John Boyne. Foto: Antonio Moreno.
El autor de El niño del pijama de rayas publica 'El increíble caso de Barnaby Brocket', novela juvenil que reivindica la diferencia
El autor irlandés, que alterna la literatura para adultos con la juvenil, vuelve ahora a España con un nuevo título adscrito a esta segunda faceta suya como escritor. Es El increíble caso de Barnaby Brocket, la historia de un chico de ocho años nacido con la capacidad de flotar por los aires como un globo de helio. Una rareza que exaspera sus padres, talibanes de la normalidad, hasta el punto que deciden liberarse de él, soltando el cordel que los sujeta al mundo de los bípedos. Ese elemento absurdo, fuera de las reglas de la naturaleza humana, remite a la narrativa del Roald Dahl. Boyne no rehúye la comparación. Al contrario: reconoce que en cierta medida este libro es un homenaje al escritor británico. Y confiesa además que se lo ha pasado en grande armando está metáfora de exaltación de la diferencia, que tiene su origen en su juventud, cuando ser gay en la católica Irlanda era ilegal.
Pregunta.- ¿Qué significa ser "normal" para usted?
Respuesta.- Probablemente ser distinto. Es decir, ser diferente, tener algún tipo de miedo por ello. Es algo que conviene evitar, luchar contra ese temor o complejo.
P.- ¿Y cree que una buena forma de hacerlo es leyendo El increíble caso de Barnaby Brocket?
R.- Bueno, el objetivo primordial es que los lectores se enganchen con la historia y no puedan dejar de leerla. Pero es verdad que también me gustaría que mientras avanzan vayan poniendo en tela de juicio algunas de sus premisas, que se encuentre con personajes de todo tipo, muy diferentes a sí mismos, y que les estimulen a pensar desde distintas perspectivas.
P.- Sus novelas juveniles tienen por lo general un sustrato moral. ¿Qué le viene antes a su cabeza: el mensaje que quiere transmitir o la trama?
R.- Pues en esta novela empecé con la idea de reivindicar la diferencia. Busqué alguna con la que montar la metáfora, pero todas que se me ocurrían eran diferencias muy normales. Entonces se me ocurrió la del niño que flota y eso trajo lo demás: el viaje por el mundo e incluso al espacio exterior. Lo cierto es que mi manera de escribir ha cambiado muchísimo. Antes tenía todo perfectamente planificado. Ahora todo es mucho más espontáneo. Creo que es una señal de confianza.
P.- ¿La comparación constante con Roald Dahl qué le parece?
R.- La llevo muy bien. De hecho, este libro es en cierto modo un homenaje a él. Es inevitable que ese elemento absurdo de un niño que flota remita a las historias suyas. También aquí los niños son ejemplares y mucho más maduros que los adultos.
P.- ¿Usted tiene claro realmente para quién escribe, a quién? Me refiero sobre todo a la edad.
R.- Pues no realmente. No sé escribir para un tipo de lector concreto. Cada lector es un mundo. Cuando escribo pienso en mí mismo, en lo que me emociona, en lo que me hace gracia... Si hay algo divertido, es porque me divierte a mí. Si hay algo melancólico, es porque me provoca melancolía a mí. Y, por supuesto, no escribo de manera más sencilla cuando lo hago para jóvenes. No limito el vocabulario. El otro día estuve en una escuela donde utilizan uno de mis libros en el plan lectivo. El profesor pidió a los alumnos que enunciaran las palabras que desconocían. En la pizarra acabaron anotadas un montón. Y me pareció bien.
P.- Es más difícil que este libro, en cualquier caso, rompa las fronteras de edades, como sí hizo El niño del pijama de rayas, una novela juvenil que arrasó entre todos los públicos, quizá en gran medida por abordar el tema del Holocausto, ante el que nadie permanece indifirente.
R.- No compito conmigo mismo. Y no hago ese tipo de cálculos. Lo único que intento es que cada libro sea mejor que el anterior; que yo sea mejor escritor. El increíble caso de Barnaby Street tiene también temas universales, que pueden llegar a todos: está la evolución de un chico que ha sido traicionado, está confuso, pero intenta hacer su propio camino.
P.- ¿Se llegó a sentir atrapado por el éxito de El niño con el pijama de rayas?
R.- Estuve tres o cuatro años hablando del libro. En ese tiempo atravesé periodos de todo tipo. A veces me sentía muy afortunado por haber conseguido tener tantos lectores. Un escritor no escribe para el vacío. Me entusiasmaba que me preguntaran y sintieran curiosidad por algo que yo había creado. Yo ya había escrito varios libros antes y una discreta repercusión. Por eso lo valoraba mucho. Pero también, en otros momentos, me sentía abrumado, hasta el punto de sentirme desligado de mi obra, como si fuera un simple portavoz de ella. La verdad es que si nunca nadie me volviese a preguntar por El niño del pijama de rayas sería feliz.
P.- Bueno, de hecho quería preguntarle por su próximo libro, que creo que tiene ya casi a punto, This House Is Haunted.
R.- Es una historia de fantasmas, con un caserón enigmático, unos niños turbadores, una institutriz inquietante... Espero terminarla para estas navidades. Después de pasármelo en grande con El increíble caso de Barnaby Brockett decidí introducirme en un territorio más oscuro y dramático.
P.- ¿Lo escribir novelas para jóvenes y adultos cómo lo alterna? ¿Es algo planificado o casual?
R.- Es una decisión deliberada. En los últimos tiempos voy alternándolas. Por ejemplo, antes de Barnaby Brocket había escrito El absolutista, ambientada en la I Guerra Mundial, con un narrador que se siente muy culpable y está cerca del estado de depresión.
P.- Quedamos en que Barnaby Brocket era una reivindicación de la diferencia. ¿En qué se siente diferente John Boyne del resto del mundo?
R.- No sé... A mí la experiencia que me marcó en ese sentido es mi homosexualidad. En la adolescencia en mi país no era sencillo expresarla con naturalidad. Era incluso algo ilegal. Quizá la metáfora de este niño que flota venga de ahí.