Fotograma de Drácula de Bram Stoker, de Francis Ford Coppola.
Abraham "Bram" Stoker falleció en 1912, 65 años después de publicar Drácula, la novela que haría de su nombre uno de los referentes de la literatura de terror. En el centenario de su muerte, Reino de Cordelia edita Drácula, un monstruo sin reflejo, una revisión a la figura del vampiro en el cine, la literatura y el cómic que incluye los relatos El invitado de Drácula, del propio Stoker, y Vampiro, de Emilia Pardo Bazán. El libro recoge las ponencias de Luis Alberto de Cuenca, Javier Alcázar y Emma Cohen, entre otros, en un curso impartido en la Universidad Menéndez Pelayo este verano.Precisamente sobre el papel de este monstruo en la literatura española e hipanoamericana se centra El vampiro cañí, el capítulo de Jesús Palacios, colaborador de El Cultural. "Nuestro vampirismo literario tiene características propias, diferentes de la cultura anglosajona. En la literatura en español se desmarca de la gótica, se le da un toque realista. Se busca sobre todo una explicación lógica, científica, incluso pseudo-científica, a la figura del vampiro, dentro de un contexto costumbrista y una ligazón con la historia de España", nos cuenta Palacios. "El vampiro a lo Drácula está ausente, el muerto se presenta como una figura más realista. En Memorias de un esqueleto por ejemplo, el vampiro es un cacique. La crítica social y el humor negro en este tipo de literatura entroncan con el esperpento de Valle-Inclán y la pintura de Goya".
Será a partir de los años 60, cuando aparezcan traducciones decentes del libro de Stoker, hasta entonces censurado y sólo disponible en ediciones incompletas, que el Drácula anglosajón empezará a impregnar la literatura española. La globalización del mercado literario es uno de los peligros que corre el relato vampírico español, comenta Palacios. "Lo que aporta de original, ese punto hispano, latino, de humor negro y cinismo, de verosimilitud, puede perderse" con la moda imperante del vampiro juvenil y romántico de Crepúsculo y True Blood.
Los vectores que introducen ese giro en la mentalidad vampírica son las novelas de Anne Rice y la adaptación cinematográfica de Drácula de Bram Stoker de Francis Ford Coppola. El monstruo deja de serlo, ya no es una representación del mal y un personaje perverso, se convierte en una especie de superhéroe romántico y valedor de una nueva moral. "Del terror se pasa a la fantasía, incluso a la novela romántica, en el que el vampiro está integrado con su entorno como colectivo, hasta como clase social", explica Palacios.
Una de las metáforas culturales más conseguidas, el vampiro resulta el contenedor perfecto para representar el lado oscuro del ser humano, con su egoísmo, su ansia de inmortalidad y sus deseos incontrolados. Stoker, cuyos otros relatos son poco conocidos, lo inmortalizó con una mezcla de técnicas epistolares y documentales, casi periodísticas, elementos modernos que se oponen a la figura del vampiro, un personaje del pasado y fruto de la superstición. Palacios recalca: "Nos encontramos ante una novela muy avanzada en su tiempo. No es la última gran novela del S. XIX, es la primera del S. XX".