diana, 2012. de la exposición METAMORPHOSIS: TITIAN 2012 en la National Gallery de londres

Edhasa. Barcelona, 2012. 565 páginas, 22 euros

Miguel Dalmau aborda cómo en los últimos dos siglos se ha consumado un "pudorcidio", la extinción del recato.

Con una larga y variada carrera literaria a sus espaldas, Miguel Dalmau entrega al lector páginas que, escritas desde la pasión, pretenden indagar en la psicosociología femenina. Su vector de avance y penetración lo sitúa en el ángulo que la tensión de la liberación de la mujer forma con el pudor. Desde ahí y con un discurso historicista trata de urbanizar un territorio erizado de dificultades. Instalado en Mallorca, su nacimiento en Barcelona en 1957 sitúa a Dalmau en esa cohorte de españoles -baby boomers- que sufrieron la represión sexual y cultural del franquismo. Un buen día, cumplidos los 50, le regalaron un ordenador y descubrió que la web era una perfecta ventana para contemplar un verdadero putiferio. Eso y el espectáculo de los cuerpos al sol que pueblan su isla debieron de empujarle a realizar una investigación para descubrir cómo ha sido posible que aquello que escandalizaba a sus abuelos hoy pase inadvertido.



El hilo conductor de este medio millar de páginas es la historia de la liberación de la mujer y la pérdida generalizada del pudor desde principios del siglo XIX hasta la actualidad. A lo largo y ancho de dos siglos se va consumando lo que el autor denomina un "pudoricidio" o, dicho de otro modo, la extinción del recato y la modestia a la que se refería la palabra de origen latino, pudor. Desbancado el elemento de la personalidad destinado a proteger la intimidad de las personas, la instalación social del impudor parece haberse hecho inevitable.



Consciente de que el pudor tiene un crucial componente personal y cultural, Dalmau circunscribe su texto a la sociedad occidental, y sitúa el comienzo de su indagación en los años en los que Goethe tiene a Lord Byron (1788-1824) como "el primer talento de su siglo", pese a que tuvo que abandonar Inglaterra por sus escándalos y amores turbulentos con su hermanastra Augusta. Tras este primer pudoricida, la vida de su contemporánea, la escritora francesa Georges Sand (1804-1876), refleja la vida del artista que desafía el orden burgués, como muy bien pone de manifiesto Éduard Manet (1832-1883). "Desde el siglo XVIII las pudoricidas francesas han sido las más cultivadas". Así entra Dalmau para mostrar a Claudine Colette (1873-1954) como la escritora de vida y obra más impúdica de una generación que, tras el impacto de la Primera Guerra Mundial y el auge de la fotografía y el cine, comienza a exhibir el desnudo con un descaro hasta entonces nunca visto.



En los años de la República de Weimar, Apollinaire (1880-1919), Breton (1896-1966) y el resto de los surrealistas hacen de la mujer el centro del universo, y la respuesta de artistas como la pintora Leonora Carrington (1917-2011) no se queda corta. La libertad sexual alcanza cotas nunca vistas empujada por un nuevo valor social que acabará por imponerse y generalizarse a lo largo del siguiente siglo: la intimidad. En 1928, Virginia Woolf (1882-1941), "la escritora más grande del siglo XX", reclama en su célebre conferencia de Girton College en Cambrige "una habitación propia". El viejo orden patriarcal se tambalea y la ascensión del comunismo, del fascismo y del nazismo es un mal presagio para un viejo orden que caerá tras la II Guerra Mundial. En mayo de 1949 aparece en París el primer volumen de El segundo sexo, de Simone de Beauvoir, uno de los libros esenciales para entender el desarrollo del feminismo. Su tesis central es que no se nace mujer, se llega a serlo a través de una construcción social. Tres años más tarde, en 1952, también en París, se publica Lolita, la novela en la que Nabokov escribió en Estados Unidos a bordo de un Buick. En Lolita se retrata una fauna que hoy se da con demasiada frecuencia.



La oleada de inconformismo que supuso mayo del 68 fue un trampolín para la liberación de la mujer, y la ruptura de los viejos valores vinculados al pudor es empujada por las publicaciones de Betty Friedan, Kate Millett o Shulamith Firestone. Todo converge en la ruptura de viejos moldes. El orgasmo femenino es reclamado de modo público por vez primera, mientras el Concilio Vaticano II marca un cambio en la política eclesial pese a que la sociedad europea es cada vez más laica. A partir de los 70 se levanta definitivamente la veda. Desde California a Japón la industria cinematográfica explota la creciente sexualización social. El pubis se filma de frente, caen los hitos del pudor como las fichas de dominó. Películas como El último tango en Paris (1972), Emmanuelle, El portero de noche o Saló proponen una cinematografía que va más allá de los límites del pudor. El imperio de los sentidos (1976) del director Nagisa Oshima es igualmente una invitación a quemarse en el fuego del deseo y entrar en un espacio prohibido. Pero la impudicia no era producida únicamente por el cine. Grupos como Sex Pistols, The Clash o Patti Smith comenzaron a hacer un punk capaz de escupir obscenidad a los cuatro puntos cardinales a la vez que adoptaban puntos de vista feministas e intelectuales: rebeldía y lo que entendían como lucha por un mundo mejor.



La figura escogida por Dalmau para representar el cierre del siglo XX es Corinne Day. Cuando nació en 1962, su madre regentaba un burdel y su padre atracaba bancos. Después de dar varios tumbos acabó de directora de arte de la revista inglesa The Face, y desde sus oficinas promocionó la estética grunge, "un estilo descuidado que aspiraba a desmarcarse de la moda tradicional" y que mostraba a unas modelos extremadamente delgadas y que se alejaban de lo que entonces se consideraba convencional. Chicas sin maquillaje, demacradas y en poses que no favorecían ni su ropa ni su figura. En el número ya legendario de marzo de 1993 The Face sacó el reportaje fotográfico que la propia Corinne Day había realizado de Kate Moss. La sacó semidesnuda en la revista pese a los quince años de la modelo. Tirada sobre la moqueta en una habitación casi sin muebles, de frente, sin apenas maquillaje y en posturas inusuales. Esa estética y su modo de entender ciertos valores se extendió como la pólvora y comenzó a denominarse "chic heroin" (heroína chic). El grunge, que había comenzado como un "estilo" musical a caballo del punk y del heavy metal, se convirtió en una subcultura en la que hubo gente que como Kurt Cobain acabó en el cementerio de modo prematuro.



Con Internet el porno se expande, profundiza y enriquece. Aparecen nuevos realizadores como Andrew Blake. La red se convierte en la tecnología de la sociedad del espectáculo de la que hablaba Guy Debord. Los rituales confesionales hacen una exhibición pública de la intimidad, y el pudor es llevado al "altar del sacrificio". Aparecen pornoblogs y, como sostiene Dalmau, Internet cumple la paradójica función de "liberar el instinto sexual del individuo sin las ‘trabas' convencionales de la civilización".



En este volumen, Dalmau lleva a cabo un enorme esfuerzo analítico por mostrar la práctica desaparición de la discreción o la modestia como valores sociales. Su esfuerzo se inscribe en la línea que desde Aristóteles hasta Max Scheler marca su inquietud ante el impudor y la desvergüenza. Por desgracia, en un intento de tal envergadura quedan siempre vías por indagar. Se cierra este itinerario histórico por el impudor planteando una interrogación imposible de resolver acerca de la bondad o maldad del pudor y remitiendo al famoso libro de Giorgio Agamben, Desnudez. (Anagrama, 2011). Texto que tampoco resuelve una cuestión casi tan vieja y complicada como la humanidad.