Image: El fin de la ciencia

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Letras

El fin de la ciencia

Manuel Lozano Leyva

23 noviembre, 2012 01:00

Manuel Lozano Leyva. Foto: Conchitina

Debate. Barcelona, 2012. 409 páginas, 19'90 euros


Francis Fukuyama publicó en 1989 un famoso ensayo que tituló "¿El fin de la Historia?" y, tres años más tarde, lo convirtió en un libro, en cuyo título, El fin de la historia y el último hombre, habían desaparecido los signos de interrogación. Excluida la interpretación más obvia de este último título, la de "extinguida nuestra especie, se acabó nuestra historia", Fukuyama venía a proponer que en el estadio final de su evolución, la humanidad se estancaría en una especie de inestable y evanescente democracia liberal.

En la estela de Fukuyama, John Horgan publicó en 1996 el libro El fin de la Ciencia, título que es mucho más polisémico que su referente, aunque Horgan se restringía explícitamente a "los límites del conocimiento en el crepúsculo de la era de la Ciencia". Con un exceso de optimismo, Horgan, en un poco riguroso y anticipado réquiem, concluía que la Ciencia, tal como la conocemos, está llegando a su fin porque está próxima a cumplir su objetivo: explicar la naturaleza. Ahora Manuel Lozano Leyva (Sevilla, 1949) retoma el título para explorar todas las dimensiones de su ambigüedad, especialmente la más tangible de todas, la de cuál es el fin o finalidad de la ciencia (y de la técnica) actual.

Para los ateos del tipo de Peter Atkins o Richard Dawkins, el fin de la Ciencia es el conocimiento del mundo físico, y su final sobrevendría cuando, completado dicho conocimiento, se constatará que el llamado mundo físico es todo lo que hay, una visión de los límites ciertamente más amplia que la de Horgan. El ángulo desde el que Lozano Leyva aborda principalmente el problema se aproxima más al de Thomas Jefferson, quien venía a decir que bastante hay con ocuparse de las cosas que son, como para atormentarse con las que quizás pudieran ser, pero de las cuales no hay el más leve rastro de evidencia.

El punto de vista del autor es también más amplio que el de Horgan en cuanto se ocupa no sólo de la Ciencia sino también de la Tecnología y la Ingeniería. Es corriente entre los científicos, que ven a diario cómo de las investigaciones más abstractas se derivan aplicaciones prácticas, la creencia de que la Tecnología y la Ingeniería son meros frutos del árbol de la Ciencia, pero históricamente esto no ha sido así, ya que los ‘dedos inteligentes' han ido casi siempre por delante del ‘pensamiento sistemático', tal como muy bien señala Javier Aracil en su reciente libro Fundamento, método e historia de la Ingeniería. Lozano Leyva se confiesa como recién converso a esta postura.

En la primera de las tres partes en que se divide el extenso libro, el autor da su personal versión, libre y desenfadada, de la historia de la Ciencia y la Técnica. En la segunda parte, bajo el título de "Las amenazas", se pasa revista a todos los enemigos del conocimiento objetivo, empezando por los internos: la mediocridad, la endogamia, el clientelismo o la corrupción por el dinero. Los enemigos externos forman parte del nada letárgico movimiento anticientífico, cuyo combustible se compone en proporciones variables de las pseudociencias, las injerencias religiosas e ideológicas, el catastrofismo y el ecoterrorismo.

Dentro de las pseudociencias, se detiene el autor en asuntos como la magia y la astrología, las medicinas alternativas, la parapsicología, la ufología y las fantasías sobre la conquista del espacio, para terminar con el análisis de un fenómeno preocupante, como es el de que todo este delirio esté invadiendo con éxito los reductos universitarios. Añado yo que las pocas armas legales existentes para combatir esta nefasta invasión son ineficaces y además se emplean de modo infrecuente: sólo de vez en cuando se cancela alguna titulación o una determinada asignatura por contravenir los más elementales requerimientos del conocimiento objetivo.

Dedica Lozano Leyva la tercera parte del libro a "Los objetivos", lo que es decir a los fines de la ciencia actual, en una ambiciosa vuelta de periscopio que va encarando sucesivamente la coevolución de la especie humana con otras especies, nuestro lugar en el cosmos, nuestra irrefrenable demanda de energía, los problemas medioambientales, de la meteorología al cambio climático, la disponibilidad de agua, más necesaria y limitante que la de alimento, la seguridad alimentaria, la salud y la biomedicina, objetivos que así enunciados aparecen rodeados de un aura utilitaria.

Aparte de un nada desdeñable novelista, Lozano Leyva es un excelente y veterano divulgador que se preocupa de señalar algo que no es obvio para los lectores acientíficos: un científico suele ser especialista en una disciplina concreta y fuera de ella carece de autoridad científica. Esto es así sin duda, pero el autor va tal vez demasiado lejos al equiparar la situación del científico respecto a otras disciplinas ajenas a la suya a la del lego, ya que quien tiene una formación como científico ha adquirido una capacidad para sopesar la evidencia y un método del que carece en general quien no haya adquirido esta formación. Lozano Leyva, que es catedrático de Física Atómica, Molecular y Nuclear, brilla en los temas más afines a su especialidad, como son los relacionados con la energía, con mayor fulgor que en otros más distantes, como los biológicos, pero en ningún momento pierde el rigor, el método o la prudencia en el examen de los datos objetivos, algo que le sería imposible a la mayoría de los lectores ajenos al ámbito científico.

En el epílogo, el autor da sus fundadas razones para no intentar conjetura alguna sobre las posibles tecnologías emergentes de las próximas décadas. Argumenta que las más apasionantes serán seguramente aquellas que son imposibles de predecir en la actualidad, convicción que se fundamenta en lo ocurrido en las últimas décadas. Su desenfado queda patente cuando se refiere a las conclusiones de los filósofos sobre el futuro de la Ciencia con el cariñoso símil del cuchillo jamonero: como útil para el deleite del manjar más delicioso del mundo (¿el conocimiento?), como utensilio abandonado en un cajón oscuro por culpa del colesterol y de la estrechez económica, o como herramienta para reparar agravios.

Una de las ideas de partida del libro es que, en un mundo tan dominado por la Ciencia y la Técnica, "los ciudadanos no pueden ejercer la democracia apropiadamente sin unos conocimientos básicos de lo que es la ciencia y la tecnología, incluidos no sólo sus grandezas y milagros sino también sus miserias y peligros." Según Lozano, los políticos están tan poco preparados para este conocimiento como la mayoría de los ciudadanos: poco o nada. En este sentido, su libro es de urgente recomendación para el público en general y para los políticos en especial, siendo apropiado señalar que en ningún momento pretende hablar ex cátedra, ya que admite prudentemente de partida que sus posturas pueden estar teñidas de elementos ideológicos personales.

Sin embargo, su exposición es clara y entendible y deja traslucir un encomiable esfuerzo de objetividad a partir del cual un lector principiante puede construir un inventario de temas y argumentos que le sirvan de base para empezar a construir responsablemente sus propias posturas ciudadanas sobre asuntos respecto a los cuales podría dejarse llevar por una mezcla de temor e ignorancia. Es éste un libro que está escrito de un modo cercano y asequible para cualquier ciudadano.