El escritor y cineasta chino Dai Sijie.
El autor chino traza en los tres cuentos Tres vidas chinas un devastador retrato del presente en el gigante asiático
Todos los relatos tienen adolescentes como protagonistas. Adolescentes que entran en la edad adulta de manera traumática, como una especie de salto hacia la corrupción de sus almas: uno es comprado para el circo; otro descubre que su padre ha matado a su madre. Y el tercero debe ayudar a su progenitora a encadenar a su hermano, víctima de la locura del plomo. Es una circunstancia que remite a la biografía del Sijie, arrancado de su familia -de clase media e ilustrada- durante la Revolución Cultural promovida por Mao, que pretendía convertir a los urbanitas en hombres fornidos y solventes en el ámbito agrario (o sea: que fueran capaces, por ejemplo, de domeñar una yunta de bueyes, y se dejaran de frivolidades reaccionarias: leer literatura, tocar instrumentes, comer pollo...). Él reconoce, no obstante, no fue tan amargo para él como lo que les toca vivir a sus personajes: "Lo mío fue duro, sí, pero es más duro lo suyo. Yo al menos tenía la esperanza de salir de allí. A ellos no les queda ni la esperanza".
Además, la reeducación a la que iba a ser sometido fue un tiro que le salió por la culata a los comisarios de Mao. En el recinto donde estaban estabulados encontró una maleta llena de libros de, oh milagro, Balzac, Dostoyevski, Tolstoi, Dumas, Flaubert... Así que el jovencito, lejos de embrutecerse, tuvo la oportunidad de abrir los ojos al universo de la alta cultura. Una paradoja que a Mao le hubiera hecho tirarse de los pelos. "La verdad es que aquella experiencia me cambió la vida". Tanto, que Sijie decidió dedicarse a escribir y rodar historias. Como en China ese tipo de vocaciones resultaban sospechosas, sobre todo si uno tenía la intención de meterse en pasajes históricos sacrosantos, marchó a París, la ciudad que constantemente aparecía en las novelas. Recaló en la prestigiosa escuela de cine IDHEC y cumplió el sueño.
Eso sí, escapar de la China revolucionaria no ha significado olvidar sus raíces. Casi toda su narrativa mana de China: La acrobacia de Confucio, El complejo de Di, Una noche sin luna y Balzac y la joven costurera china, de la que Gallimard vendió en Francia más de 100.000 ejemplares en apenas dos meses. También vuelve a su tierra constantemente. Buscando parajes en los que ambientar una de sus películas encontró la isla de Nobleza, al lado de Hong Kong, utilizada como un vertedero para todo tipo de residuos. "Es un símbolo del desastre ecológico que vive China. Allí encuentran montañas de neveras, televisiones, ordenadores... Parece un escenario de ciencia ficción", describe consternado.
Otra paradoja es que una isla maltratada de esa forma se llame Nobleza. "Es así, yo no lo he cambiado". No lo ha cambiado para Tres vidas chinas, porque es en esta isla donde están a ambientados los tres cuentos. La desolación de Sijie, sin embargo, no agota por completo su optimismo y su fe en un futuro mejor: "No sé en cuánto tiempo, pero China acabará siendo una democracia".