Juan Ramón Jiménez



"La obra y la vida de Juan Ramón Jiménez resume la historia de la poesía y la cultura de España en la primera mitad del siglo XX". Es una afirmación categórica, pronunciada esta mañana en la Residencia de Estudiantes por Alfonso Alegre. Categórica pero no descabellada. Basta comprobar con quién se carteaba el poeta onubense en esa época para calibrar la talla del personaje: Manuel Azaña, Menéndez Pidal, Ortega y Gasset, Gregorio Marañón, Manuel de Falla, García Lorca, Rafael Alberti, Azorín, Sorolla... La lista es demasiado larga para enunciarla con carácter exhaustivo. Así pues, la publicación por parte de la Residencia de Estudiantes del segundo volumen de su epistolario, el que va desde 1916 a 1936, es una mina para profundizar en el ambiente cultural de aquel periodo. Estamos hablando de 520 misiva en total, de las que 236 son inéditas.



Las fechas que enmarcan el volumen tienen una gran relevancia. En 1916, Juan Ramón Jiménez se casa con Zenobia Camprubí y publica Diario de un poeta recién casado, un libro que abre una sucesión de poemarios (Eternidades, Piedra y cielo...) que alumbraron el camino de la poesía a muchos jóvenes con pretensiones de hilvanar versos y metáforas. La de 1936 no requiere muchas explicaciones. Fue el año en que nuestros antepasados perdieron la razón por completo y se enzarzaron en una cruenta guerra, que llevó a Juan Ramón Jiménez al exilio.



En ese intervalo ocurrieron muchas cosas, claro. Una de las más relevantes fue el vaivén que sufrió su relación con los miembros de la generación del 27. "Ellos le reconocieron en un principio como su maestro. Juan Ramón les publicó sus primeros libros, pero él nunca se consideró así, un maestro, sino un magíster, alguien que no busca crear discípulos sino poetas", matiza Alfonso Alegre. Y lo consiguió: los jóvenes poetas terminaron volando solos, muy lejos, además, ya sin el auspicio suyo. Consiguieron matar al padre, que era lo que les correspondía. Una reacción normal, casi instintiva y, por tanto, Alegre le quita hierro: "Ha habido siempre una polémica sobre esto pero no debería ser así".



El caso es que hubo momentos de tensión de los que el libro da cuenta. Hay un telefonema, del 27 de junio de 1933, muy duro de Juan Ramón dirigido a Guillén: "Quedan hoy retirados trabajo y amistad". El motivo de esas palabras tajantes fue que Guillén no cumplió su promesa de ofrecer el primer número de la revista Cuatro vientos al autor de Platero y yo. En el último momento, brindó esa deferencia a Unamuno, del que Juan Ramón era un gran admirador, pero no por eso dejó de sentirse traicionado.



Aunque esas disputas, en su gran mayoría, acabaron reconduciéndose hacia el respeto y el reconocimiento de los logros recíprocos. "Juan Ramón escribió después para felicitar a Guillén por Cántico. Las diferencias personales nunca le privaron del juicio crítico. Y Guillén le escribió para felicitarle por el Nobel". Porque es cierto que el epistolario, visto por diversos medios como una fuente de innumerables controversias, está compuesto sobre todo por cartas que evidencian la "sensibilidad y delicadeza" del poeta de Moguer. Así lo explica Carmen Hernández-Pinzón, heredera de los derechos de Juan Ramón, un poco harta de ver cómo se "asocia su figura a la de un hombre protestón y enfadado con todo el mundo".



Lo cierto es que esa perspectiva resulta limitada. La colección de cartas la desmiente. Juan Ramón Jiménez tuvo sus más y su menos con diversos prohombres de nuestra cultura y nuestra política. Pero en su vida prevalecieron los encuentros amistosos y fraternales. Es algo que reconocieron al final esos jóvenes artistas que forjaron la edad de plata (palabra de Mainer) de las artes españolas, que, tras matar al padre, años después quisieron resucitarlo-reivindicarlo. Alberti, en sus memorias, lo dejó claro: "Jamás poeta español iba a ser más querido y escuchado por toda una rutilante generación de poetas"