Ignacio Ferrando. foto: Miguel Ángel Muñoz.

Menoscuarto. Palencia, 2012. 235 páginas. 17'50 euros.

Si se tiene en cuenta su producción anterior, no cabe duda de que las dotes genuinas de Ignacio Ferrando (Trubia -Asturias-, 1972) se muestran sobre todo en el relato breve, como acreditan los once cuentos recogidos en este volumen. No se trata, además, de cuentos convencionales, sujetos al estereotipo de narraciones en torno a una anécdota concreta. Los cuentos de Ferrando encierran historias que, a menudo, son de larga duración -aunque el relato las reduzca luego a unas pocas páginas- y contienen una densidad significativa y simbólica poco habitual. Por eso en un volumen anterior de relatos, Sicilia, invierno (2008), el autor caía en la tentación de ofrecer un texto al final en el que se daban explicaciones aclaratorias acerca de la intención y el sentido de los relatos anteriores.



Es de agradecer que en esta ocasión no haya incurrido en la misma ingenuidad, no sólo porque la intentio auctoris no siempre coincide con el resultado de la obra -que es lo decisivo-, sino, sobre todo, porque el lector dispone así de un amplio margen para reflexionar libremente, forjarse conjeturas acerca de cada cuento y añadirle su propia interpretación. Que las narraciones de Ignacio Ferrando permitan -e incluso exijan- esta actitud indica que se trata de historias complejas, cuya superficie deja entrever un sentido oculto, un doble fondo de límites imprecisos.



Hay ecos perceptibles y variados, como el de Kafka -en cuentos como los titulados "Liberación" y "Babel"-, pero también, en otros momentos, vienen a la memoria Chéjov o Cortázar. Estos seres de Ferrando deambulan a veces por lugares inhóspitos y desolados -como en "Los atardeceres de Tagfraut" o en "Pelícanos"-, por tierras solitarias que parecen emerger de una terrible destrucción, similares a las que recorren el padre y el hijo en La carretera, de Cormac McCarthy, y se diría que arrastran consigo una oscura condena originaria de la que no pueden zafarse. Ni siquiera poseen una identidad fija, como el Südeck de "Tres violines", o las borrosas Karen y Cordelia de "Las profundidades". En "Los sistemas", de ingenioso planteamiento y medido desarrollo, la previsión del futuro mediante el cálculo de probabilidades y sus variables parece impecable hasta que se ve alterada por una alteración que cambia radicalmente los sucesos previstos. También en "Veintiséis o la física de un resplandor" se pone en solfa el cálculo de probabilidades aplicado a los juegos de azar. En "Un buen tipo demasiado sentimental", menos logrado que otros cuentos, se abusa un tanto del juego literario al traer como personaje a Raymond Chandler y convertir al "verdadero" Philip Marlowe en narrador de la historia. "Pelícanos" alcanza un grado de abstracción tal que merecería una lectura demorada y atenta, y el original y excelente cuento que da título al volumen plantea la curiosa experiencia de una pareja que intenta recobrar la identidad de años atrás, perdida durante los años de convivencia, e induce también a la reflexión.



Una prosa de gran precisión, casi impecable, subraya la escritura clásica de estos cuentos, con muy leves lunares: alguna concordancia errónea ("uno de los que alargó su jornada fue…", p. 170), algún giro innecesario ("punto de no retorno" [p. 178] por ‘punto sin retorno'), o un gerundio inapropiado ("sobresalía el arco […], los cangilones girando del molino". Buen conjunto para lectores de buen paladar.