Javier Tomeo. Foto: Beatriz Velardiez

Edición de D. Gascón. Páginas de Espuma, 2012. 872 páginas. 18'90 euros

Ha razonado muy bien Ramón Acín la génesis e intención de la narrativa de Javier Tomeo (Quincena, Huesca, 1931). Explica este estudioso cómo la desmotivación ética, social y colectiva del último trecho del pasado siglo ha llevado a los humanos a situaciones de duda o débil exploración de la realidad. La extrañeza, el absurdo y la fragmentación se convierten entonces en factores básicos de la existencia. Estos elementos conforman una simulación o una hiperrealidad con la que Tomeo construye intuitivamente un universo narrativo poblado por personajes solitarios, infelices y con escasa capacidad de comunicación.



Una percepción de la vida como algo ininteligible -un caos o un sinsentido inalcanzables para el análisis racional- impulsó la escritura de Tomeo hace ya casi medio siglo. De entonces data una originalísima obra narrativa que alcanza, además, enorme dimensión entre novelas y libros de relatos. 867 páginas de tamaño grande ocupan los Cuentos completos reunidos por Daniel Gascón. En ellos figuran siete libros (Bestiario, Historias mínimas, Problemas oculares, Zoopatías y zoofilias, El nuevo bestiario, Cuentos perversos y Los nuevos inquisidores) y un centenar de piezas inéditas o reescritas. Dado, además, que las fronteras de género nunca están claras en Tomeo, el tomo habría alcanzado un volumen incluso mayor si se hubieran recogido otras páginas que bien podrían haber entrado en él. Cabía, por otra parte, una selección diferente. Aparecen en el bloque final de textos sueltos varios centrados en un tal Ramón o Ramoncín, un alter ego discrepante del autor, pero habría sido preferible incluir el título independiente Conversaciones con mi amigo Ramón. En cuanto a las piezas sueltas, se echa en falta la indicación de sus fechas, dato importante para contextualizarlas en la época y en la trayectoria del escritor.



Aunque D. Gascón sostenga que el "universo rabiosamente personal" de Tomeo "es difícil de incluir en clasificaciones generacionales o sociológicas", sus cuentos son hijos de una específica circunstancia histórica y de una arriesgada opción personal. El propio escritor lo ha explicado. Surgieron en un tiempo, todavía en el franquismo, en que se pensaba que la literatura "debía ser un instrumento de acoso y derribo de la dictadura". El decidió, en cambio, y a riesgo de que nadie le hiciese caso, rebelarse contra el realismo a ultranza. Acompañó esa determinación de una opción formal rupturista: establecer en sus cuentos un escenario claro en el que situar unos personajes y configurar con ello un clima de tensión que estalla al final de forma inesperada. Este desenlace sorpresivo -aclara- no depende de la lógica de la situación sino "de las voces del subconsciente y sus desvaríos", y de un entregarse a lo primero que se le ocurre.



Con relativa fidelidad a esta peculiar poética, los Cuentos completos ponen en pie un mundo creativo marcado por lo insólito. Todo, lo más raro imaginable, ocurre en él. Las situaciones descartan de entrada la verosimilitud. La anécdota se aparta de la lógica. Los personajes, si se trata de humanos, no son ciudadanos comunes sino más bien símbolos o figuras de guiñol que establecen diálogos disparatados. Y cuando aparecen animales, gran querencia del autor, se metamorfosean, y se organizan en pintorescos bestiarios cargados de alegorismo. La plenitud del absurdo enseñorea las fábulas. El humor suprime todo atisbo de trascendencia y evita el patetismo: así las historias reclaman la atención solo sobre el puro despropósito. Sin embargo, esa apariencia encubre un mundo oscuro y turbador recreado con sistemática tenacidad. El fracaso, la desilusión, el peso del azar, la incomunicación... brotan como instantáneas del absurdo general de la existencia. La conclusión es un mundo abocado al motivo capital del aragonés, la soledad. Al final se impone una realidad desesperanzada que oscila entre la sinrazón y el nihilismo.



"Que soy un visionario, o, lo que es igual, que en este mundo veo cosas que nadie más es capaz de ver y que si lo hubiese sabido antes no se hubiese casado conmigo", le reprocha su mujer al narrador de uno de los cuentos sueltos. La queja encierra la poética entera de Tomeo: un ir más allá de las apariencias con el propósito de lanzar un mensaje de desconfianza acerca de la realidad empírica y de la aceptación rutinaria del mundo. Sobre esa idea pivotan la mayor parte de sus curiosos, divertidos e inquietantes cuentos.