Claudio Magris. Foto: Doménec Umbert

Venía Claudio Magris (Trieste, 1939) con un pequeño regalo por el Paseo de Coches del Retiro. Lo llevaba en una carpeta blanca. Eran unas pocas páginas impresas con un texto. Al autor italiano, il Professore, como se le conoce en su tierra, casi con veneración, le tocaba en esta calurosa tarde de mayo inaugurar la 71 ª edición de la Feria del Libro de Madrid. Entró en el atestado Pabellón del Banco Sabadell, en buena parte ocupado por compatriotas suyos, a las siete y media de la tarde. Acababa de aterrizar a las cinco y en un hombre de su edad esas premuras temporales le habían fijado en su rostro la huella del cansancio ("Estoy muy fatigado", reconocía a Elcultural.es tras su lectura en un charla breve que ha precedido a la cena organizada por la Embajada de Italia en su sede en honor del escritor).



Antes de leer las páginas citadas, Magris prefirió entrar en materia con otro texto, de título llamativo Si el luto de Antígona se adapta al Caribe. Magris ha recordado el conflicto entablado por el rey de Tebas Creonte y por Antígona, que quiere dar digna sepultura a su hermano Polinices contra la orden del primero, que ha ordenado que, por traidor, su cadáver quede en las afueras de la ciudad expuesto a las aves carroñeras. Entre ambos se tensa la dialéctica de la conciencia frente a la ley, de la ética contra el derecho positivo.



Para Magris, esa dicotomía en dos polos opuestos "debe ser solventada por la política". "Ella es la que debe mediar para hacer que las normas que rigen nuestra convivencia sean lo más humanas posibles y se acerquen, cuanto más mejor, a los dictados morales de los hombres". Una teoría que suscribe junto con pensadores (y juristas) como Bobbio y Ascarelli. Pero Magris se ha llevado esta batalla teórica al Haití de los años 50, en el que el autor de esta isla antillana Morisseau-Leroy escribió su propia versión de la tragedia griega de Sófocles, en lengua criolla, que mezclaba el francés con vocablos y estructuras de ascendencia africana, patrimonio de los esclavos negros.



"La frase que caracteriza a Antígona, tras el edicto de Creonte contra su hermano, es 'Te digo que no'; y lo que hace a un negro un hombre en el Haití de esa época es también su capacidad de decir no", advertía el autor triestino, catedrático en Lengua Alemana, aunque también confesaba que nunca se podría plantear la escritura italiana en esta lengua.



Lo suyo es el italiano, y en esta lengua, asentada, cuya raíz más profunda hay que ir a buscarla seguramente a la región de Toscana, Magris está escribiendo la que será su próxima novela. En la carpeta blanca traía una especie de relato sucinto de lo que es un proyecto más ambicioso. Era un texto inédito que ha leído ante una expectante concurrencia. La historia, que, por supuesto, tiene sus licencias literarias, parte de la figura de Diego de Henríquez, un triestino de origen español que durante la II Guerra Mundial se le ocurrió crear en su ciudad natal (también la de Magris) un museo dedicado a la guerra. Durante años, casi cuatro décadas, acarreó armamento, uniformes, banderas, escudos hasta el edificio donde albergó el que, a posteriori, el ayuntamiento de Trieste denominó y oficializó como el Museo de la Guerra por la Paz.



De Henríquez parecía tener la ingenua creencia que, en alguna medida, retirando esas armas de la circulación se aseguraba que nunca más se utilizarían para matar a persona alguna. De ahí que la contradictoria nomenclatura del museo tenga su sentido. Él murió en un incendio que se declaró en el mismo museo, en uno de sus depósitos. Lo que para algunos fue un simple accidente, para otros fue un asesinato. Se piensa que De Henríquez podía estar en posesión de algunos documentos comprometedores. En fin, la 'dietrología' clásica italiana (detrás de cada caso no cerrado con pruebas definitivas y contundentes afloran las teorías conspiranoicas). Magris confiesa que está empeñado en esta historia, aunque no parece todavía tenerlas todas consigo: "Estoy escribiendo un poco instintivamente, de manera salvaje, lo hago siempre así, hasta que renunció o veo que lo que llevo escrito merece verdaderamente la pena". Y remacha: "Ahora estoy todavía en esa fase en que no sé si la criatura será niño o niña". Ríe Magris mientras lo arrancan de su asiento. Hay prisa. La cena espera. A presto...