Fernando Pessoa firmó el poema "Todas las cartas de amor son ridículas" un mes antes de su muerte, con uno de sus heterónimos como rúbrica, Alvaro de Campos. Editorial Funambulista recopila en un volumen una cincuentena de cartas que Pessoa dirigió a Ophélia Queiroz, una mecanógrafa de las oficinas de la Baixa lisboeta donde él traducía correspondencia comercial. El Pessoa más tierno y digno se alterna con impulsos de vocación literaria, y se oscurece con una psique fragmentada.

A continuación pueden leer algunas de las cartas.

1.3.1920

Ophelinha:

Para mostrarme su desprecio o, cuanto menos, su real

indiferencia, no era preciso el transparente disfraz de tan cumplido

discurso ni tampoco la serie de «razones» tan poco sinceras

como convincentes que me escribe. Bastaba con decírmelo.

De esta manera entiendo lo mismo, pero me duele más.

Si prefiere a mí al muchacho con el que festeja, y al que

naturalmente quiere mucho, ¿cómo puedo yo tomármelo a

mal? Ophelinha puede preferir a quien quiera: no tiene la

obligación -creo yo- de amarme ni realmente la necesidad

(a no ser que quiera divertirse) de fingir que me ama.

Quien verdaderamente ama no escribe cartas que parecen

requerimientos notariales. El amor no estudia tanto

las cosas ni trata a los demás como a reos a los que hay que

«apretar las tuercas».

¿Por qué no es franca conmigo? ¿Qué empeño tiene en

hacer sufrir a quien no ha hecho daño alguno -ni a usted ni a nadie-, a quien carga ya bastante con el peso y el dolor de

una vida aislada y triste, y que no se merece que vengan a aumentárselos

dándole falsas esperanzas, mostrándole afectos

fingidos, y ello sin que se entienda su interés, incluso como

diversión, o con qué provecho, aun de burla?

Reconozco que todo esto resulta cómico, y que la parte

más cómica de todo esto soy yo.

Yo mismo le vería la gracia si no la amase tanto y si

tuviera tiempo para pensar en otra cosa que no fuese el sufrimiento

que usted se place en infligirme y que yo, salvo por

el hecho de amarla, me tenga merecido, y creo de veras que

amarla no es motivo suficiente para merecérmelo. En fin...

Le adjunto el «documento escrito» que me pide.

Reconoce mi firma el notario Eugénio Silva.

18/3/1920

Mucho agradezco tu carta. He estado muy fastidiado por todas las razones que te imaginas. Y para colmo de desgracias

llevo dos noches sin dormir, la angina me produce

una salivación constante y me provoca esa cosa tan sumamente

estúpida: que debo escupir cada dos minutos, lo cual

me impide descansar. Ahora estoy al mismo tiempo mejor

y peor de lo que estaba por la mañana: tengo menos ardor

de garganta, pero me ha subido de nuevo la fiebre que, sin

embargo, esta mañana no tenía. (Nótese que esta carta está

escrita en el mismo estilo que la tuya pues Osório está aquí

al lado de la cama, desde donde estoy escribiendo, y naturalmente

echa de vez en cuando una ojeada a lo que escribo).

No puedo escribir más debido a la fiebre y a los dolores

de cabeza que padezco. Para responderte a lo que preguntas,

las otras cosas, mi amorcito querido (ojalá que O. no vea

esto), tendría que escribirte mucho más, y no puedo.

¿Me disculpas, verdad?

19.3.1920, a las 4 de la madrugada

Mi Amorcito, mi Bebé querido:

Son cerca de las 4 de la madrugada y, a pesar de tener

todo el cuerpo dolorido y pidiendo reposo, acabo de desistir

definitivamente de dormir. Hace tres noches que me ocurre

lo mismo, pero la de hoy ha sido, desde luego, de las más horribles

que he pasado en la vida. Por suerte para ti, amor mío,

no puedes ni imaginártelo. No ha sido sólo la angina, con la

estúpida obligación de tener que escupir cada dos minutos,

lo que me ha impedido conciliar el sueño. Es que, aun no

teniendo fiebre, deliraba, me sentía enloquecer, quería gritar,

gemir en voz alta mil cosas disparatadas. Y todo ello, no sólo

por influencia directa del malestar que crea la enfermedad,

sino porque estuve todo el día de ayer pendiente de cosas que

se están atrasando, relativas a la venida de mi familia, y por si fuera poco, recibí por medio de mi primo, que vino a verme

a las 7 ½, una serie de noticias desagradables que no merece

la pena contar aquí pues, afortunadamente, amor mío, nada

tienen que ver contigo.

Además, estar enfermo precisamente en un momento

en el que tengo tantas cosas urgentes que resolver, tantos

asuntos que no puedo delegar en nadie.

¿Ves, mi Bebé adorado, cuál es el estado de ánimo en

que llevo viviendo estos días, sobre todo estos dos últimos

días? Y no te imaginas la saudade loca, la saudade constante

que he tenido de ti. Cada vez, tu ausencia, aunque sea sólo de

un día para otro, me deja abatido; ¡cuánto más no habría de

sentir por no verte, amor mío, desde hace casi tres días!

Dime una cosa, amorcito: ¿por qué razón te muestras

tan abatida y tan profundamente triste en tu segunda carta

-la que mandaste ayer por mediación de Osório? Comprendo

que sientas también saudade; pero te muestras con

un nerviosismo, una tristeza, un abatimiento tales que me ha

dolido inmensamente leer tu breve carta y ver cuánto sufrías.

¿Qué te pasa, amor, además de que estamos separados? ¿Te

ha ocurrido algo peor? ¿Por qué hablas en un tono tan desesperado

acerca de mi amor, como si dudases de él, cuando no

tienes para ello motivo alguno?

Estoy enteramente solo -puede decirse así; pues aquí, los

de la casa, que me han tratado realmente muy bien, lo hacen

en todo caso por cumplir, y únicamente vienen a traerme un

caldo, leche o algún que otro remedio durante el día; como era

de esperar, no me hacen en absoluto compañía. Y entonces, a

estas horas de la noche, me parece que estoy en un desierto;

tengo sed y no hay quien me dé de beber; estoy medio perdiendo

la cabeza debido a este aislamiento y ni siquiera tengo aquí a

quien, por lo menos, me vele un poco mientras intento dormir.

Estoy ahíto de frío, voy a meterme en la cama para fingir

que reposo. No sé cuándo te mandaré esta carta o si todavía

añadiré alguna cosa más.

¡Ay, amor mío, mi Bebé, mi muñequita, quién te tuviese

aquí! Muchos, muchos, muchos, muchos, muchos besos

de tu, siempre tuyo.

19.3.1920, a las 9 de la mañana

Mi pequeño y querido amor:

Parece que ha sido mano de santo escribirte lo que

está arriba. En seguida me acosté, sin esperanza alguna de adormecerme, y el hecho es que he dormido unas 3 ó 4 horas

de un tirón -poca cosa, pero no te imaginas la diferencia

que me ha supuesto. Me siento mucho más aliviado, y a

pesar de que la garganta me arde y sigue inflamada, el hecho

de que mi estado general haya así mejorado significa,

y creo no equivocarme, que la enfermedad va remitiendo.

Si la mejoría se acentúa rápidamente, tal vez hoy mismo

vaya a la oficina, pero me quedaré poco; y en tal caso yo mismo

te entregaré esta carta.

Espero poder ir; tengo algunas cosas urgentes que tratar,

que puedo atender desde la oficina, aun sin tener que desplazarme

yo en persona; pero que desde aquí me es imposible

resolver.

Adiós, mi angelito bebé. Te cubre de besos llenos de

saudade tu, siempre, siempre tuyo.

19.3.1920

Mi Bebé pequeñín (y actualmente muy malo):

La carta que va adjunta es la que acabo también de enviar

a tu casa por mediación de Osório. Espero poder entregártelas

ambas mañana, cuando vaya a esperarte a la salida

de la oficina Dupin.

Sobre la información que te han dado respecto a mí,

no sólo quiero repetir que es enteramente falsa, sino decirte

también que la «persona respetable» que ha dado esa

información a tu hermana o bien se la ha inventado por

completo, en cuyo caso además de mentirosa está loca, o

bien esa persona ni siquiera existe y ha sido tu hermana

quien se la ha inventado -no digo que se haya inventado

a la persona, sino que se ha inventado el hecho de que una determinada persona le haya dicho algo que nadie le ha

dicho. Mira, amorcito: es siempre malo, en estas cosas, considerar

que los demás no pasan de tontos.

Sobre esa «persona» y lo que de ella me dijiste (naturalmente

porque te lo habían dicho a ti), te daré dos detalles:

(1) que esa persona sabe que te quiero, (2) que «sabe» que te

quiero, pero que no voy con intenciones serias.

Empecemos pues por una de las cosas: no hay quien

sepa si yo te quiero o no porque yo no he hecho a nadie confidencia

alguna sobre el asunto. Partamos del principio de que

esa «persona respetable» no «sepa», sino que se figure que te

amo. Dado que tiene que haber un fundamento para figurarse

tal cosa, ello significa que esa persona ha visto algún

cruce de miradas entre nosotros, ha notado que entre nosotros

(o mejor dicho, en este caso, de mí hacia ti) hay algo.

Esto quiere decir que es una persona de aquí, de la oficina,

o que viene por aquí a menudo, o bien que recibe informaciones

de alguien que viene con frecuencia por aquí. Sin

embargo, para poder afirmar, aunque sea por boca de terceros,

que sí, que la verdad es que te quiero, tal persona, si no

es ninguna de las que vienen a esta oficina, sólo puede ser

alguien o de la familia de mi primo (a quien él hubiese hablado

de las «sospechas» que de vez en cuando tiene acerca

de [sic] te amo), o entonces un familiar de Osório.

Todo esto son suposiciones, incluso la de señalar a algún

familiar de los que acuden a esta oficina es llevar demasiado

lejos la tolerancia respecto a la afirmación, como la de esa

persona, de saber que yo te amo.

Si no hay, de hecho, casi nadie (nadie que lo sepa por

confidencia mía, y en todo caso nadie que pueda «figurárselo

») que pueda saber de cierto si yo te amo, menos habrá

-en esta categoría no hay, pues, nadie- quien sea capaz de

decir que yo no te amo con intenciones serias. Para esto sería

preciso estar dentro de mi corazón; y aun así, se precisaría ver

mal pues lo que se vería sería una burrada.

En cuanto a la afirmación de la «mujer» que yo tengo, si

no es inventada por ti para apartarte de mí, hazle a la persona

respetable (si existe) que informó a tu hermana las siguientes

preguntas:

1. ¿Qué mujer es ésa?

2. ¿Dónde he vivido o vivo yo con ella, adónde voy a

verla (en el caso de que supongan que somos dos amantes

que vivimos en casas separadas), cuánto tiempo hace que estoy

con esa mujer?

3. Cualesquiera otras informaciones que den señas o

que identifiquen a esa «mujer».

Si toda esta historia no es una invención tuya, te garantizo

que te vas a encontrar con una «retirada» inmediata

de la persona que te informó, la «retirada» de todos cuantos son pillados mintiendo. Y si dicha «persona respetable» tuviese

el descaro de dar detalles, bastará con que tú los verifiques,

los indagues. Verás que son mentiras, del principio

al fin.

¡Ah, todo esto no es más que un enredo como cualquier

otro -sumamente infame, pero, como muchas infamias, estúpido

a más no poder- para apartarme de ti! ¿De quién

habrá salido el enredo? ¿O no hay enredo alguno y esto es

simplemente un pretexto que estás tú buscando para librarte

de mí? Quién sabe... Lo supongo todo; tengo el derecho a

suponerlo todo.

Pero, francamente, me merecía ser mejor tratado por el

Destino de lo que estoy siéndolo -por el Destino, y por las

personas.

Vamos a ver si consigo que tengas esta carta entre tus

manos hoy mismo, con cualquier pretexto. Si no, te la entregaré

mañana cuando nos encontremos aquí a las doce y

media del mediodía.

Lee bien la carta adjunta, que te he escrito esta pasada

madrugada y que se ha cruzado contigo, pues Osório te la

llevó cuando tú venías hacia aquí. Observa lo que es escribir

una carta, para luego recibir la serie de noticias y «bromitas»

que me has hecho llegar.

P. S.: Al final, ¿cuál es la verdad en medio de todo esto?

Empiezo a desconfiar de todo y de todos.

¿Cómo fue eso de que no te ibas... y después te fuiste...

a Dupin? ¿Cómo es que de repente te dio por hacerle confidencias

a tu hermana?

Empiezo a no entender bien...

Empiezo a no saber en verdad qué pensar.

P.S.2: Una cosa más: si la tal «persona respetable» existe

(cosa que dudo), averigua qué fines personales pueda tener

para querer apartarme de ti. Averigua si no habrá más

bien fines amistosos para con algún otro pretendiente tuyo. Sin

embargo, esa «persona respetable» debe de ser, seguramente,

pariente del señor Crosse -en tanto en cuanto tenga

existencia real-. Mañana aquí te espero, en la oficina, a la

hora acordada.

Ah, amor mío, amor mío: ¿serás tú quien quiera huir de

mí para siempre, o alguien que no quiere que nosotros nos

amemos?

Tuyo, siempre tuyo