Albert Boadella. Foto: Begoña Rivas
Sorprende que un teatrero insurgente, un agitador, tenga como gran aspiración de libertad una masía y como fuente de sabiduría una mujer que ordene sus desórdenes y dialogue con la naturaleza a través de las mermeladas que elabora a partir de frutos sin contaminar. Al leer este diario se comprende, que Albert Boadella (Barcelona, 1943) profese la religión de la monogamia; los desayunos con ella, Dolors Caminal, iluminan esa insistencia en el amor indivisible. En el libro no hay otra referencia a ninguna mujer; sólo la diosa. Y una mirada política y laboral a Esperanza Aguirre, claro. El desayuno es la hora virgen del día; pudiera haber titulado "mis cenas" o "mis cañas de cerveza"; pero esto, en el transcurso de los días perros, son horas contaminadas. Conozco el paño. No es igual dialogar en torno a una mesa con repostería y mermelada de propia mano que el desayuno infame del AVE disparado hacia Madrid a trescientos kilómetros por hora.Los tintes bucólicos de este libro, como añoranza de una Edad de Oro, no ocultan al Boadella satírico y rebelde de difícil adscripción ideológica; sería un riesgo dúplice -para él y para la izquierda- adscribirlo a la izquierda tradicional; pero también lo sería hacerlo con la derecha montaraz. Este libro es de amplio espectro; tiene que ver con la política, el arte, la condición humana; con España y las tribus nacionalistas: sin mitologías, sin tabúes. A muchos españoles las grescas separatistas nos preocupan menos; si catalanes y vascos quieren establecerse por su cuenta, vale. Y que cada palo aguante su vela. Soy un españolazo de toros, pandereta y cante jondo; y no tengo especial sensibilidad sobre la unidad de España en la que confío menos, todavía, de lo que Boadella confía en Cataluña. Me adhiero al lema "España, sol y morro" que figura en este libro. Por no decir algo más gordo. La idea de Boadella sobre la democracia actual podría resumirse en una frase: putrefacción total a izquierdas y derechas. Lo cual no es difícil compartir.
Dolors es pintora y, como Albert, abomina del arte moderno. Tiene quizá por eso una mirada concreta sobre las cosas, a partir de la cual la escritura de Boadella fluye limpia como el agua de los riachuelos trucheros de montaña. Siempre he pensado que en la novelesca fuga de la cárcel, cuando La Torna, tuvo algo que ver esta mujer. Pudiera ser. La Torna está en el origen de los males de Boadella. Su fuga fragmentó a Ioglars y empezó a ser un réprobo para la izquierda y para el catalanismo, de los que terminó abjurando. La izquierda necesitaba un mártir y el nacionalismo un confaloniero, dos imposibles para un descreído que ni siquiera temía a la censura a la que toreaba con la mano baja.
La Torna, Columbi lapsus, Teledeum, Ubú lo enfrentaron a tres poderes fácticos: militares, curas y soberanistas. La derecha española es voluble y un poco puta y la progresía es tenaz en sus excomuniones. En la actualidad, aquella lo tiene como un icono, no por la admiración a un teatro imposible para ella, sino por la bandera anticatalanista que Albert Boadella ha alzado. Su discurso medular, aunque quizás él opine lo contrario, tiene poco que ver con esa derecha que Paco Umbral definió como derechona.
De todo esto y más cosas hablan en magnífica prosa estos diarios: don apacible de un agitador pendenciero en una antigua masía. Magnífica prosa quiere decir precisión y transparencia, economía verbal sin ornamentación ni oropeles. Es una proclamación en román paladino de cómo la impostura, la corrupción y las falacias de una modernidad manipulada están encanallando la convivencia. Estoy de acuerdo en la defensa del mundo arcaico, pero eso no me lleva a negar el arte moderno, por ejemplo; lo cual habría, por lo menos, que matizar. Y Boadella lo matiza. Conclusión provisional: en la cultura española del último medio siglo, Joglars y Boadella son imprescindibles.