John Banville. Foto: Javier Barbancho.
El escritor irlandés, fijo en las quinielas del Nobel cada año, completa su tercera trilogía con 'Antigua luz', novela en la que compendia todas sus fijaciones.
En Antigua luz encontramos al actor Alexander Cleave en plena decadencia vital: encerrado en un desván, roto su matrimonio y aún atormentado por el suicidio de su hija, rememora sus tiempos mozos, cuando descubrió el sexo (y quizá el amor) con tan sólo 15 años. Algo normal si no fuese porque la mujer que le abrió los ojos a esas cruciales experiencias, Celia Gray, tenía 20 años más que él y era la madre de su mejor amigo. El repaso de aquellos años de plenitud y turbación de su protagonista invita a Banville a reflexionar también sobre la memoria y sus trampas y le permite sacar a relucir el repertorio completo de los temas fijaciones (la identidad, la reconstrucción de la experiencia, el desencanto...).
Pregunta.- ¿Es usted tan receloso con la memoria como su protagonista?
Respuesta.- Es un misterio cómo funciona. Algunos neurocientíficos empiezan a sugerir que nuestra memoria lo que hace es elaborar modelos, y esos modelos son los que arrastramos hacia el futuro.
P.- ¿Y quién elabora esos modelos?
R.- La imaginación. La imaginación es la que crea el mundo. Y su ausencia lo destruye. Detrás de los grandes genocidios encontramos la falta de imaginación. Los nazis no eran capaces de imaginar que los judíos tuvieran todos los derechos para desarrollar su vida.
P.- Y alguien como usted que se fía tan poco de la memoria ¿tiene intención de escribir una autobiografía?
R.- Pues sí la tengo. Me encantaría escribirlas. Estaría todo equivocado y alterado. Todo sería mentira. La gente me pararía y me diría: "eh, eso no fue así". El problema es que si intentara ser honesto sucedería lo mismo. Así que prefiero escribirlas deliberadamente alejadas de la realidad.
P.- Es usted un escritor fiel al esquema de las trilogías...
R.- No lo tengo tan claro. Cuando publiqué Antigua luz, vino alguien a decírmelo. Yo no me había dado cuenta. En realidad, todos mis libros pertenecen a un mismo volumen.
P.- ¿Y qué título habría que ponerle a ese volumen omnicomprensivo?
R.- Creo que El libro de las pruebas sería el más indicado, como se titula una de mis novelas. Para mí un escritor tiene que hacer eso: presentar pruebas de la vida de un hombre: esto es lo que pensó, esto es lo que vivió, esto es lo que le sucedió...
P.- Pero un escritor tiene la ventaja de que no tiene que acreditar la veracidad de esas pruebas, como un abogado, ¿no?
R.- Digo dar pruebas en el sentido cristiano de dar testimonio, aunque yo no soy cristiano.
P.- ¿Se siente por ello una excepción en su país?
R.- Pues ya no. En teoría en Irlanda hay un 95% de católicos pero luego ese porcentaje baja mucho si comprobamos quién realmente practica esa religión.
P.- ¿Cómo cree que marca la educación sentimental de un chico de 15 años el hecho de haberse iniciado en el sexo (¿y el amor?) con una mujer 20 años mayor?
R.- Pues no lo sé muy bien, pero ojalá hubiera tenido la misma oportunidad que el protagonista. Seguro que hubiera aprendido mucho más sobre la vida y las mujeres, y sobre mí mismo, cosas muy valiosas.
P.- ¿En qué medida cree pertinente que la ley se entrometa en una relación así?
R.- No soy un filósofo moralista.
P.- En España no hubiera habido ningún problema, son 13 años la frontera de las relaciones sexuales consentidas.
R.- ¿Sí? Es extraño que un país católico sea tan baja. Me parece una ley muy iluminada. De todas formas, es un asunto complejo: creo que los límites deberían determinarse según cada caso, en función de la madurez y detalles así.
P.- ¿Merece Antigua luz vender más que 50 sombras de Grey?
R.- (Ríe) Por supuesto, pero no creo que ocurra. Mi libro no es erótico. Es demasiado real para ser erótico, no tiene ningún elemento de fantasía. El erotismo depende de la fantasía. Pero, bueno, no sé por qué estoy diciendo esto. Bórrelo. Diga que es un libro muy erótico y muy fantástico.
P.- Entre Imposturas (2003) y Antigua luz, usted se sacó de la manga otro escritor, Benjamin Black, especializado en novela negra. ¿Black le ha dado alguna lección a Banville en este tiempo?
R.- A veces, cuando está escribiendo Banville y se le empiezan a caer los párpados, llega por detrás Black y le dice "tranquilo, deja esa frase, no le des tantas vueltas". Y cuando es Black el que escribe, Banville se aproxima a veces hasta él y le dice: "Uhm. Esa frase es interesante. Vamos a trabajar más sobre ella". Lo cierto es que se repelen, porque cada uno escribe de una manera muy distinta.
P.- ¿Y James Joyce también se acerca a su escritorio y le da algún consejo o le hace observaciones?
R.- No sólo Joyce. Tambien Johnatan Swift, Beckett, Yeats... A un escritor irlandés se le acercan muchos fantasmas. Son como las gárgolas de los templos, que se asoman sobre lo que hago, y me recuerdan que yo soy un pequeño escritor a su lado.
P.- Bueno, usted ya no es tan pequeño. Incluso ahora se ha propuesto recoger el testigo de Chandler y brindarnos una nueva entrega de su serie del detective Philip Marlowe. ¿Será fiel al legado del escritor de Chicago?
R.- La gente ve a Marlowe como un tipo duro, muy hecho, pero en el fondo es un sentimental. Siento que tengo que darle algunas instrucciones para que sepa de qué va la vida.
P.- ¿No le gustan los hombres sentimentales?
R.- Joyce definió el sentimentalismo como una emoción que no merecemos. Y yo lo suscribo. Me parece exagerado que alguien llore en la ópera, o viendo una película.
P.- ¿En qué medida ser irlandés predispone a la escritura?
R.- No creo que predisponga en ninguna medida. Eso sí, en Irlanda estamos obsesionados con las historias. Tanto, que si cometes un crimen y la historia de ese crimen es buena para dar de qué hablar en las tabernas puede llegar a evitar que te castiguen.