo de una rueda". Nada más. Lapierre lo cuenta en un salón de la sede madrileña de Planeta, que llena con aspavientos, risas y voces de hombre arrebatado y vital, puro entusiasmo.



"Los libros no son suficiente"

Ese periplo acabó comprimido en Esta noche, la libertad, que salió en 1975. Lapierre ya sentía que su destino correría en paralelo al de aquel fascinante país, un mosaico innumerable de lenguas, religiones, conflictos, encantos, contrastes... Pero fue en 1981 cuando su relación con La India se estrechó hasta fundirla con su propia biografía. Ese año tuvo el primer encuentro con la madre Teresa de Calcuta: "Fue en su capilla de Calcuta, a las cinco de la madrugada". La monja albanesa se lo dijo bien claro a Lapierre: "Los libros no son suficientes". Tanto le admiró la devoción que sentía por los intocables aquella mujer diminuta, que dormía sobre una esterilla, cercada por cucarachas y ratas, que el autor francés decidió que era el momento de arremangarse para ayudar a aquella gente que tanto le había dado.





Junto a la madre Teresa de Calcuta.



Domique Lapierre creó una fundación para ayudar a los niños leprosos de Calcuta (Action Pour les Enfants des Lépreux de Calcutta). En 1985 publicó La ciudad de la alegría, que luego llevaría al cine Roland Joffé (el director de La misión y Los gritos del silencio), y cuyos beneficios los utilizó para sostener y extender esa labor benéfica. Ahora los derechos de autor de todos sus libros y los réditos obtenidos en sus conferencias los destina también a ese fin. "Para mantener los comedores, los barcos-hospitales que navegan por el delta del Ganges y atienden a un millón de habitantes de islas que ni siquiera aparecen en los mapas, las escuelas donde los niños se alfabetizan, necesitamos tres millones de euros al año. Yo aporto dos terceras partes, pero me falta un millón que me resulta cada vez más complicado conseguir". Tener que cerrar esos espacios de esperanza, advierte Lapierre, sería como "una crucifixión" para sus beneficiarios.



A Lapierre le subleva que esa India cuya economía crece -en plena recesión global- entre 8 y 10 % anual no se preocupe lo más mínimo de la otra India acuciada por la pobreza extrema. "Es que le hablas de los pobres y no les interesa lo más mínimo. Es indignante y, sobre todo, muy triste. Yo no recibo ninguna ayuda de empresarios indios. El día que llegue un Ghandi violento con carisma se arrepentirán. Espero que no suceda, pero las condiciones materiales para la revolución están presentes en el país".



Bhopal, "un escándalo dentro del escándalo"

No es lo único que le indigna a Lapierre. En 2010 un tribunal impuso una multa de 8.900 euros a la empresa química norteamericana Union Carbide, como responsable de la fuga tóxica que mató a miles de personas. "Es un escándalo dentro del escándalo", aúlla Lapierre. "El otro día me enteré que la propietaria actual de esta empresa, Dow Chemical, ha aportado doce millones de euros a la organización de los juegos olímpicos de Londres. Y mientras los niños de los arrabales de Bhopal, casi tres décadas después de la tragedia, siguen envenenándose cuando beben el agua de los pozos de la zona, porque esta compañía no quiere pagar los gastos que conllevaría limpiar los residuos que todavía quedan". Lapierre se contenta con la reacción que provocó el libro-reportaje que escribió sobre este capítulo negro de la historia india. Dice que la publicación de Era medianoche en Bhopal ha truncado el proyecto de construcción de otras centrales químicas cercanas a núcleos de población. "La gente se ha negado y con sus protestas han echado por tierra esos planes".



A Lapierre le vuelve la sonrisa, que ni el cáncer que le viene buscando las vueltas desde hace 20 años, y que en octubre pasado le dio un buen susto, le ha arrebatado de su semblante optimista. Él la alimenta en la India cada vez que va: "La sonrisa de los niños de Calcuta es mi vitamina". Agita con su mano la campanilla que le regaló un hombre-caballo amigo suyo. De esos que tiran de los rickshaws en mitad del infernal tráfico de Calcuta. Murió con 34 años, de tuberculosis. "Hicimos todo lo que pudimos por salvarle, pero no hubo manera. ¡Esta campanilla es la voz de los sin voz!". A Lapierre se le abrillantan los ojos de una emoción húmeda al recordarlo. Y al entrevistador se le agrava el complejo de insustancialidad.