George R.R. Martin junto a sus fans en el Festival Celsius de Avilés.

Pasaban unos minutos de las 00 horas del domingo cuando en el llagar Castiello de Gijón sonaban los primeros compases de El oso y la doncella. Con montaje de video incluido, bailada y cantada a gritos por más de un centenar de asistentes a la espicha -dothrakis, Lannister, Stark, un clon del propio escritor...-, George R. R. Martin observaba fascinado, la devoción entusiasta, ya ritual, de sus más fieles y antiguos seguidores. La fiesta preparada por la Asturcon, la cita anual de los frikis asturianos de Ciencia Ficción y Fantasía, ponía el punto final al Festival Celsius 232 de Avilés, todo un éxito de público en su primera edición.



Horas antes, Martin recibía a este periodista en el NH Palacio de Ferrara de Avilés, inmenso y exhausto tras tres días de kilométricas colas de firmas que comenzaban a brotar, con manta y bocata, ya desde la madrugada. Su Danza de dragones (Gigamesh, 2012), quinta tonada de su Canción de Hielo y Fuego, acaba de publicarse en nuestro país tras años de tortuosa espera. Y no sueñen con que el ritmo mejore de cara a los dos libros que faltan, del primero de los cuales, Vientos de invierno, no sabremos nada hasta, al menos, 2014.



Ni siquiera el éxito de Juego de tronos, la serie de la HBO, acelerará su pulso: "No me preocupa destripar la serie. Los libros ya van muy por delante". Pero la presión es cada vez mayor. "Los fans quieren que escriba más deprisa", confiesa Martin, "mis editores quieren que escriba más deprisa... A mí también me gustaría que los libros llegaran antes, pero lo más importante es que sean buenos. Podría escribir un libro en un año, pero saldría una mierda. Si mi obra va a ser recordada dentro de 20, 50 o 100 años, como la de Tolkien, será porque la gente mirará hacia atrás y la verá como un conjunto, una obra de arte coherente, poderosa y conmovedora. Y el tiempo que tardó cada libro en salir se olvidará con mucha facilidad, así que no me preocupa".



El admirado Tolkien otra vez. Y, sin embargo, resulta difícil hallar un conjunto de narraciones más disímiles de las del propio Martin, más allá de la banal asimilación de ambas a eso que se cataloga como literatura fantástica. Tanto por la particular gradación de la magia que disemina el americano como porque la irreconciliable frontera entre el bien y el mal que rige en El señor de los anillos salta por los aires en los páginas de Juego de tronos. Martin asegura releer a Tolkien religiosamente cada par de años. Coincide con el maestro en que "la lucha entre el bien y el mal es el tema crucial en la literatura fantástica", pero él prefiere un campo de batalla algo menos explícito: "Según lo veo yo, esa lucha no se dirime entre ejércitos con armaduras blancas y negras, sino en el interior del corazón humano. Todos tenemos la capacidad para hacer el bien y también para hacer el mal. Con frecuencia, una misma persona puede obrar bien un día y mal unos días después. Es algo que tiene que ver con las decisiones que tomamos en momentos de tensión o peligro. También con cómo nos enfrentamos a las crisis morales y éticas. Eso es lo que intento explorar".



Martin asume que el suyo no parece el método de escritura ideal. No existe un argumento lineal y cerrado, sólo conoce los hechos principales de la historia que afectan a los protagonistas. El resto brota sin más. Pero "el resto" agrupa miles y miles de páginas. ¿Nunca se pierde? "No diría que me he perdido, pero sí me ha ocurrido que los personajes llevaban una dirección muy clara y yo les he hecho tomar un giro equivocado. Cuando me he dado cuenta, he tenido que volver sobre sus pasos y reescribir. Sé que así desperdicio mucho esfuerzo, pero también creo que me aporta más riqueza, ya que de esa manera, sin querer, sólo por emprender ese viaje, descubro las mejores cosas, las más maravillosas y memorables. Confío en mi método. Siempre he escrito así desde que era un niño, y voy a continuar".



Leer los volúmenes de Canción de Hielo y Fuego es una experiencia tan adictiva como frustrante. Martin no se aviene a pactos con el lector, no le importa cargarse a personajes principales ni destruir en apenas una líneas expectativas cuidadosamente trabajadas a lo largo de centenares de páginas previas. Y sus masoquistas lectores piden más y más. Él se defiende, no pretende castigar a los fieles sufridores de sus libros, pero, en cualquier caso, siempre será peor aburrirlos: "He sido lector voraz mucho antes de escritor. Empiezo muchos libros y termino pocos. La mayoría de las veces pierdo el interés porque son predecibles. ¿Cuántas veces nos ocurre? Cogemos un libro que parece muy prometedor, leemos un capítulo, leemos dos capítulos, nos faltan 500 páginas y ya imaginamos cómo va a terminar. Es la misma historia que hemos leído cien veces antes, y eso me enfurece. No quiero leer esa historia, no quiero escribirla y no creo que mis lectores la quieran. Quiero sorprenderlos".



Indiana Jones, por ejemplo. Cuando Indy se enfrenta a 40 nazis, nada menos, sabemos que acabará con todos ellos. Nunca tememos que vaya a morir, quizá encuentre el Arca, o quizá no, pero nadie va a dispararle en un ojo. Al autor de Danza de Dragones no le gusta nada que sus lectores gocen de semejantes certezas. Él los coloca en una situación de peligro real, de vida o muerte, "tal es la fría ecuación y la brutal realidad de la vida". Al herir o matar a sus personajes sin titubeos, con verosimilitud, Martin lanza un aviso al lector, "el peligro es auténtico, si no toman las decisiones acertadas, si se comportan como estúpidos, no sobrevivirán. Resulta mucho más excitante, ¿verdad?".



El domingo Martin abandonó tierras asturianas camino de Madrid donde por la tarde participó en un coloquio en la Fundación Telefónica. Se lo ha pasado bárbaro en Avilés, donde ha firmado montones de ejemplares, se ha dejado fotografiar por los khalasar de acosadores fans, se ha hartado de sidra y ha reclamado y cenado un cordero a la estaca que no le sentó del todo bien. Asegura que, bajo uno u otro ropaje, la ciudad reaparecerá en sus próximos libros. Él identifica a los españoles con los dornienses, "el más diferente y extraño , junto al Norte, de los siete reinos de Poniente". Aunque para inventar Dorne también echó mano de los galeses. Ve a nuestro país un poco separado del resto de Europa, "tal vez por la influencia musulmana que llevó a la Reconquista. España tiene un sabor único".