Publicamos las dos primeras misivas del volumen. En ellas están condensadas las grandes líneas del pensamiento del autor de 'La desobediencia civil' y 'Walden'

Detalle de la portada del libro Cartas a un buscador de sí mismo.

Acababan los 60 y la contracultura ponía en circulación viejos títulos olvidados, novelas y ensayos decimonónicos que, con los cambios sociales y políticos, habían adquirido un cariz nuevo. En aquellos tiempos, y hablamos de España, el norteamericano H.D. Thoreau (1817-1862) gozó de un notable predicamento en los pasillos de las universidades y en las tertulias, esencialmente a través de sus dos obras más conocidas, la inspiradora Walden, romántico pilar del ecologismo sobre la vida del autor en los bosques, y La desobediencia civil, tratado que estos días de tomas de Congresos y de enfado generalizado, días más de agitación y de acción que de pensamiento, vuelve a hacerse presente.



Errata Naturae, sello atento a los tiempos y volcado en la filosofía, vio enseguida que Thoreau era "un autor poco y mal leído en España" a pesar de la actualidad de la que volvía a gozar su producción. En una tarea de investigación, el director de la editorial, Rubén Hernández, se propuso recuperar para los lectores españoles su correspondencia con Harrison G. O. Blake, quien escribe a su colega para solicitar su consejo hacia una vida "más verdadera y más pura". A pesar de ser casi de la misma edad, Blake quedó fascinado ante la sabiduría de Thoreau. Abandonó a Emerson, que había sido maestro de ambos, y como en las Cartas de Lucilio a Séneca, atiende a todo lo que el autor de Walden quiere contarle de la vida. De esta idea, el título del volumen: Cartas a un buscador de sí mismo.



"El de Séneca y Lucilio y este son dos epistolarios parecidos en cuanto a que los maestros van al grano y deciden hablar de las cosas que les pasan a la gente. Son las cartas de dos hombres con una vida intelectual muy activa pero en las que uno ejerce una maestría vital sobre el otro, de manera que recuperan la idea de maestro de vida, que nos gusta mucho. Se da una relación muy bonita entre los dos, porque Thoreau también es muy humilde hacia Blake, cuyas respuestas le ofrecían un reflejo de sí mismo", reflexiona Hernández.



En estas misivas está la vida: Thoreau le habla a Blake de cómo ganarse la vida, del coraje, del sexo, del trabajo, del amor, de la naturaleza, de la libertad, de la sociedad, de la política, de la moral, de la alimentación, de la disidencia, de la religión, de la soledad... No en vano, décadas después de la temprana muerte de Thoreau, un Blake anciano confesaba seguir releyendo aquellas cartas, como si buscara aún en ellas una verdad esencial: "Y, sin embargo, sé que estas cartas siguen viajando en el correo, que en cierto sentido aún no me han llegado, y probablemente no lo harán mientras viva. De hecho, puede decirse que estas cartas están desde siempre dirigidas a quien mejor pueda leerlas".



La obra, que se había publicado junto con otras correspondencias del escritor en Estados Unidos pero nunca en español, tiene la ventaja de ser una edición crítica muy bien pensada. De las más de 50 cartas que existen, escritas a lo largo de 13 años, los editores han seleccionado una treintena compuesta sólo por aquellos textos que encierran contenido filosófico, más allá de las palabras amistosas entre ambos, aunque las elegidas gozan también de gran intensidad. Además, las notas al pie guían al lector por las referencias del pensamiento y la biografía de Thoreau y por las alusiones que el filósofo, hombre de vastísima cultura y poseedor de una de las bibliotecas más importantes del continente americano, maneja en cada una de sus epístolas.



Los editores recomiendan no sólo la lectura de este título sino de otros de Thoreau en un momento como el presente: "Lo que estamos viviendo a lo largo de este año nos devuelve a la idea de que únicamente la acción directa y la desobediencia civil pacífica pueden llevar a un tipo de solución sobre problemas concretos. Tal y como se legisla en España y tal y como la oposición demuestra su flaqueza, sólo nos queda eso. En este sentido, la de Thoreau es una lectura inspiradora". De hecho, su mítico La desobediencia civil nació de un episodio de la vida del autor, que tras negarse a pagar impuestos debido a su oposición a la guerra de México y a la esclavitud en Estados Unidos, fue encarcelado. Es el germen de su idea, también presente en las cartas que ahora ven la luz en España, de que el Gobierno no debe tener más poder del que los ciudadanos estén dispuestos a concederle.



Más aún, la crisis económica también entronca con otra de las bases de su pensamiento, la expuesta en Walden, que se relaciona con la autogestión, con la propuesta de vivir muy bien y muy tranquilo con casi nada: "Una cabaña, un par de amigos, una madre atenta", concluye Hernández. Pues nada, si uno no puede caminar hacia lo salvaje y vivir en una cabaña, aquí estas elocuentes, brillantes y emotivas cartas que llegan este viernes a las librerías y de las que ahora publicamos las dos primeras:




Worcester, Massachusetts, marzo de 1848 [De Harrison G. O. Blake a Henry David Thoreau]

Su artículo ha reavivado en mí la impresión inolvidable que tengo de usted, que me llevé conmigo gracias a unas palabras que dijo.



La última vez que fui a Concord, habló de retirarse más aún de nuestra civilización. Le pregunté entonces si no sentiría deseo alguno de la compañía de sus amigos. Su respuesta fue: «No, yo no soy nada».



Esa respuesta fue, para mí, memorable. Indicaba una profundidad de recursos, una entereza en la renuncia, un equilibrio y una fe en el universo que casi no alcanzo a concebir; algo que, sin embargo, en usted parecía domesticado, y hacia lo cual yo alzo mi mirada con admiración. Me gustaría conocer el alma que dice: «Yo no soy nada». Verme elevado por sus palabras hacia una vida más verdadera y más pura.



En mí parece revestirse de un nuevo significado la idea de que Dios, simplemente, está aquí; de que no debemos hacer sino inclinarnos ante Él con profunda sumisión en cada momento, y de que Él llenará nuestra alma con su presencia. En este abrirse del alma a Dios, todos los deberes parecen encontrar su centro; ¿qué más habríamos de hacer?



Si comprendo correctamente, el significado de su vida es el siguiente: querría separarse de la sociedad, del sortilegio de las instituciones, de los usos, de los conformismos, de tal modo que pueda llevar una vida simple y nueva. Antes que infundir una nueva vida a las viejas maneras, tendrá una vida nueva por fuera y por dentro. Hay algo de sublime para mí en esta actitud, de la cual yo mismo estoy muy lejos.



Hábleme en esta hora, ya que es solicitado...



Lo venero porque se abstiene de la acción, y abre su alma con el objetivo de poder ser. En mitad de un mundo de actores bulliciosos y superficiales, es noble hacerse a un lado y decir: «Simplemente quiero ser». Si pudiese plantarme enseguida sobre la verdad, reduciendo al mínimo mis necesidades, me vería inmediatamente más cerca de la naturaleza, más cerca de mis compañeros... y la vida sería infinitamente más rica. Pero ¡heme aquí!, temblando en la orilla...



Concord, 27 de marzo de 1848

Es un placer saber que algunas de mis palabras, pese a que el momento en que las pronuncié queda tan lejano que me es difícil reconocerlas como propias, le han merecido estima. Me halaga, pues tengo entonces razones para suponer que he llegado a aquello que realmente concierne al hombre, y para creer que cuando un hombre se dirige a otro no lo hace en un ejercicio fútil. Ése es el valor de la literatura. Aunque esos días quedan tan atrás, en todo sentido, que tengo que volver a consultar mis páginas para recordar cuál fue entonces el tono de mis reflexiones. Sin embargo, sólo por haberme procurado su carta, valoro en mayor medida aquel artículo.



Creo firmemente en la correspondencia entre la vida exterior y la vida interior; así como tengo la certeza de que aunque algunos hombres consigan vivir una vida virtuosa, el resto seguirá sin advertirlo. La diferencia y la distancia son una misma cosa. Vivir una vida auténtica es como viajar a un país lejano y encontrarnos progresivamente rodeados por nuevos escenarios y hombres; y cuando me hallo rodeado por los más ancianos, me doy cuenta de que de ninguna forma estoy viviendo una vida nueva o mejor. El exterior es sólo la representación de lo que hay dentro. Los hábitos no esconden al hombre, sino que lo muestran; ellos son sus auténticos ropajes. No me incumben las curiosas razones que puedan aducir para atenerse a ellos. Las circunstancias no son rígidas e inflexibles; sí lo son, sin embargo, nuestros hábitos.



A veces tenemos la tendencia a hablar con ligereza, como si una vida divina fuera a injertarse o a aparecer en nuestro presente como una oportuna fundación. Esto podría tener sentido si pudiéramos reconstruir nuestra antigua vida, excluyendo de ella todo el calor de nuestros afectos, dejándolos marchitar, como el mirlo construye su morada sobre el nido del cuclillo, y allí incuba sus huevos, que son los únicos que eclosionan. Pero lo cierto es que nosotros -y aquí se halla la línea de demarcación- incubamos ambos huevos. Y ya que el cuclillo lo aventaja en un día, su cría, al nacer, expulsa a las crías del mirlo. No hay otra solución: destruir el huevo del cuclillo o construir un nido nuevo.



El cambio es el cambio. Ninguna vida nueva ocupa viejos cuerpos decadentes. La vida nace, crece y florece. Los hombres intentan revivir patéticamente lo viejo, y por eso lo aceptan y soportan. ¿Por qué aguantar en el hospicio pudiendo ir al cielo? Es como embalsamarse, nada más. Dejad de lado vuestros ungüentos y sudarios, y entrad en el cuerpo de un recién nacido. Podéis ver en las catacumbas de Egipto el resultado de aquel experimento. Conocemos su final.



Creo firmemente en la simplicidad. Es asombroso y triste ver cómo incluso los hombres más sabios pasan sus días ocupados en asuntos triviales que creen que han de atender, en detrimento de otros asuntos más importantes que creen su deber omitir. Cuando un matemático desea hallar la solución de un problema difícil, empieza por deshacerse de todas las dificultades de la ecuación, reduciéndola a sus términos más sencillos. Hagamos lo propio y simplifiquemos el problema de la existencia, y diferenciemos entre lo necesario y lo real. Sondeemos la tierra para ver hacia dónde se extienden nuestras principales raíces. Me basaré siempre en los hechos. ¿Por qué negarse a ver? ¿Por qué no utilizar nuestros propios ojos? ¿O es que los hombres lo ignoran todo? Conozco a muchos a los que es difícil engañar cuando se trata de asuntos comunes, muy desconfiados de los cantos de sirena, que disponen responsablemente de su dinero y saben cómo gastarlo, que disfrutan fama de prudentes y cautelosos, y que, no obstante, aceptan vivir gran parte de su existencia tras un mostrador, como cajeros de un banco, y brillan y se oxidan y finalmente desaparecen. Si saben algo, ¿por qué diablos lo hacen? ¿Saben qué es el pan? ¿Y para qué sirve? ¿Saben qué es la vida? Si supieran algo, cuán rápido dejarían de frecuentar para siempre los lugares donde ahora se los conoce tan bien.



Esta vida, nuestra respetable vida diaria, sobre la cual se halla tan bien plantado el hombre de buen sentido, el inglés de mundo, y sobre la que descansan nuestras instituciones, es en realidad la más pura ilusión, que se desvanecerá como el edificio sin cimientos de una visión2. Sin embargo, un minúsculo resplandor de realidad que a veces ilumina la oscuridad de los días de todos los hombres nos revela algo más consistente y perdurable que el diamante, la piedra angular del mundo.



El hombre es incapaz de concebir un estado de cosas tan bello que resulte irrealizable. ¿Puede alguien revisar honestamente su propia experiencia y afirmar que no es así? ¿Existen hechos a los que apelar cuando decimos que nuestros sueños son prematuros? ¿Habéis tenido noticia de algún hombre que haya luchado durante toda su vida por algo, y que de algún modo no lo lograra? Un hombre que aspira a algo sin descanso, ¿no se siente ya elevado? ¿Quién que haya intentado el acto más simple de heroísmo, de magnanimidad, o buscado la verdad y la sinceridad, no halló algo que mereciese la pena? ¿Quién podría decir que ésta es una empresa vana? Es innegable que no debemos esperar que nuestro paraíso sea un jardín. No sabéis lo que pedís3. Veamos la literatura. ¡Cuántos buenos pensamientos ha concebido cada ser humano! ¡Y qué pocos pensamientos buenos se expresan! Y, sin embargo, no poseemos una sola fantasía, por más sutil o etérea que haya sido, que el simple talento, acompañado de resolución y constancia, tras mil fracasos, no pueda fijar y grabar con palabras distintas y duraderas, de tal forma que entendamos que nuestros sueños son los hechos más confiables que conocemos. Pero no estoy hablando de sueños ahora.



Lo que puede expresarse con palabras puede expresarse con nuestra vida.



Mi vida real es un hecho sobre el que no tengo razones para congratularme conmigo mismo, pero tengo respeto por mi fe y mis aspiraciones. De ellas le hablo ahora. La posición de cada uno es demasiado simple para ser descrita. No he prestado ningún juramento. No tengo un esquema para entender la sociedad, la Naturaleza o Dios. Soy, simplemente, lo que soy, o comienzo a serlo. Vivo en el presente. El pasado es sólo un recuerdo para mí, y el futuro una anticipación. Amo la vida, amo el cambio más que sus modalidades. En la historia no está escrito cómo el malo se hizo mejor. Creo en algo, y no hay más. Sé que soy. Sé que existe otro, más sabio que yo, que se interesa por mí, de quien soy su criatura y, de alguna manera, su igual. Sé que el reto merece la pena, que las cosas van bien. No he recibido ninguna mala noticia.



Respecto a las posiciones, a las combinaciones y a los detalles, ¿qué son en realidad? Cuando hace buen tiempo y alzamos la mirada, ¿qué vemos sino el cielo y el sol?



Si busca persuadir a alguien de que hace mal, actúe bien. Que no le importe si no lo convence. Los hombres creen en lo que ven. Consigamos que vean.



Siga con su vida, persista en ella, gire a su alrededor, como hace un perro alrededor del coche de su amo. Haga lo que ame. Conozca bien de qué está hecho, roa sus propios huesos, entiérrelos y desentiérrelos para roerlos de nuevo. No sea demasiado moral. Sería como hacer trampas con uno mismo. Sitúese por encima de los principios morales. No sea simplemente bueno, sea bueno por algo. Todas las fábulas tienen su moraleja, pero a los inocentes lo que les gusta es escuchar la historia.



No permita que nada se interponga entre usted y la luz. Respete a los hombres sólo como hermanos. Cuando emprenda viaje a la Ciudad Celestial5, no porte carta de recomendación alguna. Cuando llame, pida ver a Dios, y nunca a los sirvientes. En aquello que más le importe, no piense que dispone de compañeros de viaje. Dese cuenta de que está solo en el mundo.



Escribo a salto de mata y sin plan previo. Necesito verle, y confío en hacerlo, y así corregir mis errores. Quizá tenga usted algún oráculo para mí.



Henry Thoreau