El dibujante suizo Frederik Peeters en su estudio. Foto: E. C.

Hace más de 10 años, antes de que el concepto de novela gráfica se instalara en las grandes superficies y democratizara el cómic para bien o para mal, irrumpió en la escena europea un autor suizo que rompió, sin pretenderlo y de un mazazo, numerosas barreras. El joven Frederik Peeters (Ginebra, 1974) reunió el valor suficiente para explicarse la relación con su mujer, enferma de sida, y el hijo de ella, también afectado por el virus, y para contar con la mayor sensibilidad y sinceridad el día a día de la enfermedad. Sin tapujos, fresca, conmovedora, pero en nada autocompasiva, la novela, publicada en España por Astiberri, está considerada una de las cumbres del cómic europeo de los últimos años y sus reediciones se suceden cada poco tiempo. Sin embargo, desde la FNAC Callao, donde acaba de participar en un encuentro sobre cómic social junto a Montesol y Gallardo, Peeters señala que en ningún momento quiso que su libro removiera conciencias:



- Si al final Píldoras azules ha ayudado a la gente a entender la enfermedad, yo no soy consciente de ello. Para mí era sólo una historia de amor, relacionada con el sida, sí, pero sólo hablaba de amor. Yo no demonizaba el sida, así que no tenía el objetivo de intentar que otros tampoco lo hicieran. Si a alguien le ha abierto los ojos, bien, me alegro. En cualquier caso, este libro ya no me pertenece, cuando me hablan de él tengo la sensación de que se refieren a otra persona.



Por muy pequeño, como él señala, que sea el sector poblacional que ha accedido a Píldoras azules desde su publicación, lo cierto es que la novela acerca al lector al conocimiento de una enfermedad que muchos miran desde la distancia, a los problemas del día a día, incluso a cómo puede unir a una familia. Tanto es así, que habiendo publicado otras muchas obras, algunas también de excelente calidad, a Peeters todos le preguntan todavía por aquel trabajo:



- No me importa hablar de ese libro. No estaría sentado en este despacho si no lo hubiera dibujado. No me atrevería a decir si se ha convertido un clásico, no es a mí a quien corresponde etiquetarlo. Respecto a mi forma de trabajar, todo ha cambiado desde entonces. Píldoras azules surgió de la más absoluta improvisación, me permitió aceptar una serie de problemas y darme cuenta de que yo podía ser un autor de cómics y experimentar con la narrativa. Fue una creación continuada, no me paraba a pensar, desdramaticé todo el proceso de creación de la novela gráfica y, bueno, salió bien y me abrió todas las puertas.



Después de aquel derroche de imaginación, de su soberbia combinación del subsconciente con lo real y de su excelente dominio de los códigos metatextuales, Peeters nunca volvió al cómic autobiográfico, a pesar de que el género con el que deslumbró se ha impuesto en los tebeos europeos de forma decisiva. "Es cierto, en los últimos años sólo ves biografías o viajes a países con dificultades. La gente está ya un poco harta de ellas, así que no creo que vuelva a hacer autobiografía. Sin embargo, en todos mis libros hay una parte mía, de mi familia, de la gente que me rodea... cosas que yo empleo, aunque maquilladas", comenta. Y tiene razón, en sus títulos más recientes, bien se muevan en el terreno de lo onírico (Paquidermo), de lo cinematográfico (Castillo de arena) o de la Ciencia Ficción (Aama), sus obras mantienen esa delicada forma de llevar la mirada a lo íntimo. Todo, salpicado por las influencias más dispares. Por ejemplo, en Aama están desde la lectura de los artículos de ciencia a la pintura renacentista.



La novela gráfica

Autor al margen de las tendencias del mercado, pues se ha permitido el lujo de mantenerse en la independencia, cree Peeters que el tren de la novela gráfica al que se han subido hoy muchos autores es puro marketing. "Es una traducción de un término americano en la que hoy cabe todo. Es cierto que ha ayudado a desligar al cómic de la literatura infantil y juvenil y que muchos adultos han cruzado la barrera gracias a ella, pero no hay que olvidar que es marketing. Yo, por mi parte, sigo escribiendo y dibujando para mí, hago los tebeos que me gustaría leer y lo único que busco es que el lector disfrute tanto leyéndolos como yo dibujándolos. ¿Soy afortunado? En parte sí, pero he trabajado mucho para que así sea. A veces he tenido la sensación de ser un oportunista, alguien que pasaba por allí y que se atrevió a dibujar tebeos, pero esta idea desaparece cuando me doy cuenta de lo mucho que trabajo. La única cosa que me obsesiona cada día es esforzarme con cada libro y disfrutar haciéndolo. Cuando me preguntan por la crisis editorial siempre pienso que es un asunto que deben preguntar a los editores, no a los autores. Ellos ganan una parte por decir lo mal que está todo. Para mí nada ha cambiado, me paso todo el día en mi estudio concentrado.



El dibujante, que actualmente trabaja en un nuevo tomo de Aama, del que va publicando más o menos un libro por año, avanza que, de momento, seguirá metido de lleno en este largo proyecto, pues cree que el personaje principal tiene una evolución vital y es interesante acompañarlo. Antes de la despedida, y de vuelta a Píldoras azules, retoma una idea:



- Para ser honesto, creo que la gente que compra cómic no necesita ser convencida de nada porque ya tiene sus propias ideas. En ese sentido, no creo en el cómic social. La parte mesiánica o educativa es sólo una ilusión. Soy pesimista, haría falta gente menos negativa que yo...