La huida de los intelectuales
Paul Berman
15 junio, 2012 02:00Presunto líder de Al Qaeda en plena rueda de prensa.
Es un buen tema y ha atraído la atención de otros escritores (el británico Nick Cohen, por ejemplo, lo analizaba en What's Left? How the Left Lost Its Way [¿Qué queda? Cómo perdió el rumbo la izquierda]. De hecho, esta idea es tan fértil, tan atractiva como objeto de estudio, que hasta podríamos hablar de una categoría diferenciada de libros recientes dedicados a tratarla en detalle. Seduction of Unreason [La seducción de la sinrazón] de Richard Wolin, sobre el romance intelectual con el fascismo, es un ejemplo destacado, escrito desde la izquierda. End of Commitment [El final del compromiso] de Paul Hollander, sobre los intelectuales, los revolucionarios y la moralidad política, es otro, esta vez desde la derecha. Los muchos libros escritos en los últimos 20 años sobre la complicidad de Heidegger con el nazismo constituyen otros ejemplos.
La obra maestra, sin embargo, sigue siendo La traición de los intelectuales, de Julien Benda. Este libro, escrito en 1927 por uno de los principales intelectuales franceses de principios del siglo XX, puede considerarse la obra inaugural de la serie. Los libros de Berman pueden interpretarse muy bien como reformulaciones (en su propio registro, por supuesto) de la polémica de Benda contra sus compañeros intelectuales. Para Benda, el intelectual traiciona su vocación cuando pone en peligro su compromiso con los valores universalistas. La tentación de correr dicho riesgo, sostiene, radica en el atractivo del sentimiento nacional, al que los intelectuales están muy dispuestos a subordinarse. Y la función que asumen como nacionalistas es la de conceptualizar los odios políticos. Benda, un defensor de Dreyfus, deploraba el entusiasmo de algunos escritores franceses por desempeñar esta función degradada e ignominiosa.
Para Berman, la tentación de los intelectuales contemporáneos tiene una composición un tanto diferente. Está compuesta por los siguientes elementos: la falsa identificación de los valores liberales con un Occidente opresivo y del islamismo político con un tercer mundo oprimido; una oposición irreflexiva e incondicional a cualquier despliegue de poder estadounidense; una cierta ceguera, e incluso un sentimiento de ternura, en relación con las expresiones contemporáneas de antisemitismo.
Berman se posiciona en contra de estas traiciones a la vocación, teñidas en algunos casos de odio hacia uno mismo y derrotismo. Y aunque hay ligeras insinuaciones de declive de la civilización en su obra, como lamentándose de que los intelectuales de hoy no sean lo que eran antes, sus argumentos siempre están bien construidos. Es un escritor elegante e irónico y tiene dos blancos. Primero, fija su mira en el académico musulmán Tariq Ramadan, a quien contrasta con la admirable y valerosa laicista Ayaan Hirsi Ali. Y segundo, desafía a los analistas Ian Buruma y T. Garton Ash por apoyar con reservas a Ramadan y menospreciar a Hirsi Ali, y señala el "tono de desdén que tan frecuentemente se cuela en los debates" sobre ella, los "despectivos desprecios masculinos de la intelectual feminista más famosa que ha dado África". En resumen, Berman opina que la admiración generalizada por Ramadan es inmerecida y le considera una figura siniestra con un programa siniestro mientras deplora la intimidación y la violencia dirigidas hacia ese "subconjunto de la intelectualidad europea (especialmente su facción musulmana librepensadora y liberal)" que "solo sobrevive gracias a los guardaespaldas". Esto, concluye Berman, no se ha visto en Europa Occidental desde la caída del Eje. "El miedo - el miedo mortal, el miedo a ser asesinado por unos fanáticos presas de una ideología estrafalaria- se ha convertido, para un número considerable de intelectuales y artistas, en un hecho elemental de la vida moderna".
Berman identifica la duplicidad como una parte del problema de Ramadan, es decir, su tendencia a decir cosas diferentes ante diferentes públicos y a hablar de forma tan equívoca como para ser entendido de distintas formas por esos públicos. Hay "una oscura mancha de ambigüedad" que "invade todo lo que escribe sobre el tema del terror y la violencia". Además, su lenguaje conciliador, su proyecto de definir un islam minoritario en paz dentro de la democracia liberal, resulta un tanto falso, y esa otra postura más radical que defiende de vez en cuando refleja con más exactitud sus verdaderos puntos de vista. Esta duplicidad está bien documentada ahora. La periodista francesa Caroline Fourest ha escrito todo un libro sobre el tema, con un título que revela su argumento fundamental: Brother Tariq: The Doublespeak of Tariq Ramadan [Hermano Tariq: el doble lenguaje de Tariq Ramadan]. Berman contribuye a este desenmascaramiento de Ramadan.
Otra parte del problema de Ramadan radica en su pedigrí político y familiar, que él no ha repudiado pero que presenta de manera falsa. Es en su análisis de este pedigrí donde el libro de Berman realmente despega. Ramadan es el nieto de Hassan al-Banna, el fundador de la Hermandad Musulmana. Es un "hecho terrible" que el "entorno personal de Ramadan -su abuelo y su padre, sus contactos familiares, su tradición intelectual- sea precisamente el entorno que tiene la principal responsabilidad de generar la teoría moderna del terrorismo -suicida religioso". Como su abuelo, escribe Berman, Ramadan desea un regreso a una época lejana, caracterizada por la pureza religiosa, en la que toda disensión estará necesariamente ausente. Es un pasado imaginado, por supuesto, y un programa político imposible. Además, "en un mundo político moderno forjado por el auge de los islamistas", escribe Berman, "ncluso algunos de los pensadores más atractivos tienden, si han caído bajo una influencia islamista, a sentir debilidad por el terrorismo suicida. Y debilidad por el antisemitismo".
Berman puede ser considerado con justicia el Benda de nuestra época. En La huida de los intelectuales continúa con su trabajo de redimir el buen nombre de los intelectuales desenmascarando a los corruptos que hay entre ellos.