Juan Vilá

Piel de Zapa. Barcelona, 2012. 253 páginas, 19'50 euros



Siempre es una buena noticia la aparición de un nuevo sello editorial, que comienza, además, con una operación arriesgada: abrir una colección de narrativa emparejando un título ya clásico de Virginia Wolf y esta obra del novel Juan Vilá (Madrid, 1972), el cual, a su vez, no ha sido menos arriesgado que los editores, porque ha empezado por donde otros novelistas desembocan: planteando un relato que no sólo no transcurre de manera lineal, sino que se fragmenta y se descompone en un conjunto de secuencias -o piezas- que, como un rompecabezas, parecen exigir una ordenación por parte del lector.



La dificultad se presenta al advertir que la narración de Juan (el protagonista) es, en efecto, fragmentaria, pero también contradictoria, como si el montón de piezas procediera de unos cuantos rompecabezas diferentes y no hubiera un solo Juan y una sola historia, sino varias entremezcladas. Se trata de encarnar narrativamente la teoría de los universos paralelos, que el propio Juan comenta: "Existen distintos universos, eso contaba el libro. Tal vez sean infinitos [...] Todo aquello que puedas imaginar, de hecho ya está pasando" (p. 134). Cada acto, cada elección cierra el camino a diferentes posibilidades que se configuran como otros tantos universos, y esas vidas posibles adquieren consistencia, crecen junto a las otras, se materializan a veces en sueños -o pesadillas- en los que el narrador se contempla a sí mismo siendo otro, arrastrando una existencia distinta sin cambiar de identidad. De este modo, "los mundos, los universos, las posibilidades se van acumulando y acumulando, hasta hacerse infinitos, como se hacen también infinitos los cadáveres, nuestros propios cadáveres que van quedando por el camino" (p. 223) y que son otras tantas posibilidades de realización abandonadas. La teoría, expuesta así, parece equidistante de los "yos exfuturos" de Unamuno y de algunos poemas de Quevedo referidos a la existencia como una suma de pequeñas muertes parciales que convierten al ser humano en un individuo compuesto por "presentes sucesiones de difunto".



Asistimos, pues, a varias historias posibles y cabe preguntarse cuál es la real, o si alguna lo es, y qué Juan es más creíble. ¿El que sobrevive como agente inmobiliario y se casa con la hija de la todopoderosa presidenta (en cuyo retrato hay demasiados rasgos "reales", incluido su parentesco con Gil de Biedma)? ¿El que encarga el asesinato y descuartizamiento de Sonia? ¿El que mantiene relaciones, no siempre fáciles, con Carmen? ¿El que se ve a sí mismo torturado por dos matones y luego muerto? El Juan superviviente es el encargado de transmitir una visión negativa de la existencia y de resumirla en la palabra que cierra la novela y que en el título aparecía sólo con su inicial. Vilá describe muy bien estas alternancias de sosiego y furia, estos cambios del sueño a la vigilia, esa coexistencia de universos paralelos, siempre amargos y violentos, donde lo único que perdura es un asco infinito hacia todo. Y ha dejado que el lector construya su propia historia con los retazos que le ofrece. El lector avezado, que será el único capaz de internarse en estas páginas. Acaso tendría que haber hecho un esfuerzo el autor por haber aportado más claridad a la historia. En sus comienzos, Picasso pintó una buena cantidad de retratos, paisajes y bodegones. Tuvo que seguir pintando 40 ños hasta componer obras como el retrato de Jaume Sabartés con gorguera o el Guernica. No trato de establecer comparaciones, sino de indicar que los saltos demasiado abruptos tropiezan a veces con escollos. Por fortuna, Vilá exhibe unos utensilios idiomáticos suficientes para arrostrar los mayores peligros. Sólo necesitará adecuarlos mejor a la historia.