Image: El juramento. La Casa Blanca de Obama y el Tribunal Supremo

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Letras

El juramento. La Casa Blanca de Obama y el Tribunal Supremo

Jeffrey Tobbin

11 enero, 2013 01:00

Obama jura el cargo en 2008 ante John G. Roberts, del Tribunal Supremo

Doubleday, 2012. 325 páginas, 29 dólares


La portada del 22 octubre de 2007 de la revista Time mostraba un retrato del presidente del Tribunal Supremo encima de la frase "¿Sigue siendo importante el Tribunal Supremo?". "A medida que los escándalos se multiplican y los dictámenes, concurrencias y disensiones se amontonan, el Tribunal centra su atención en casos cada vez menos importantes relacionados con fundamentos de derecho cada vez más limitados", se lamentaba David Von Drehle en el artículo sobre el tema. "La ideología del tribunal tiene un papel cada vez más reducido en la vida de los estadounidenses".

Menos de cinco años después, ni siquiera el inconformista más audaz escribiría esas palabras. Con el Congreso y el poder ejecutivo prácticamente paralizados, el Tribunal Supremo hoy en día acapara firmemente el centro de la vida pública estadounidense; sus decisiones tienen una influencia trascendental en cuestiones relacionadas con la raza, el sexo, la economía, el poder político e incluso la seguridad nacional. Y en el Washington oficial, la personalidad más enigmática no es el presidente Barack Obama sino John Glover Roberts hijo. Roberts consolidó su posición central el pasado junio cuando, en un sorprendente dictamen individual, rompió con sus cuatro aliados conservadores para afirmar -aunque fuera con argumentos limitados- la constitucionalidad del programa sanitario de Obama. La decisión dejó a los conservadores furiosos, a los liberales agradecidos y a todos confundidos.

En El juramento: la Casa Blanca de Obama y el Tribuna Supremo, Jeffrey Tobbin describe los últimos cuatro años del Tribunal como un duelo entre el presidente del mismo y el presidente de la nación, antagonistas casi perfectos: "Ambos eran producto de Chicago y su entorno, y ambos eran licenciados de la Escuela de Derecho de Harvard. Y hasta trabajaron en la Harvard Law Review, la revista intelectual dirigida por los estudiantes. Huelga decir que sus filosofías políticas difieren. Toobin llama a Roberts un "apóstol del cambio" empeñado en dar al derecho un giro radical a la derecha, y a Obama un "conservador" que quiere que los tribunales dejen la política en paz.

Desde el momento en que Obama ocupó el cargo, los dos hombres chocaron. Roberts tergiversó el juramento presidencial durante la inauguración de Obama, lo cual dio pie a un apresurado segundo intento en la Sala de Mapas de la Casa Blanca el día siguiente. Un año después, con Roberts en la mayoría, el Tribunal, en Ciudadanos Unidos contra la Comisión Electoral Federal, declaró la guerra sin cuartel a un objetivo demócrata clave, la regulación de las finanzas de las campañas electorales. Unos días después, Obama clavaba la mirada en seis de los nueve jueces, sentados en la sala de la Cámara para escuchar el discurso sobre el Estado de la Unión, y les echaba una buena reprimenda pública. La decisión, afirmó el presidente, había abierto "las compuertas a los intereses especiales -incluidas las empresas extranjeras- para gastar sin límites en nuestras elecciones".

Más tarde, la iniciativa más significativa de Obama, la ley de Protección del Paciente y Atención Asequible, fue objeto de un ataque legal. Cuando los magistrados entraron en la sala el último día del mandato de 2011- 2012, daba la impresión de que el destino había puesto a Obama en las manos de Roberts. Pero la premisa del conflicto falló. En lugar de destruir el Obamacare, el presidente del Tribunal salvó sin ayuda de nadie a su rival. En el dictamen de Roberts había algo de la fuerte retórica conservadora, pero a pesar de ello, como señalaba agudamente desde el tribunal la magistrada Ruth Ginsburg, la ley sobrevivió "en líneas generales incólume".

Tobbin es uno de los periodistas de más talento que informan sobre el derecho estadounidense. Dónde, si no en El juramento, nos enteraríamos de que Franklin Pierce fue el único presidente estadounidense que "afirmó", en lugar de "jurar" el obligatorio juramento del cargo, o de que el único archivo de audio completo del segundo juramento de Obama fue grabado por Wes Allison, del St. Petersburg Times, usando su grabadora digital Panasonic RR-US361. El libro abre con una fascinante explicación de por qué fue mal el juramento. Según el relato de Toobin, los dos hombres no sabían dónde tenía intención de detenerse el otro durante la lectura y por eso Roberts se quedó sorprendido cuando Obama intervino después de la primera frase, y los dos, desconcertados, confundieron las palabras.

Pero el resto del libro está dedicado al drama dentro del tribunal, que es más difícil de transmitir. Cuando finalizaron los alegatos orales el 28 marzo, la mayoría de los observadores (incluidos, como reconoce valientemente, el propio Tobbin) predijeron que la ley se iría al traste. Sin embargo, hacia finales de junio, Roberts por lo visto había dejado a sus cuatro aliados conservadores en la estacada. El juramento añade poco a lo que ya se sabe sobre estos acontecimientos, y Tobbin tampoco nos dice quién fue responsable de la sorprendente oleada de filtraciones, en su mayoría críticas con Roberts, que procedían del Tribunal antes y después de la decisión (y que podrían achacarse, conjetura, a "secretarios judiciales quisquillosos" y no a jueces decepcionados).

El juramento no pretende ser un relato de primera mano del caso de la reforma sanitaria. El objetivo de Tobbin es más bien explicar la evolución del tribunal de Roberts, y para hacerlo debe entrelazar un número casi abrumador de temas: el auge del "derecho personal a portar armas"; el ataque contra la regulación de las finanzas de las campañas electorales; la ineptitud con que afrontó el Gobierno los nombramientos de los magistrados de los tribunales inferiores; las turbulentas vidas de los jueces jubilados Sandra Day O'Connor, David Souter y John Paul Stevens; la confirmación de Sonia Sotomayor y Elena Kagan; la "transición de intelectual conservador a cascarrabias de derechas" del juez Antonín Scalia... A veces, el lector puede verse abrumado por todo ello.

Nada de lo anterior debería desanimar a los lectores de sumergirse en El juramento. Hasta que los eruditos de la siguiente generación consigan acceso a los informes de los magistrados, no es probable que tengamos una imagen más útil o más legible de este curiosamente variopinto grupo de magistrados en este momento de la historia. Pero al final de El juramento, tanto el Tribunal como su presidente siguen siendo un enigma. No es por un fallo del relato. La decisión de junio no fue el final sino el principio de una historia. El significado del dictamen de Roberts en el caso de la reforma sanitaria solo quedará claro cuando sepamos los próximos nombramientos al tribunal. Una mayoría conservadora más fuerte ampliará la estela libertaria que Roberts abrió con su dictamen sobre la reforma sanitaria. Una nueva mayoría liberal tendrá pocos problemas para limitar sus palabras al punto de convergencia.

En cualquiera de los dos casos, sospecho que no veremos muchas burlas respecto a la importancia del Tribunal, al menos durante los 25 años aproximadamente en los que John Roberts seguramente seguirá siendo su jefe. Ha demostrado que se siente cómodo con el poder, independiente tanto de enemigos como de amigos, y capaz de encabezar la clase de campaña legal a largo plazo que convirtió en personajes históricos a presidentes del Tribunal Supremo como John Marshall y Earl Warren. Como escribe Tobbin al final de El juramento, ahora es el Tribunal de John Roberts.