José Aymá

Prólogo de Javier Celaya. Fórcola. Madrid, 2012. 151 páginas, 15'50 euros

Este libro de José Manuel Lucía Megías desarrolla como leit motiv una frase del informático Allan Kay: la mejor manera de predecir el futuro es inventándolo.

El erudito Octave Uzanne inauguraba en 1894 un nuevo género con su relato "El fin de los libros" en el que en la Royal Society de Londres se discutía su desaparición futura por culpa del fonógrafo. Ciento quince años después, la campaña que Jeff Bezos desencadenó al presentar el Kindle 2 ha hecho reavivar el tema de la muerte del libro, a la que se acababa de poner fecha en la Feria de Francfort: el año 2018. Asimismo, hace ya medio siglo de La Galaxia Gutenberg, obra en la que Marshall McLuhan identificó con el inventor de la imprenta de tipos móviles el ciclo de la modernidad, dejando asimismo instaurada la definición implícita de las dos Galaxias precedentes, la de la oralidad y la del alfabeto.



En sus escritos se menciona ya el ordenador como un instrumento más de fijación electrónica de la información, pero lo más interesante resulta, sin duda, la impronta profética que en algunos momentos manifiesta. Así, cuando trata de cómo la nueva interdependencia electrónica recrea una especie de aldea global, McLuhan escribe que en lugar de evolucionar hacia una enorme biblioteca de Alejandría, el mundo se ha convertido en un ordenador, un cerebro electrónico, exactamente como en la ciencia ficción. Más tarde expresará una premonición referida a las computadoras que habla de lo que en aquel momento no era más que un sueño y hoy es la realidad de la Galaxia Internet: el ordenador encerraba la promesa de engendrar tecnológicamente un estado de entendimiento y unidad universales, crear la armonía colectiva y la paz perpetuas basadas en la comunicación universal.



Para Manuel Castells, aunque Internet estaba ya en la mente de los informáticos desde principios de los sesenta, para la sociedad en general la Red nació en 1995. Todavía no podemos dar por superado el periodo incunable de la nueva tecnología. Mas basta con el tiempo pasado para preguntarnos si se pueden detectar ya sus efectos, más o menos evidentes, en la condición humana. El propio McLuhan lamentaba que los analistas de la realidad fuesen siempre un paso por detrás de ella, por culpa de una "visión de espejo retrovisor" contra la que combatió con ciertos gestos proféticos. Uno, por ejemplo, totalmente errado: la desaparición del libro gutenberiano en 1980, el año en que McLuhan murió.



José Manuel Lucía Megías (Ibiza, 1967, catedrático de Filología Románica de la Complutense de Madrid y Coordinador Académico del Centro de Estudios Cervantinos) era por aquellas fechas un adolescente, y ahora sale a la palestra de lo que José B. Terceiro calificó ya como Socied@d digit@l en un libro pionero entre nosotros. Si McLuhan había descrito el nacimiento del homo typographicus, en 1996 podíamos hablar ya del homo digitalis. El presente Elogio del texto digital se inserta en esa línea autóctona de discusiones sobre este tema de nuestro tiempo. Adopta para ello el tono de un ensayo conciso, noticioso y combativo como el que en 2006 Jean-Noël Jeanneney publicó con el título de Quand Google défie l'Europe. Lucía Megías se propone darnos las claves para interpretar el nuevo paradigma nacido en torno a la Web 2.0, el soporte tecnológico que está abriendo paso a lo que Pisani y Piotet definieron como La alquimia de las multitudes, una nueva era de conocimiento interactivo basado en una "arquitectura de la participación". Este Elogio del texto digital desarrolla como un verdadero leit-motiv una frase del informático Allan Kay: la mejor manera de predecir el futuro es inventándolo. De seguir manteniendo aquella contraposición que Umberto Eco hizo tan famosa, Lucía Megías, un romanista que dirige el banco de imágenes de El Quijote, del que está preparando una edición hipertextual, no es un apocalíptico, sino un integrado.



En Elogio del texto digital la muerte del libro apenas si cuenta. Le parece erróneo mantener a ultranza la identificación del texto con uno de sus posibles soportes, el impreso. Sin embargo, hoy se puede decir que el libro goza de buena salud. Nunca en toda la Historia se han escrito, editado, distribuido, vendido, robado, plagiado, explicado, criticado y leído tantos. Entre otras cosas, porque de 1960 a 1999 se duplicó la población mundial hasta superar los 6000 millones.



Lo que sí es cierto es que las cifras de la producción editorial española de 2011 certifican un descenso de un 24'4 por ciento, lo que unido a la reducción de las tiradas hace que los cien millones de ejemplares impresos representen la mitad de los que salieron de las máquinas en 2002. Pero más interesante resulta otro dato: la edición de libros para niños y adolescentes se incrementó en un 10% y los menores de entre 10 y 13 años leen en nuestro país una media de 8.2 libros al año tanto por razones de estudio como de ocio.



McLuhan hablaba de los "niños televisivos" como actores de la Galaxia Gutenberg, pero Negroponte empleó ya la expresión "niños digitales", antesala de los "nativos digitales" de Prensky. El canadiense consideraba que con ellos seguía siendo enteramente posible una "mezcla creativa" de las dos culturas, la alfabético-gutenberiana y la "eléctrica", pero últimamente menudean opiniones más pesimistas. Así, David Nicholas, del University College londinense, después de investigar con un centenar de voluntarios de distintas edades llegó a la conclusión de que los adolescentes de hoy están perdiendo la capacidad de leer textos largos y de concentrarse en la tarea de leer un libro. Su documental fue emitido en 2010 por la BBC, y según su presentador Aleks Krotoski la conclusión era que para bien o para mal la nueva generación está siendo moldeada por la web. Lucía Megías piensa, por supuesto, que para bien, pues son precisamente nativos digitales los que están desarrollando toda la potencialidad de lo que los "inmigrantes digitales" llamamos "nuevas tecnologías" y para ellos representa, simplemente, la burbuja en la que han nacido.



En Elogio... apenas si se le presta atención a McLuhan, sino a uno de sus precursores, el ingeniero Vannevar Bush, que en 1945 se planteó en qué medida la entonces incipiente tecnología de las computadoras podría proporcionar a la Humanidad nuevas formas de conocimiento. Es evidente que el desarrollo de la sociedad digital va a repercutir en distintos ámbitos. El que menos le interesa a Lucía Megías es el de la pervivencia o muerte de la Galaxia Gutenberg. La modificación en los modos de escritura creativa -el tema de la literatura digital- lo trata también muy de pasada. Lo que le importa es el nuevo concepto de texto resultante del cambio del paradigma analógico por el digital en la difusión de la información. Esta revolución la capitanean nativos digitales que quieren hacer más con sus ordenadores, sacar partido a las posibilidades que ofrece la nueva tecnología digital. Se concretan fundamentalmente en tres, la hipertextualidad, la interactividad y la hipermedialidad, que harán del texto un espacio prácticamente ilimitado en el que se borrarán las fronteras infranqueables entre escritura y oralidad, entre autor, obra y lector, y entre todos los documentos que constituyen la memoria de la Humanidad. En este sentido, uno de los apartados más interesantes de este libro es el dedicado a las futuras bibliotecas digitales como verdaderas plataformas para el conocimiento, y no solo para el almacenamiento de información.

Erida

Desde joven ha sido lector papeludo; pero, a su edad, lo inquieta que el tren del progreso parta sin él. En consecuencia, ha adquirido un erida. Así pronuncia, con solapado rencor, el anglopalabro eReader. Lo incomoda la idea de parecer antiguo. Se queja en privado del chisme porque no lo puede oler como olía antes los libros tradicionales; porque, aún nuevo, lo tiene sucio de mugre digital; porque las azafatas lo obligan a desconectarlo durante los despegues y aterrizajes; porque si aprieta demasiado fuerte pasa varias páginas de golpe; porque añora en la estantería su cosecha de lecturas; porque no se puede alejar más de cuatro horas de un enchufe; porque los autores no le pueden escribir dedicatorias; porque ya trabaja todo el día delante de una pantalla. Su insatisfacción no le impide proclamarse entusiasta de los avances tecnológicos. Sin embargo, ha sido visto frecuentando a escondidas una librería.Fernando ARAMBURU