Juan Antonio Masoliver Ródenas
Acantilado. Barcelona, 2012. 96 páginas. 16 euros
Refiriéndose a los días pasados, escribió William Wordsworth en The Prelude que “cuando pienso en ellos/ parezco dos conciencias -conciencia de mí mismo/ y de algún otro ser”. Es el don que concede la memoria, estar recordando y ser recordado y es esto lo que sucede en los poemas de ese Paraíso a ciegas.
Juan Antonio Masoliver Ródenas (Barcelona, 1939), profesor de literatura, autor de novelas donde la ficción y lo autobiográfico se trenzan en el discurso, como en Beatriz Miami, crítico literario y poeta, articula este nuevo libro desde una posición cercana al final de la vida -“empieza el dulce ascenso/ hacia la nada”- y desde allí da suelta a la memoria que es, dice, “tan sólo un espejismo”. Sin embargo, tiene la fuerza, si no más, de lo real, tanto que produce ese efecto del que habla Wordsworth y que por ese desdoblamiento es un camino para el conocimiento, que es una de las razones que dan sentido y valor a estos poemas y que no deja de estar presente en ellos: “permitidme que en la locura / adivine quién soy”.
Atraer los recuerdos, lo vivido, no es nuevo en la obra de Masoliver: en Sònia (2008) se leía: “tan sólo me queda la memoria”, pero ¿es que es poco?, ¿acaso somos algo distinto de la memoria, que nos hace y nos deshace? El personaje peregrina por lo vivido: se sienta en el poyo en que se sentaban sus abuelos, visita las sucesivas casas habitadas, se alude a escenas y anécdotas infantiles, el padre, la madre, los amigos muertos, todo lo perdido sale del silencio como los jardines recordados y que son ahora “jardín del olvido”, aunque antes de que lo sea para siempre regresan a los poemas superponiéndose a otras escenas y otros jardines,y el discurso se enriquece y se hace goce para el lector.
Otros componentes de este Paraíso a ciegas son el amor y el erotismo: el sentido de la vida, el primero al fin tema último del libro; y el otro, una de las caras de una sensualidad mucho más general que colabora a la fruición de la lectura. No faltan las reflexiones sobre la escritura, el significado de escribir, que da la palabra a lo vivido y vida al sujeto: “soy/ las palabras inútiles que escribo”. No son tales: el placer que dan estos poemas lo desmiente.