El escritor Jostein Gaarder durante la inauguración de La Casa del Lector. Foto: El Mundo



La Fundación Germán Sánchez Ruipérez sabía lo que se hacía cuando convocó a Jostein Gaarder para la conferencia de inauguración de la Casa del Lector, que se selló con un acto con los príncipes este miércoles. Si el nuevo centro quiere ser un lugar en el que hablar de libros y lecturas para todos, el escritor que debía cortar la cinta tenía que saber algo de eso. La carrera de Gaarder, impulsada internacionalmente con El misterio del solitario, escaló al olimpo de los autores más vendidos cuando El mundo de Sofía llegó a todos los adolescentes de la época y también a sus padres. Y en esa cumbre se quedó. Como casi todas sus obras, aquel título sobre una joven a punto de cumplir los 15 años que empieza a cuestionarse el mundo a través de la correspondencia con un filósofo y que se tradujo a 60 lenguas hacía equilibrismo entre la literatura infantil y la adulta. "Como niños que hemos sido -contaba este jueves el escritor en Madrid-, todos tenemos las experiencias de la infancia dentro de nosotros, aunque a menudo las olvidemos", explicaba al hilo de su empeño por que los adultos, como hicieron algún día, vuelvan a preguntarse las cosas que se cuestionaba la Sofía de su libro.



Poco antes de conceder esta entrevista, el barbudo Gaarder, que aún conserva sus maneras de profesor de instituto, se perdió un rato por las salas de la flamante Casa del Lector. Cuando la gente de Siruela, su editorial en España, dio con él, el noruego estaba rodeado de un grupo de escolares. Para ellos, para los más pequeños, es su último libro y el más diminuto de su producción, Me pregunto..., que también ha presentado estos días aprovechando su visita a España. Es la primera vez que se ve las caras con los lectores más difíciles y lo ha hecho de forma sencilla y concisa. Un compendio de grandes, enormes preguntas sobre la existencia acompaña a un niño a través de las hermosas y muy nórdicas ilustraciones de Akin Düzakin. El protagonista va paseando por distintos paisajes naturales mientras se plantea las dudas que atormentaron a Platón, Kant y los demás. En ningún momento aparece una respuesta:



- Mi intención es que los niños lean el libro y reconozcan estas preguntas que ya se han formulado. En diálogo con las ilustraciones, podrán ver que hay una historia detrás y entender algunas cosas. Pero insisto en que también es un libro para adultos, porque con frecuencia somos nosotros y no ellos los que dejamos de preguntarnos cosas. Me viene ahora a la cabeza el cuento del traje nuevo del emperador, aquel en el que el pueblo, adoctrinado para ver lo que tenía que ver, creía que el emperador iba vestido con el traje más bello de la historia hasta que un niño señaló que el rey iba desnudo. Una amiga americana me contó en una ocasión que su hija le había preguntado, tras ver un discurso de Bush en televisión, que por qué el presidente decía siempre "Dios bendiga a América" y no "Dios bendiga al mundo". Es una buena pregunta. A menudo son los niños los que se hacen preguntas sobre la justicia cuando deberíamos plantearlas nosotros de una vez. Se molesta Gaarder con la nula capacidad de sorpresa de los adultos, otro de los temas de sus libros, con "la costumbre de dar por sentada la existencia y de olvidar lo bonito que era el mundo en la infancia". Y condena también que de forma temprana a los niños se les corrija el ánimo preguntón que les lleva a cuestionarse desde cómo se hacen los bebés hasta las opiniones del político que sale en televisión:



- Estamos demasiado acostumbrados a ver gente muriéndose de hambre. Los adultos asumimos como algo natural que eso suceda en algunas zonas del mundo mientras que yo he escuchado a muchos escolares quejarse de lo que es una injusticia evidente y preguntar por qué ellos son tan pobres y nosotros, los europeos, tan ricos. En mi país la crisis no se ha sentido en absoluto y, en cambio, es la primera vez en mucho tiempo que hay tanta pobreza en este continente. Llegados a este punto deberíamos preguntarnos ¿es justo que los noruegos sigamos consumiendo más de lo que necesitamos? ¿Es justo que el petróleo que tenemos sólo nos pertenezca a nosotros? Muy pocos paisanos míos se preguntarán esto, de la misma manera que muy pocas mujeres del mundo árabe protestarán porque no les dejan conducir un coche. Hace unos días en Afganistán una adolescente recibió un disparo por pedir los mismos derechos educativos que sus compañeros y no es una coincidencia que esta chica tuviera 14 años. Si hubiera tenido 25, habría sido más "sensata" y no se habría atrevido a hacer esta pregunta.



El Gaarder de hace unos años, el que alcanzó la fama en los 90, hablaba ya de males como el cambio climático pero se centraba más en las causas que nos habían llevado a dejar de pensar en las cuestiones esenciales del hombre. En cambio, su preocupación política, a pesar de la eterna bonanza en la que vive su país, se le ha ido acusando. En su última entrevista con elcultural.es confesó que su famosa Sofía sería hoy una treintañera activista luchando por el medio ambiente. Cuatro años después de aquellas declaraciones se le vuelve a preguntar en qué andaría Sofía mientras occidente, con la crisis, se cae a cachitos.



- Depende de dónde viviera. Si aún estuviera en Noruega, estaría más preocupada por la contaminación y por la forma en la que se extrae el petróleo, por ejemplo. Si viviera en España, no sé... Con frecuencia me preguntan si alguna vez adaptaré El mundo de Sofía a la política o a la economía... Ahora estoy escribiendo un libro sobre el medio ambiente y el clima. A la protagonista, una chica joven, le preocupa la sequía en el Magreb y en España. ¿Está la gente joven en España preocupada por lo que sucederá con el clima?

- No es su principal preocupación, antes piensan en encontrar un trabajo.

- Y tienen razón, si yo viviera aquí supongo que también me preocuparía antes por eso. Es bastante injusto lo que está pasando mientras los noruegos seguimos padeciendo un exceso de consumismo. Creo en la distribución más justa de los recursos del mundo y entiendo también que el clima no sea la mayor preocupación aquí. Pero lo será.



Director de una fundación ecologista que lleva el nombre de Sofía, este Gaarder indignado quiere ofrecer, a pesar de su desencanto, un discurso optimista, porque considera que el pesimismo es sinónimo de holgazanería:



- Lo mejor es estar entre ambos conceptos y aplicarlos a la lucha. Y cuando digo lucha me refiero plantar cara a un sistema económico que hace que los beneficios, si los hay, se distribuyan entre los bancos y, si no los hay, los pague la gente. Un sistema en el que si Wall Street se equivoca es Main Street quien paga.



Pero no todo está perdido, quiere reseñar Gaarder, y apunta al techo de la ciertamente nórdica Casa del Lector: "Es interesante que una fundación y el deseo de un solo hombre hayan construido todo esto, es algo que me fascina. Es cierto que en mi país sería el Gobierno el que lo habría hecho, de la misma manera que paga el teatro y la ópera, igual que compra 50.000 copias de este libro mío para distribuirlas en bibliotecas y colegios. Pero también necesitamos este tipo de proyectos, arriesgar y hacer cosas nuevas. Estamos demasiado acostumbrados a la tutela del Gobierno".