Según palabras del propio autor: «La cárcel puede ser un lugar sin muros, una extensión demasiado amplia como para pensar en escapar, una anulación del deseo de huida». Esa es la metáfora que se esconde bajo el título de la historia de Jonás, un frustrado escritor de treinta años que lucha por escribir su segunda novela. Hay algo de metafísico en su combate, ya que acaba de sobrevivir a una terrible enfermedad. Y también, según descubrimos luego, hay una huida en su buscado aislamiento, que poco a poco dejamos de percibir con la inocencia de las primeras páginas. Un acto abominable arrojó a Jonás a una particular huida, en la que todo -novias, amigos, bares, borracheras- se hace prescindible. Madrid es aquí un paisaje tan distante que nos recuerda a esos falsos corales y esos buques en miniatura que se colocan en el fondo de las peceras.
También hay mucha ambición en esta novela, y eso es, sin duda, lo que la hace diferente, poderosa. Encontramos diferentes voces narrativas, algunas de las cuales se nos desvelan sólo al final; también introspección, análisis, una cierta anatomía del tormento humano, de la culpa y la redención. Todo ello se nos revela, con inusitado aplomo, a medida que avanza la novela. Y es que existe, como dice Soto Ivars, un lugar desolado y gélido que está dentro de nosotros mismos, y que es mucho peor que el más terrible de los exilios imaginables. De ese lugar es de lo que trata esta novela. Recapitulando: he aquí hay una historia que se trasciende a sí misma y que profundiza en las oscuridades del alma humana.
Es necesario estar atentos a lo que Soto Ivars haga en un futuro, tanto si sigue la estela de cualquiera de sus entregas anteriores como si decide emprender un nuevo camino y echarse un tercer escritor a cuestas. Mientras tanto, no desaprovechen la oportunidad de comenzar a conocerle leyendo una buena novela que es, además, un debut deslumbrante.