Uno de los libros de Santa Teresa de Jesús



Entre las paredes de los conventos de los siglos XVI y XVII florecieron los versos de Santa Teresa de Jesús y Sor Juana Inés de la Cruz. Pero también los de otras muchas mujeres, como Sor María de la Antigua y Sor Marcela de San Félix. Y no sólo poesía, también prosa y teatro salieron de la pluma de estas "monjitas", como las llama cariñosamente Clara Janés, comisaria de la exposición El despertar de la escritura femenina en la Biblioteca Nacional, que se inaugura este jueves y podrá verse hasta el 21 de abril.



Estos escritos son los primeros realizados por mujeres "de los que se tiene constancia". Porque Janés está convencida de que la producción literaria no necesariamente está relacionada con la educación o con saber escribir. "Creo mucho en la literatura popular, no escrita", explica a El Cultural. "Las jarchas las recogieron hombres, pero probablemente fueron cantadas por mujeres. La mujer siempre ha tenido esa necesidad de expresión, de comunicación". Y se remite a la nana, el nacimiento de la poesía. Sin embargo, algunas de estas autoras sí reivindicaron el derecho del sexo femenino a la educación. María de Zayas, autora de Novelas amorosas y ejemplares, considerado el Decamerón español, ironizó sobre su preocupación de que su obra fuera menospreciada por haber salido de una pluma femenina. Sor Juana Inés de la Cruz tuvo que defenderse de los ataques de un obispo por lo que él consideraba innecesaria adquisición de conocimiento, alegando que era mejor tener vicio a las letras que algo peor. Su desobediencia a la jerarquía eclesiástica acabó por conducirla a juicio.



Lo cierto es que con la Iglesia toparon muchas de ellas. Algunos confesores animaban a estas "monjitas" a escribir, para luego hacerse con los frutos de su trabajo y publicarlos con su propio nombre. La Inquisición quemó las obras de Santa Teresa, y dos de sus discípulas, Ana de San Bartolomé y Ana de Jesús, se vieron obligadas a huir de España y exiliarse a Flandes. Olivia Sabuco, descubridora del líquido raquídeo, tuvo que ver cómo su padre se apropiaba de su mérito. Por suerte, no todo eran adversidades. Lope de Vega homenajeó en algunas de sus creaciones a esta escritura femenina. En su Laurel de Apolo alabó a Santa Teresa, a Juliana Morell y a María de Zayas, entre otras. También admiraba a Cristobalina Fernández de Alarcón, ganadora de numerosos certámenes literarios y víctima de la envidia y la lengua viperina de Góngora y Quevedo. Otra habitual de estos certámenes era Ana Caro, autora de teatro por encargo de la nobleza del siglo XVI. "La mujer intelectual existía", asegura Janés, "pero no tenía las mismas facilidades que un hombre".



El origen de esta exposición se remonta a los años 80, cuando Clara Janés barajaba la idea de recopilar en una antología a las primeras poetisas en lengua castellana. Buscando un retrato de Santa Teresa en la sección de iconografía, encontró "a una mujer muy amable que me invitó a que buscara más cosas, y así empecé a encontrar el retrato de muchas 'monjitas'". El libro se editó, y se agotó dos veces. Al querer lanzarlo de nuevo al cabo de unos años, Janés descubrió que esos retratos se habían perdido en la editorial, y al pedirlos de nuevo a la Biblioteca, la directora le sugirió la idea de organizar una muestra.



En paralelo con la exposición, que cuenta tanto con tesoros escritos como con algunos de estos retratos, está previsto un ciclo de conferencias, en el que se incluye una sobre Sor Juana Inés de la Cruz a cargo de la poetisa Jeannette Clariod y otra sobre Lope de Vega y las intelectuales de su tiempo, pronunciada por Grazia Profeti, de la Universidad de Florencia. Asimismo, se ha organizado la representación de la obra en verso Barrocamiento, de Fernando Sansegundo, finalista de los Premios Max de Teatro el año pasado.