Agustín García Calvo. Foto: José Aymá



En el Salón de la Cacharrería del Ateneo, ayer tarde, no estaba Agustín García Calvo (Zamora, 1926). Era miércoles, el día de la semana en que, desde hace años, impartía sus lecciones socráticas rodeado de fieles seguidores que acudían a la cita con el maestro. Un infarto le tenía apartado de este quehacer, donde quizá podía contemplarse la vertiente más genuina del filósofo: la del sabio que transmite conocimiento mediante la palabra oral. En algún corrillo se comentaba que no andaba bien de salud, que podían perderle en cualquier momento, pero el discípulo que le venía sustituyendo durante sus ausencias, le quitaba hierro a la rumorología: "No hagáis caso de las noticias". La resistencia de su optimismo se ha dado de bruces hoy con la realidad. García Calvo ha fallecido en su casa de Zamora, donde andaba recuperándose de sus achaques del corazón, en compañía de su querido Lucrecio, cuyas traducciones propias andaba revisando.



El filósofo Javier Gomá lamentaba la noticia durante una conversación por teléfono con El Cultural. Él fue alumno suyo durante tres años cuando estudiaba Filología Clásica en la Universidad Complutense y sabe que se ha perdido un ejemplar de una especie ya extinguida: "Es la única persona que conozco en mi vida que conservaba algo de esa sabiduría en un estado previo a la de este mundo racional, burocratizado y uniformizado". Gomá recuerda que aquellos tiempos los cabellos blancos y alborotados de su maestro, junto con espaldas anchas y fornidas, le daban un aire "cercano al del dios Zeus". "Hasta en los días más fríos del invierno aparecía en la cafetería vestido con una sola camisa jipi de colores atada mostrando panza velluda. Es una imagen que nunca olvidaré".



Tampoco le olvidaran tantos jóvenes que siguieron su estela libertaria y ácrata, siempre en guardia frente al poder y la realidad. Para la historia de la cultura española queda el surco dejado por sus pasos en el Ateneo. Iba de un lado a otro mientras peroraba, fumando. Verle recitar en su lengua original a los poetas griegos era un espectáculo impagable. "Era un verdadero genio de la oralidad. La dominaba a la perfección después de tanto investigar la métrica y declamación", continua Gomá. Para transmitir sus enseñanzas despreciaba el texto escrito, tan ensalzado hoy en la cultura occidental, "por considerarlo que ya estaba degenerado en relación a la palabra viva".



Otro alumno suyo, Fernando Savater, ha manifestado desde Chile, donde se encuentra de viaje, que García Calvo era "una personalidad única por su original fuerza y su capacidad de suscitar adversarios por su pensamiento". Y ha destacado su "capacidad enorme de análisis de los clásicos griegos". El filósofo y escritor vasco fue discípulo suyo en los 70 y planeó elaborar con él una tesis doctoral, que nunca llevó a buen término. En años posteriores sus posturas se alejaron radicalmente. Pero Savater ha reconocido que fue "fundamental" en su "devenir intelectual y moral encontrarle, no menos que luego despegarme de él".



Fue filósofo, ensayista, poeta, dramaturgo y traductor. Sin duda, una de las figuras de la cultura española más poliédricas, inclasificables y polémicas de las últimas décadas. Aunque él decía, con cierta resignación, que en "era poca cosa en este país". Ganó el Premio Nacional de Ensayo en 1990 por Hablando del habla, el Nacional de Literatura Dramática en 1999 por la Baraja del rey Don Pedro y el Premio Nacional al conjunto de la obra de un traductor en 2006. Durante las revueltas del movimiento 15-M participó activamente en los debates, a pie de plaza incluso, para fervor y estímulo de los llamados entonces a cambiar el mundo.



García-Calvo realizó estudios de Filología Clásica en la Universidad de Salamanca, donde estudió con la primera promoción de alumnos del maestro de la filología clásica española, Antonio Tovar. Se doctoró en Madrid a los 22 años con la tesis Prosodia y métrica antiguas. En 1951 ejerció como profesor catedrático de instituto.



En 1953 ocupó una cátedra de lenguas clásicas en Sevilla y en 1964 en Madrid, en la Universidad Complutense (UCM), hasta que la dictadura franquista lo separó de la cátedra madrileña en 1965 junto a Enrique Tierno Galván, José Luis López-Aranguren y Santiago Montero Díaz por prestar su apoyo a las protestas estudiantiles. José María Valverde y Antonio Tovar renunciaron a sus cátedras voluntariamente como protesta contra esta medida.



A García Calvo su exilio lo llevó durante varios años a París, donde fue profesor en la Universidad de Lille y en el Collège de France. También trabajó como traductor para la editorial Ruedo Ibérico. En la capital francesa coordinó una Tertulia Política en el café La boule d'or del Barrio Latino. En 1976 fue restablecido en su cátedra, en la que permaneció hasta su jubilación en 1992.



Como filólogo ha hecho importantes contribuciones a la lingüística general, la prehistórica o indoeuropea, la grecolatina y la del espofcont (español oficial contemporáneo). Su teoría general sobre el lenguaje aparece desarrollada en la trilogía formada por Del lenguaje, De la construcción (Del lenguaje II) y Del aparato (Del lenguaje III), y en los artículos recopilados en el volumen Hablando de lo que habla. Estudios de lenguaje (Premio Nacional de Ensayo de 1990).



En 2009 se publicó su trilogía Elementos gramaticales, concebida como libro de texto para iniciar en la gramática a adolescentes. Sus obras más destacadas en el ámbito del pensamiento son: Lecturas presocráticas, Lecturas presocráticas II. Razón común, Contra el tiempo, De Dios y Contra la Realidad.



Como poeta ha publicado, entre otras: Canciones y soliloquios, Más canciones y soliloquios, Del tren (83 notas o canciones), Libro de conjuros, Ramo de romances y baladas, Sermón de ser y no ser, Valorio 42 veces, Relato de amor o 4 canciones de amor perdido y el cínife. Es autor de varias piezas dramáticas como Ismena, Rey de una hora y Baraja del rey don Pedro (por la que recibió el Premio Nacional de Literatura Dramática de 1999). La obra poética de García Calvo ha inspirado varias versiones musicales, como las de Amancio Prada (intérprete de su famoso poema Libre te quiero) o Chicho Sánchez Ferlosio.



García Calvo, además, es autor del himno de la Comunidad de Madrid, al que dio letra por encargo de su entonces presidente, Joaquín Leguina. Cobró el precio simbólico de una peseta.