Jaume Cabré. Foto: Jordi Soteras

Traducción de Concha Cardeñoso. Destino. Barcelona, 2012. 685 páginas, 21'60 euros

El merecido éxito de 'Yo confieso' (2011) ha llevado sin duda a reeditar esta nueva versión de 'Las voces del Pamano' que ya vio la luz en 2007. Es de esperar que en esta ocasión no pase sin pena ni gloria, porque Jaume Cabré (Barcelona, 1947) es uno de los cuatro o cinco narradores más sólidos con que contamos hoy.

El merecido éxito de Yo confieso (2011) ha llevado sin duda a reeditar esta nueva versión de Las voces del Pamano que ya vio la luz en 2007. Es de esperar que en esta ocasión no pase sin pena ni gloria, porque Jaume Cabré (Barcelona, 1947) es uno de los cuatro o cinco narradores más sólidos con que contamos hoy. Dado que se trata de un escritor catalán, resulta inexplicable que, a estas alturas, haya alguna obra suya que pueda leer un lector de Budapest -porque existe traducción al húngaro, pero también al francés, al rumano o al italiano, por ejemplo- y no otros de Madrid, Bogotá o Sevilla que no conozcan a fondo el catalán. Esta insuficiente difusión entre los lectores de español ha perjudicado al autor, que también cuenta en su haber con guiones cinematográficos y televisivos o ensayos.



Desde 1974, una larga trayectoria de relatos breves ha ido jalonando algunos de los principales motivos que desembo- carán en las novelas maduras del autor, como Yo confieso y ésta de Las voces del Pamano, que presentan ya un mundo propio y un estilo narrativo inconfundible. No cabe hablar, en rigor, de historia, porque ambas son una suma de historias, un entramado sutil de personajes, situaciones, épocas y marcos geográficos diferentes, una pluralidad de pasiones y conflictos desarrollados y resueltos con insólita hondura. Las voces del Pamano se sitúa en la imaginaria localidad de Torena y sus alrededores, en la comarca del Pallars, cercana a la zona pirenaica de Lérida, y abarca un dilatado período histórico, desde los años 20 del siglo pasado hasta la restauración monárquica posterior a la muerte de Franco, aunque la mayor parte de los sucesos narrados pertenece a los años de la guerra civil y de la primera posguerra, con la actuación intermitente de grupos de maquis que hostigan a los pelotones de militares, guardias civiles y falangistas que ocupan la zona.



La amplia perspectiva histórica permite mostrar la gestación lenta y subterránea, mantenida durante décadas, de relaciones de todo tipo, de amores y ansias de venganza, de oscuros secretos familiares, de ambiciones y afán ilimitado de poder. La dificultad inicial de composición radicaba en conjugar adecuadamente historias y peripecias en apariencia diversas sin perder el hilo narrativo y la concatenación de todas ellas. El resultado es de asombrosa perfección. Vertebrado por la omnipresencia poderosa de un singular personaje femenino, la altiva, implacable y apasionada Elisenda Vilabrú -especie de versión concentrada de la influyente familia Rigau en La teranyna (1984)-, a la que seguimos desde su temprano matrimonio sin ilusiones hasta su ancianidad, el microcosmos encerrado en la novela deja en la memoria del lector personajes y anécdotas inolvidables: Tina Bros, con su tenaz indagación del manuscrito y su fracaso matrimonial y materno; Oriol Fontelles, el maestro también fracasado que se debate entre pasiones contrarias; el alcalde Valentí Targa, implacable y rencoroso; la desventurada familia Esplandíu y su vengador, el "teniente Marcò"; los devotos y fieles servidores de Elisenda (Bibiana, el abogado Gasull, Jacinto Mas); el marmolista Serrallac y Rosa; clérigos como August Vilabrú y el P. Rella; hijos enfrentados a sus padres, como Marcel o Arnau...



Estos y otros personajes, diseñados y perfilados con esmero, van y vienen por las páginas del relato, que rehúye el orden cronológico y mezcla tiempos distintos, anticipa sucesos que luego se detallarán o vuelve atrás para descubrir detalles que aclaran o completan algunos hechos. (Un ejemplo entre muchos: la actuación del pelotón de la FAI de Tremp, que origina las muertes y represalias posteriores que se mencionan reiteradamente, no se narra hasta las páginas 576-577). La mezcla de tiempos y voces narrativas sin solución de continuidad se produce a veces dentro del mismo párrafo: "Elisenda no estaba ni bien ni mal; había retrocedido sesenta años en el tiempo […] porque en mala hora volví a oír los aullidos y ahora me pareció que venían de dentro…" (p. 620). O se introduce sin más la primera persona en un relato en tercera: "Dos horas después, Elisenda lo liberó de sus cadenas, y le aseguró que no sería la última vez, porque eres la única persona, única en el pueblo y en todas las montañas" (p. 295)



En ocasiones, una escena vuelve a narrarse desde otro punto de vista, como sucede en el despido de Quique por parte de Elisenda (págs. 313 y 361-362) o en el coloquio entre Elisenda y el P. Rella de las páginas 226-227, recordado y reproducido más adelante (p. 375). A la manera de lo que sucede en una composición musical, los motivos se esfuman y reaparecen como variantes de diversas líneas melódicas, y el hecho de que la misma escena abra y cierre la extensa narración acentúa la impresión de que nos hallamos ante una obra compuesta con el rigor casi matemático de una sinfonía.



El contraste entre apariencia y realidad, motivo básico materializado en los secretos y engaños que mantienen muchos personajes (Elisenda, Oriol, Gasull, Jordi, Serrallac y otros), se resuelve en el uso del monólogo interior dentro de un diálogo para traer a la superficie del texto lo que se dice y lo que se oculta, como en la conversación entre Elisenda y Escrivá de Balaguer (págs. 386-388) y en otros lugares de la narración. En el extremo opuesto, un diálogo incompleto, convertido en puros retazos de conversación, sirve para sugerir el final de Jacinto Mas (págs. 556-559). Y el engaño supremo es el proceso de beatificación de Oriol, conseguido con dinero y testimonios falsos. Pero no hay que olvidar la otra línea temática de la novela, que se refiere a la tergiversación de una historia escrita siempre por los vencedores y cuya versión cambia sólo con el tiempo, como simbolizan las renovaciones en los nombres de las calles o las lápidas mortuorias que tallan y rehacen años después Serrallac y su hijo.



Esta variadísima escritura, repleta de matices y que no renuncia tampoco a los hallazgos verbales ("cansada, triste y sobre todo, con la dignidad agrietada", p. 153; "se fue hacia el rincón en el que bostezaba un confesionario pequeño", p. 340; "fueron desapareciendo después de toser el primer cigarrillo del día", p. 347), recupera también la invención cervantina de la burla paródica de estilos en distintos pasajes: léase la sutil parodia del discurso pedagógico (p. 352) o del discurso de beatificación (p. 468), pero también la especie de credo laico de Tina y Jordi (p. 560) o la verborrea médica con que salpica sus intervenciones la petulante Cecilia Báscones ("A este santo le produce ictericia una eritropeyesis ineficaz", p. 64), así como el cortejo de títulos y honores que, como un eco valleinclanesco, sigue a cada mención de ciertos personajes.



Pero, más allá de la perfección de la técnica narrativa y de la excelente prosa que la sostiene -conviene señalar que impecablemente traducida-, Las voces del Pamano recoge un conjunto de historias de rara densidad. La de Elisenda Vilabrú, en la que el amor, el despecho, el afán de venganza y el sentimiento de culpa llegan a extremos conmovedores, ocupa en el relato un lugar central por su descarnada veracidad, y pocos personajes pueden encontrarse en nuestra novela contemporánea de tanta hondura psicológica. Pero apenas hay en esta masa coral un solo tipo, incluso los de aparición esporádica, que no produzca análoga sensación de realidad posible y verosímil. Torena y el Pamano tienen ahora, gracias a la literatura, una existencia perdurable, aunque no figuren como tales en el mapa. La creación de un mundo propio, enraizado en una situación histórica a la que se superponen con fuerza, sin embargo, los sentimientos y comportamientos de personajes que ocupan el lugar predominante, es privilegio reservado a los novelistas de verdad, y éste es el caso de Jaume Cabré.