Ignacio Uriarte: S/T (Making of XL), 2009
A mediados de los pasados años ochenta (y durante dos años al menos) yo fui, con otras personas, asesor estético de la casa Loewe. Hice buena amistad con Enrique Loewe que era - y yo diría que ha seguido siendo- el alma de muchas de las mejores cosas que allí se gestaban. Un día de 1987, Enrique me comentó que Loewe ya tenía una pequeña Fundación dedicada entonces a la música clásica. Me comentó que era propósito de la empresa ampliarla, en ese apartado de música, en diseño -algo que afectaba a Loewe como marca de moda y perfumería, por ejemplo- y que también querían hacer algo en literatura. Pero ¿qué? Ahí surgía yo. Esperaba mis opiniones. Le contesté que me parecía estupendo y que no dudaría en que tal espacio literario fuera poético. La poesía era (dentro de su prestigio nominal) la cenicienta de lo literario, y para prueba los premios. Si un gran premio de novela se cotizaba en millones de pesetas, entonces pocos premios de poesía pasaban de las 100.000. Le propuse a Enrique hacer un premio de poesía donde contara la calidad sin camarillas, que abarcara todo el ámbito del idioma y que tuviera una dotación comparable a los grandes premios de novela. A Enrique Loewe le gustó la idea y me dio carta blanca para que yo montara ese premio. Visor editaría el libro -a veces se hicieron ediciones especiales, no venales-, el ganador recibiría además, en una fiesta, más de 1.500.000 pesetas y el jurado -que sólo leería los libros preseleccionados por cuatro diferentes poetas- estaría formado por Carlos Bousoño -como presidente-, Francisco Brines, Pere Gimferrer, Antonio Colinas y yo mismo, actuando de secretario, y con voz pero sin voto, el editor Jesús García Sánchez. A partir del primer año se uniría cada año como jurado el ganador, siendo sustituido después por el siguiente...
El resultado (con anuncios en periódicos de México y de Argentina) fue espectacular en el número de ejemplares recibidos y en el buen hacer de Loewe, que se volcó en todos los actos. El ganador del primer premio (en 1988) fue Juan Luis Panero, poeta mayor de la "generación del 70", pero redescubierto no hacía mucho. El segundo año lo ganó Jaime Siles y el talante intelectual de Jaime le gustó a Enrique, quien me sugirió ampliar mi ampliación. Pues yo había propuesto ya que debía haber un jurado hispanoamericano y tenía la opción (en apariencia no fácil) de Octavio Paz. El poeta mexicano aceptó ser parte importante del jurado -y lo siguió siendo tras ganar el Premio Nobel-y a él se sumó como jurado estable Jaime Siles. La intención fue siempre la misma (y la mayoría de los cambios que fue habiendo en el jurado obedecían principalmente a ella) buscar poesía de calidad y que no predominara ninguna tendencia estética sobre otra. La poesía es plural y puede ser buena en la más sufrida metafísica o en la narratividad de lírica mejor.
Octavio Paz, que hasta su muerte en 1998 pesó mucho en el premio, propuso que quien defendiera un libro, el día de la deliberación final, no se quedara en "es muy hermoso", "es muy apasionado" o "tiene mucho nivel lírico", no, cada jurado debía defender su candidato con razones literarias, de historia, tradición y estilística. Dar una pequeña conferencia sobre el libro. Y algún jurado de breve paso lo ha sido por no querer responder a esta condición que hemos mantenido.
Siempre se deseaba que el ganador fuera joven (puesto que la Fundación Loewe trata de promover el arte joven) y se creó un premio para jóvenes, por si el ganador no lo era. Raramente un libro ha ganado por unanimidad, pero siempre estuvo entre los mejores. Naturalmente (y sin buscarlo) el premio ha ido marcando, creo que con pocos errores, a algunos de los poetas más notables de estos últimos 25 años: desde Felipe Benítez Reyes o Vicente Gallego a nombres tan diferentes como Vicente Valero, Jenaro Talens, José María Álvarez o Antonio Cabrera, hasta llegar a Lorenzo Oliván, Joaquín Pérez Azaústre o Juan Antonio González Iglesias, entre otros, tan opuestos como el clasicismo de Guillermo Carnero en Fuente de Médicis o el libro radicalmente ruptural del joven mexicano José Eugenio Sánchez, Physical Graffitti. Poco que ver entre Play Station de Cristina Peri Rossi o La miel salvaje del prematuramente desaparecido Miguel Ángel Velasco... O entre Templo sin dioses del otro premiado prematuramente desaparecido también, César Simón, con -es otro ejemplo- Las visiones de José Luis Rey.
Se ha buscado variedad en la calidad, pero no es difícil percatarse que en la pluralidad del arte (de cualquier arte) esa pluralidad irá unida a la calidad, indisolublemente. A veces -acaso por el nombre del premio y cuando en sus inicios se entregaba en una cena- el premio Loewe, mejor su entrega, se ha convertido en un acto social. Ni se pretendía ni se negaba eso: en el premio (en los actos en torno a él) debía estar ante todo la literatura, pero también la música y el diseño, como ramas de la Fundación y a menudo las autoridades políticas, invitadas a un acto literario, no electoral. Entre los jurados -tras el paso noble de Paz- han estado, a más de los dichos, Eduardo Lizalde, Clara Janés, María Victoria Atencia, Darío Jaramillo, Ángel González, Luis María Anson, y han terminado incorporados Caballero Bonald, Víctor García de la Concha y Pablo García Baena.
Probablemente no hay premio perfecto y sin duda este tampoco lo es (un año se premió a un desconocido que ya había sido premiado con otro galardón, y se declaró desierto) pero puedo asegurar -y ello es mérito básico de Enrique Loewe- que en este premio se ha buscado y se busca y se buscará, denodadamente, siempre la excelencia y la justicia. Enrique, que ahora conoce muy bien el entramado poético nacional, sus alturas y sus peores mezquindades o trapacerías, ha obrado con sutil elegancia, para que esas reyertas vanas tocaran lo menos posible al premio Loewe y creo que lo ha conseguido.