Al concluir la lectura de El congreso de Literatura, se pregunta uno cómo es que esta obra había permanecido tanto tiempo inédita en España. La novela data de 1997 y no es una pieza menor en la trayectoria de César Aira (Coronel Pringles, Argentina, 1949). Aparte de ser un texto interesante y poderoso, escrito con un logrado tono de fábula-confesión aventurera, contiene todos los ingredientes a los que el autor nos ha acostumbrado: su fértil arte de la fuga, su libre búsqueda de formas y asuntos, su maestría para sumergirnos en mundos como ríos inverosímiles que nos arrastran gustosamente en su crecida. Pues Aira posee una deslumbrante capacidad magnética imanta-lectores.
La obra se estructura en dos partes: la primera, “El hilo de Macuto”, donde se anticipa la peripecia del escritor y científico protagonista en el trance de resolver, durante una estancia en una ciudad costera de Venezuela, un enigma que llevaba sin respuesta cuatro siglos, desde que un ilustrado pirata ideara un prodigioso artefacto mecánico. Este inesperado éxito y la consiguiente recompensa lo vuelve millonario. En esas favorables condiciones se inicia para él la segunda parte del libro: “El Congreso”, un encuentro de escritores en la andina -y también venezolana- ciudad de Mérida. El protagonista se vale de aproximaciones o “traducciones” para explicar las causas y el ambiente en el que todo fue gestándose en esas extrañas jornadas. Aquí el humor de Aira, junto con su curiosa percepción mediante un prisma naif entre el cómic y la ciencia ficción, juegan un importante papel.
Tras un “Había una vez”, se desgranará la increíble historia de este escritor-científico protagonista en su disparatado intento de clonación, en las alturas montañosas, de un genio que no es otro que Carlos Fuentes (presente, por cierto, con su esposa en la convocatoria). Este “parto de los montes” de un Gran Hombre transcurrirá en paralelo con las actividades del personaje principal (César), intelectual condenado desde joven a la falta de reposo y a la hiperactividad mental pese a que no cree poseer una inteligencia privilegiada sino sólo una humilde configuración cerebral adecuada para ciertas cosas, el producto único e irrepetible de sus experiencias y lecturas.
En la descripción de su manera de pensar y expresarse parece ofrecernos Aira un autorretrato de su peculiar forma de escritura. También cuando nos habla de su querencia por “figuras a la vez realistas e imposibles” (p. 75). Si en otros autores la inverosimilitud molesta, aquí el lector se deja seducir por el vuelo de una avispa mensajera capaz de robar una célula de Fuentes para provecho de la Humanidad. El frío científico quedará humanizado a través de pasajes en los que nos confía su faceta más sentimental: amores que le dejaron huella o su fallido matrimonio en cuyos compases finales quedó enganchado a alguna droga.
El congreso de literatura posee una escritura limpia e imaginativa, cautiva con la belleza de algunos de sus pasajes y con esa suerte de clarividencia alucinada que inunda de poesía las páginas finales, con el protagonista acompañado de Nelly en medio de una ciudad amenazada de destrucción que requiere de la épica de un héroe. Un divertimento muy serio, porque hace brotar la literatura.