Luis II y Richard Wagner, de Kurt von Roszinsky
Luis II de Baviera, el rey loco, el "único rey verdadero de su siglo", según el poeta Paul Verlaine, fue quien hizo posible el desarrollo de la creación artística de Wagner. Convertido en su mecenas, el monarca se identificaba por completo con las ideas y el espíritu épico que el compositor transmitía en sus óperas. Blas Matamoro recoge en 'Cartas sobre Luis II de Baviera y Bayreuth' (Fórcola Ediciones), el epistolario de Wagner con el propio Luis II y otras personalidades de la época, como Franz Liszt y el director de orquesta Hans von Bülow, para ilustrar su relación con este "rey virginal y genial cortesano".A continuación se pueden leer algunas de las cartas recogidas en el libro.
A Hans von Bülow, Berlín
Starnberg, Baviera, 18 de mayo de 1864
[...] Este año no os invito a pasar una temporada conmigo porque estoy tan lejos y porque ya no temo tanto inquietaros como animaros. Para el próximo año me resulta muy difícil planear un veraneo con vosotros. Con todo te pido un favor y es que si puedes me ayudes a explicar fácilmente a mi joven y prodigioso rey un concepto de mi música para los Nibelungos. Te he mencionado para ello y él se ha mostrado contento.Es ésta ahora mi más hermosa conquista, sin mancha ni la menor nube; pura, honda, entusiasta entrega del animoso discípulo al maestro. Nunca he tenido un alumno tan plenamente mío como éste. ¡Es increíble! Hay que oír, ver y sentir a este excelente joven Parsifal. En los asuntos de gobierno es firme, estricto y celoso, se vale por sí mismo, nadie influye en él y todos lo reconocen como un rey pleno y efectivo. ¡Todo un milagro, querido!
Ahora pueden su destino y la naturaleza de las cosas; no sé hasta dónde podrá él llegar. Su padre apenas lo formó entre los diez y los veinte años. Luego empezó a reinar, inesperadamente. Cuatro meses más tarde mandó llamarme. Desde entonces todo el país me observa, como si mi influencia sobre el rey pudiera ser dañina. ¡Insensatos! Él es él y yo soy yo; me ama como soy y él no me aceptaría si yo fuera distinto. ¡Tan auténtico y puro es todo esto!
Pero realmente, lo siento así, lo amo cuanto un ser puede amar, tanto que creo que mi muerte seguiría inmediatamente a la suya [...].
Al rey Luis II de Baviera
14 de abril de 1865
Adorable y maravilloso amigo:¡Qué alegría y qué tristeza pensar en Vos! Enseguida late mi corazón con altura y orgullo si oigo cuán hermoso, señorial y seguro recorre su camino mi regio ángel, despertando la sorpresa y el encanto a su paso; de pronto siento angustia y temor cuando percibo que padece, pesaroso e impedido. Cerca y, sin embargo, lejos me siento cuando lo sueño. ¡Qué prodigioso destino! Tan extraordinario y tan raro como una leyenda que se ha vuelto realidad en mi vida.
¡Amigo mío, íntimo amado, único y excelente! Con lágrimas en los ojos pregunto: ¿Cómo estáis? ¿Os acongojáis? ¿Os alegráis? ¿Qué siente el más dulce de los reyes?
Hoy es de nuevo Viernes Santo, día sacro, notable en todo el mundo, día de la redención, de las penurias de Dios. ¿Quién contiene la inmensidad? El inefable, el más confiado por la humanidad, Dios el Creador, que sigue siendo incomprensible, Dios el maestro lleno de amor, íntimo amado e incomprendido: Dios el sufriente, escrito con fuego en nuestro corazón, pleno sentido de la existencia, que carga el mayor de los pesares. ¡Dios doloroso y visible! La enseñanza que no comprendemos nos alcanza ahora: Dios está en nosotros y el mundo es su milagro. ¿Quién lo ha creado? ¡Gran pregunta! ¿Quién lo ha construido? Dios en nuestros corazones, en la más honda tristeza que nos produce compadecernos de Dios.
Un cálido y soleado Viernes Santo me ha allegado con su santa presencia algo de Parsifal: ya vive en mí y crece como un niño en el seno materno. Cada Viernes Santo cumple un año más y celebro el día de su concepción, al cual sigue el de su nacimiento. El último Viernes Santo lo pasé como fugitivo en Múnich: estaba de viaje y ese día no quise viajar; enfermo y doliente me tomé una noche de descanso. Atravesé algunas calles de la ciudad. Hacía un tiempo rudo y convulso. Un pueblo en duelo ondeaba por las plazas y las iglesias. En un callejón lateral observé un retrato en una ventana. Lo veía por primera vez. Era el joven heredero del trono. Me atrajo la inefable fuerza que irradiaba esa imagen llena de alma. «Aun no siendo todavía el rey, podrías reconocerlo como tal y ahora él es el rey», me dije. «Nada sabe de ti.» Callado y solo seguí mi camino. A pesar de estar tan triste, ese día fue el de la concepción de mi Parsifal. Sí, la imagen en la callejuela me condujo involuntariamente hacia mi héroe: el joven rey y Parsifal se fundieron en uno solo. Los anuncios de mi vida eran débiles, decadentes, estaba yo hondamente desesperado y, de pronto, recordé el luminoso Viernes Santo de la primera concepción. Un corazón de mujer, amable, dulce, íntimo y generoso me tomó bajo su protección y defensa. Mi deseo de un año se colmó, tuve mi casita con su amistoso jardín, en un maravilloso lugar, con espléndidas vistas sobre el lago de Zúrich y los Alpes. Advertí que era el primer día de la primavera y en la almena de mi asilo doblaban las campanas, los pájaros cantaban, las primeras flores se abrían para mí, era el hondo éxtasis de la concepción de Parsifal. Quise volver a navegar por el lago de Zúrich, ver y buscar cómo podría volver a hallar la casita, tranquila y apartada. Acongojado y frío por fuera, sin esperanzas por dentro, cansado, en busca de la muerte, es lo que resentí en Múnich el último Viernes Santo, cerca de la suprema gloria de mi vida, el sol que en mi noche habría de brillar, el redentor, ¡el salvador de mi existencia! Es lo más prodigioso y milagroso que un poeta puede hallar.
Ahora nacerá Tristán, crecerá, se expandirá, cada día es una nueva fiesta, una fiesta de agradecimiento al Rey Parsifal.
Al rey Luis II de Baviera
Lucerna, 24 de julio de 1866
¡Amado!El corazón habla y decide, quiere decir que mantiene alta la cabeza.
[...] Esa parte del pueblo, que denomino la juventud bávara que ahora parece desorientada al conocer vuestro deseo de renunciar a la corona, ésa, amado amigo, es la que verdaderamente apesadumbra mi corazón. ¿La habéis tenido en cuenta? Y lo más importante: es vuestro destino, el lejano futuro de vuestra vida. ¡Oh, cielos, Luis mío! ¡Sois tan joven, aún tan nuevo en este mundo! Fuera de vuestros castillos, reconoced vuestra Múnich, vuestra Baviera, vuestro pueblo. Excusad mi audacia quizá dura, que acaso os parezca un reproche. Pero excusad también mi grave preocupación, el sentimiento de una terrible responsabilidad que me conmueve. ¿Os parecerá el mundo como ahora pensáis? ¡No lo creo! Cuando seáis un hombre maduro hallaréis el mundo más extenso y vuestras pretensiones reconocidas, estoy seguro. La tensión ideal se relajará pero el sentimiento viril dejará sus huellas en las realizaciones del poder. Primero habréis de medir el poder que ahora os comprime con su opresivo peso. Entonces comprenderéis cómo habríais aplicado ese poder a la consecución de potentes finalidades. El anhelo de renunciar os hostigaría y os sentiríais impotente. La monarquía, creedlo, es una religión. El rey cree en sí mismo y, en caso contrario, no lo es. ¿Cómo, si esa fe ahora os falta, si no obstante yace en lo más hondo de vos y esclarece vuestra conciencia, es que esa fe en vos mismo no puede ser vuestra legitimación? ¿Si, al contrario, llegara el arrepentimiento? ¡Decidlo, amado! Si advirtiera la menor sombra en vos, ¿en qué miseria me sentiría hundido si no impidiera vuestra actual decisión, en qué abismo me abandonaría?
[...] Esta obra está igualmente dirigida a vuestra liberación. ¡Sí! Los maestros cantores, desde Núremberg, habrán de conducir al rey de Baviera fuera de la Residencia de Múnich hacia la frescura y el aire libre de Franconia, esa Franconia donde mi Walter se siente en casa y donde su maestro doméstico, el sajón Hans Sachs, habrá de llevarlo a Núremberg y allí coronarlo. Éste era mi jubiloso y sereno proyecto. Habría hallado Baviera a su rey, el que aún espera la nobleza de su pueblo. Ahora inquietaos pues mi Walter es presa de angustia. ¿He de decirme, como Sachs: «Alto, esto no puede ser»? No lo creo, sino que vos habréis de compartir mi plan, cordial y amistosamente. [...] A comienzos del próximo año, hacia finales del invierno, estaré preparado e iré a Núremberg donde se realizan los preparativos. Antes, en otoño, os visitaré en Hohenschwangau para reforzar mi potencia prodigiosa.
[...] La Unión Alemana se ha realizado miserablemente. No es para alegrarse de que el príncipe de esa Unión, que no tiene en cuenta los intereses del conjunto alemán sino los de su propia dinastía, sea tan simple e interesado por sus amigos. Desde hace tiempo somete a Alemania a la voluntad y a los fines de Prusia. Decid públicamente que no se reconoce en vos la dignidad del rey del país con el más antiguo linaje de Alemania y si no es éste vuestro fundamento mayor y más honroso. No puede ser que un corazón entusiasta y de noble sentimiento, el rey de Baviera, sea utilizado como involuntario instrumento en las intrigas de los curas romanos. Desde hace tres siglos, sin embargo, casi sin excepciones, éste parece ser el destino de la dinastía bávara.
[...] Mientras Alemania, políticamente, se acuesta para su quizá largo sueño invernal bajo la custodia de Prusia, nosotros preparamos con gusto, reposados y en silencio, el noble hogar donde alguna vez el sol alemán volverá a encenderse.
A Franz Liszt, Weimar
Bayreuth, 18 de mayo de 1872
Mi grande y querido amigo:Cósima aseguró que tú no vendrías ni aunque yo te invitara. ¡Lo debemos soportar como hemos soportado tantas otras cosas! Pero yo no puedo evitar invitarte. Y ¿qué clamo cuando digo: ven? Llegaste a mi vida como el más grande hombre al cual debería dirigir la más confiada palabra de amigo; hace mucho te separaste de mí, tal vez porque no confiabas en mí tanto como yo en ti. Por ti surgieron de mí las más íntimas esencias y colmaron mi anhelo de saberte confiable. Así vives tú en lo más bello que existe ante mí y en mí, y como sobre un sepulcro estamos enlazados. Fuiste el primero que me ennobleció con su amor; estoy casado contigo y te pertenezco para toda una segunda y más elevada vida que yo no podría vivir a solas. Tú podrás serlo todo para mí, en tanto yo, para ti, apenas un poco. ¡Qué provecho, ser enorme ante ti!
Ahora te digo: ¡ven! Con lo que también te digo: ¡ven hacia ti mismo! ¡Bendito y amado seas, tal como lo decidiste!