Jon Juaristi. Foto: Sergio Enríquez Nistal
El Unamuno de Juaristi se incluye de la colección Españoles eminentes que promueve el tándem formado por la Fundación Juan March y la editorial Taurus con el fin de vindicar el género biográfico en nuestro país eligiendo vidas verdaderamente ejemplares que sirvan de santo y seña a los secretos de su tiempo, vidas como las de Baroja, Ignacio de Loyola, Larra, Galdós. O Unamuno. En el caso de este último, su biógrafo ha querido aclarar hipotéticas, y problemáticas, superposiciones biográficas.
Porque el biógrafo nació en Bilbao a pocos metros de la calle de la Cruz que fue domicilio del biografiado, desde cuyo mirador veía, escribe Juaristi en el libro,"cómo él desde el suyo, la antigua plazuela del Instituto, aunque ya sin el edifico que le dio nombre". No acaban ahí los paralelismos, que incluyen las veleidades juveniles con el nacionalismo y el socialismo, la Filología o "caer tan antipático como él a los nacionalistas vascos". Pero tampoco dan tanto juego. Juaristi se ha resistido siempre a ser señalado como el enésimo epígono unamuniano, por no hablar de que se siente más cercano a Baroja, Menéndez Pidal u Ortega.
Lo que Juaristi quiere responder en su libro es por qué la biografía de Unamuno es verdaderamente importante en nuestra historia. "Lo es porque su obra ensayística ofrece a la España de su tiempo, con el lenguaje del modernismo, una autorreflexión crítica de la modernidad". Para ello, el sabio bilbaíno acuña, entre crisis espirituales, contradicciones y bandazos, todo un novedoso lenguaje en el que restalla el choque de los opuestos, que habla del cambio inevitable de la sociedad, pero también del obligado regreso a la tradición, que nunca satisfará, por tanto, "ni a los hunos ni a los hotros".
El Unamuno neurótico y angustiado, grafómano y lector, tacaño y ejemplar padre de familia que asoma en las páginas de Juaristi es sobre todo un hombre en el que conviven, en frágil equilibrio, los principios firmes y las inquietudes irreconciliables, que nunca se sintió cómodo, al modo del otro gran marxista, en un club que aceptara a tipos como él. En sus últimos días, tras haber ejercido sucesivamente como republicano, desencantado, favorable al alzamiento de Franco y nuevamente desencantado, tras callarle la boca a Millán Astray en la Universidad de Salamanca, en su lecho de muerte exclamó que "Dios no podía volverle la espalda a España". Esto es, no podía volverle la espalda a Unamuno, ha traducido socarrón Juaristi, trocando así una firme declaración patriótica en una agónica exigencia final de inmortalidad.