Damiano y Barceló en el taller africano. Foto: Óscar Fernández Orengo
"Todo empezó mientras estudiaba Historia (cuenta Damiano). Escogí una asignatura sobre pintura española, y quedé fascinado por la obra del pintor mallorquín. Me interesan mucho los pintores barrocos españoles y también los expresionistas americanos, y en la obra de Barceló veo un poco de ambas corrientes. La universidad me concedió una beca para escribir un ensayo sobre este artista y me trasladé a España para recopilar información, realizar entrevistas y ver de cerca su obra. Un día hablando con Mariscal sobre el arte de Barceló, del que es muy amigo, me dijo que tenía que conocerlo. Lo llamó a su móvil y me lo pasó para que lo saludara. Él estaba en ese momento acabando la cúpula de Ginebra y me invitó a la inauguración".
El joven estudiante no se lo pensó dos veces y acudió a la capital suiza, dónde conoció al pintor mallorquín y pudo hablarle de su proyecto. A Barceló le gustó, y le invitó a visitarlo en su estudio parisino. Damiano acabó su ensayo, lo presentó en la universidad y, paralelamente, decidió que ese material que había recopilado podía servirle como punto de partida para escribir algo más profundo y personal. Entonces llegó la gran sorpresa, ese golpe de suerte con el que los humanos nos encontramos de vez en cuando en la vida: Barceló le invitó a pasar una temporada en su taller del Marais, residiendo junto a él. Y esa temporada se alargó a los primeros seis meses de 2009.
"Durante el primer mes hablamos muy poco. Barceló es una persona muy natural y cercana, pero al principio resulta un tanto reservado y suele mostrar una cierta timidez. Al cabo de un tiempo ya nos fuimos acostumbrando el uno al otro y en alguna ocasión hasta me dejó entrar en su estudio para verlo trabajar, cosa a la que en principio se mostraba muy reticente. Le gusta trabajar solo, con la música muy alta. Tiene un ayudante que en ocasiones le prepara los lienzos y las pinturas, y una secretaria que le resuelve las gestiones y le organiza los viajes. Por las mañanas acostumbra a quedarse en casa dibujando, y hasta después de comer no va a su taller. Allí trabaja hasta bien entrada la noche, muy a menudo hasta las 12 pasadas. Después, cuando vuelve a casa suele leer durante unas cuatro horas, no necesita dormir mucho".
Barceló le abrió poco a poco las puertas de su círculo más íntimo, tanto personal como profesional, de modo que Damiano pudo adentrarse en la parte más desconocida de este pintor que vive su relación con el arte de una manera muy profunda ya que "todo lo que hace -afirma el autor-, desde sus lecturas, sus diarios, sus viajes, sus búsquedas en Internet, sus consultas en atlas antiguos, sus revisiones de láminas de botánica o libros sobre peces … todo es por y para su arte. Tiene una relación muy física y muy directa con la naturaleza, debido a su infancia mallorquina, siempre al aire libre y en permanente contacto con el mar y la arena. Y eso se refleja en su obra. Y él mismo reconoce que el arte se lo da todo y a la vez le hace sufrir mucho, lo que le lleva a destruir lienzos y papeles más a menudo de lo que le gustaría".
Damiano, que se confiesa absolutamente cautivado por la obra y el personaje del artista mallorquín, reconoce que su manera de acercarse a Barceló no ha sido desde la crítica del arte puesto que él no es un experto en la materia, sino desde el punto de vista de un escritor curioso que ha querido profundizar en el retrato humano de un hombre brillante y complejo, con sus luces y sus sombras, sus miedos y sus ambiciones personales, con un pasado singular a caballo entre el regusto nostálgico del que fue un joven radical y romántico y el presente del que se ha convertido en uno de los grandes nombres del arte contemporáneo internacional, un mundo oscuro y difícil en el que ha encontrado la gloria pero también el fracaso.