Claudio Magris. Foto: Antonio M. Xoubanova
La Feria del libro regresa al Retiro para retar a la crisis que no cesa. Desde hoy y hasta el 10 de junio libreros y editores se batirán en cantidad, con 356 casetas, siete más que en 2011, y en calidad, con un invitado de excepción, Claudio Magris, embajador de la literatura italiana, gran protagonista de la cita, y al que entrevistamos 'nel mezzo del cammin' entre su Trieste natal y el Turín que le hizo escritor, trayectoria que recoge una reciente antología italiana de sus escritos publicada en la colección Meridiano. Además, Gabriele Morelli repasa la literatura actual del país vecino y presentamos a su nueva generación de narradores.
El mito habsbúrgico, primer libro de Claudio Magris y una de las piezas que se acaba de volver a publicar en la colección Meridiano, debe no poco a la intolerancia juvenil: "Fue así como tomé distancia de Trieste, mi ciudad y llegué a Turín para iniciar estudios universitarios. Bajo la Mole, la nostalgia me llevó a atender a las glorias locales, hasta entonces ocultas tras Dostoievski, Proust, Tolstoi. Frecuentándolas en los libros (y en carne y hueso), me remontaría al mundo habsbúrgico, el tema de mi tesis de fin de carrera preparada con Leonello Vincenti. Finalmente comprendía el sentido de la literatura austríaca. Sin Turín yo no habría escrito".
El café triestino San Marco es la colmena de Claudio Magris. Un microcosmos en forma de ele, una clepsidra que, puntualmente, renueva su pacto con el tiempo, un ágora de silencio, de billetes que se confían al fantasmagórico camarero, de conversaciones que respiran tregua, ilusionando a los clientes habituales inmersos en sus futuras obligaciones.
El San Marco es una de las oficinas del autor, quizá la más importante. Día tras día, garabateando. Como garabateaban los bohemios del vienés Café Central, defendiendo, "irónicos y desilusionados, un margen extremo de irreductible individualidad, las astillas de un encanto...". La casa de Peter Altenberg, "el poeta sin casa", es un pasaje de Danubio (Anagrama, 2004), aquel inventario de civilización que, advierte Magris, "exige tres agradecimientos en particular: a Marisa Madieri -fue ella quien tuvo la primera idea, conduciéndome, con nuestros hijos, a perder el tiempo paseando por la orilla del río más amarillo que azul, hasta el Mar Negro-, a Alberto Cavallari, entonces director de Il Corriere della Sera -me invitó a pasar unos días en Viena y me exigió volver- y a Paolo Bozzi, compañero de viaje que me ha enseñado a ver las cosas. Pero cada libro debe a muchas personas. Por ejemplo, Jole me eliminó una página que estropeaba el final de A ciegas (Anagrama, 2006). Yo lo sabía, muy en el fondo, pero no quería admitirlo".
Tras Italo Svevo y Umberto Saba, Claudio Magris es el tercer triestrino que publican en la colección Meridiano. Se suceden, una tras otra, las cervezas en el San Marco. Como en la parisina Brasserie Dauphine de Maigret y, quien sabe, quizá también de Joyce. Algo como en "Después de la tristeza', el poema del Cancionero: "Y de las cervezas disfruto lo amargo". "Svevo, ninguno como él -recuerda Magris- comprendió la transformación que le espera al hombre, la caída en el abismo nihilista. Zeno se percata de que el peligro no está en ser infeliz, sino en no desear la felicidad. Y Saba, es decir, la capacidad para decir todo, más allá del bien y del mal: aquello que Nietzsche quería ser. En él no hay moral, como tampoco la hay en el niño y en la vida, cuando quienes mandan son la felicidad o la infelicidad.
Trieste y más allá. La Grado (la ciudad) del poeta Biagio Marin. Un verso suyo sella Danubio: "Haz que mi muerte, Señor, sea como la corriente de un río hasta el gran mar". Parece que no es generosa la musa propia con Magris. "A mi dialecto triestino, que hablo siempre, incluso discurriendo sobre Kafka, sólo recurrí literariamente en La exposición (Anagrama, 2003), una obra de teatro, en la parte en que se da voz a la destrucción, al grado cero".
En la recopilación de Meridiano el teatro tiene su lugar en el monólogo Stadelmann, el secretario de Goethe que nunca consiguió comprender "qué fiesta hay que disfrutar", a diferencia del Poeta, al que "no le importaba que nada, ni siquiera la poesía, turbara la fiesta de la vida". "Me inclinaría por Goethe -Magris no duda-. Aunque haya poco que celebrar, reconozco que he sido, que soy, un hombre afortunado".
Del artificio creador de Fausto a Thomas Mann -el Panteón alemán como espejo- que retrata al artista como un ser no moral, "aunque sí estético". "La literatura no tiene por qué obedecer a una obligación ética, si bien, en ciertos casos parece obligada a ello. Da cuenta más bien de la existencia humana, con su comedia y su inaceptable tragedia. Ya en el Evangelio -Magris acude a San Mateo- se anuncia que el sol brillará sobre los malvados y sobre los buenos, sobre Mengele y sobre Primo Levi".
Trieste y más allá. La Gorizia de Carlo Michelstaedter. El filósofo de La persuasión y la retórica, toda una tesis de licenciatura elevada a categoría de brújula del siglo XX, acabará matándose en 1910. "Es el testimonio del presente el que estamos destruyendo continuamente, incapaces de vivirlo, enfrascados como estamos en el momento sucesivo, o prisioneros de aquel que nos precede. Se distingue por la fuerza con la que nos advierte de que el pensamiento occidental está penetrado por un drama similar".
Trieste y Trieste. Bobi Bazlen, embajador en Italia de la literatura centroeuropea que fomentará dede el catálogo de la editorial Adelphi. "Nunca tuve un encuentro con él -Magris deja entrever un gesto de extrañeza, que disimula alzando la mirada sobre las máscaras del San Marco- Pero no creo que tuviéramos mucho que ver. Deduzco que, en su caso, existía una leve distancia entre inteligencia y comprensión".
Sólo, tal vez, en una ocasión Magris conversó con Bazlen, en Lejos de donde (Eunsa, 2004) llevando la contraria a Joseph Roth que, en sus cartas, maltrataba a Thomas Mann, "cuyo espíritu no está a la altura de su talento. En resumen, como diría luego Bobi Bazlen, dotado de más Leistung que de Substanz.
Lejos de donde. Roth y el exilio judío. "En realidad -puntualiza Magris- es Isaac Bashevis Singer el rostro del exilio. La tradición judío-oriental es para Roth una realidad perdida. Para él es un epígono. A diferencia de Singer, que ve en ella la posteridad viva. De Singer brilla un cuento, en los años sesenta, una especie de Paolo y Francesca yidissh. Le hice llegar mi entusiasmo".
Van y vienen las nubes en el cielo de Trieste. ¿Por qué no celebrar el Meridiano de Magris - un espíritu que ve sin ser visto, imitador de Bashevis Singer- escuchando en tu corazón la lírica voz griega del poeta véneto Virgilio Giotti?: "Lluvia torrencial. Paraguas negros / Derechos, torcidos, en coro. Escampa. / El hombre se ha parado / bajo un paraguas".