Zygmunt Bauman
Alto, muy delgado y vestido de riguroso negro, este profesor universitario y eminente pensador tiene aspecto de lo que es, un ilustre profesor. Su cabeza pequeña y afilada emerge de un jersey de cuello alto cuya oscura tonalidad se funde con la americana y contrasta vivamente con sus cabellos de un blanco impoluto. Sus ojos van de un lado a otro radiografiándolo todo, sin perder detalle, y en uno de sus oídos adivino un diminuto amplificador de sonido que debe funcionar perfectamente bien ya que a Bauman no se le escapa ni un ápice de la conversación.
Ha cumplido ya los ochenta y ocho pero su lucidez mental y la agilidad de su conversación jamás permitirían sospechar su avanzada edad. Pasa de un tema a otro con una rapidez envidiable, sin perder el hilo, y enumera cifras y cita enunciados con el rigor y la seguridad envidiable de quien está acostumbrado a hablar en público.
Desde sus inicios como sociólogo, en la década de los setenta, ha abogado por un papel menos descriptivo y más reflexivo para esta disciplina. Y eso es lo que viene practicando desde entonces en sus ensayos y en su tarea como catedrático emérito de Sociología en la Universidad de Varsovia, después de haber ejercido como docente en las universidades de Leeds y Tel Aviv y en la London School of Economics. Nació en Poznan, una ciudad polaca. Luego se refugió en la Unión Soviética, huyendo de la política antisemita por su condición de judío, y ahora reparte su tiempo entre Polonia y Londres, donde ejerce la docencia.
-Desde su experiencia personal, ¿cómo define hoy la noción de identidad?
-Es algo completamente líquido y muy poco tangible. Viví en mis carnes un hecho muy revelador, que pone de manifiesto el conflicto identitario que vivimos muchos hoy en día. Cuando me concedieron el doctorado Honoris Causa en la Universidad de Praga me preguntaron, unos días antes de celebrarse el acto, qué himno quería que sonara, ya que la tradición manda que se escuche el himno del país natal del homenajeado. Yo me quedé sin respuesta ante esta pregunta ya que perdí la nacionalidad polaca al irme a la Unión Soviética y en Reino Unido estoy como en mi casa, pero no soy un británico de verdad. Al llegar a casa a cenar se lo comenté a mi esposa, ya fallecida. Ésta, con el sentido práctico tan habitual en las mujeres, me contestó "pues que toquen el himno europeo". Y eso es lo que pedí. La identidad es algo muy líquido, como puede verse.
-¿Cómo ha encontrado Barcelona, en su paseo de esta mañana hasta llegar aquí?
- Pues la verdad es que me ha sorprendido gratamente percibir un ambiente optimista y esperanzador. Después del colapso del sector mobiliario y la brutal crisis financiera que atraviesa el país me alegra notar esta sensación de energía en las calles.
- Desde que acuñó su concepto de modernidad líquida, ¿cuántas cosas se han licuado?
-Vivimos con una permanente sensación de estar de alquiler porque nuestra vida se mueve muy rápido. Nos seguimos sorprendiendo ante los cambios porque suceden a un ritmo vertiginoso y nunca estamos preparados para ellos. Centrándonos en el caso de España, han vivido ustedes a un ritmo irreal pensando que todo iba a ser fácil y de crecimiento ilimitado, dónde las cosas serían cada vez mejores. En cambio ahora nuestra visión ha cambiado radicalmente, creemos que cada día va a ser peor que el anterior y que después de esto llegará el Apocalipsis. Durante treinta años hemos vivido en un mundo de ilusión. Hace justamente tres décadas empezamos a usar tarjetas de crédito y eso cambió la perspectiva de las cosas. Pasamos de vivir ahorrando a la civilización del malgasto y el consumo. ¿Qué es lo líquido? La velocidad del gasto en la que ha estado sumida nuestra sociedad durante estos treinta años. Desde entonces hemos vivido en un boom, basado en el hecho de que gastábamos mucho más de lo que ganábamos. Además pedíamos préstamos a expensas de nuestros nietos. Ellos son los que pagarán el coste de nuestro despilfarro. El hecho de que haya caído el crédito es revelador, es como si se hubiera descorrido el telón dejando ver la realidad que había detrás. Está claro que no podíamos seguir viviendo así, pidiendo créditos continuamente.
-¿Qué se podría haber hecho para evitar este cataclismo financiero?
-Dejamos que nuestra conciencia caminara sola hacia la catástrofe, porque no quisimos ver dónde nos estábamos metiendo. Los bancos nos han estado incitando, durante años, a gastar más y más. Nos daban tarjetas de crédito a todas horas, nos facilitaban el gasto de una manera desorbitada. Hace décadas, el sistema capitalista empezó a dar créditos indiscriminadamente para estimular el gasto. Los bancos daban tarjetas a quienes no las tenían para que gastaran, facilitaban el acceso a préstamos y créditos, convirtiendo a esa gente en fuente de beneficios constantes para el banco. Y, cuando alguien no podía pagar su crédito, se le enviaba una carta invitándolo a contraer otro préstamo para poder pagar el primero. Es decir, hemos formado parte de una cadena de falsedades que sólo ha beneficiado al propio banco. La concesión de las hipotecas ha sido un engaño. Finalmente esta cadena de despropósitos ha caído por su propio peso.
Este filósofo y pensador, nacido en 1925, acaba de publicar en España Sobre la educación en un mundo líquido (Paidós), donde nos invita a reflexionar acerca de la difícil situación en que se encuentran los jóvenes en la actualidad, y también sobre el papel de la educación y los educadores en un mundo, el nuestro, lleno de inseguridades. Enfrentados al desconcierto propio de nuestra sociedad líquida, muchos jóvenes sienten la tentación de quedarse al margen, de no participar en la sociedad. Muchos se refugian en las relaciones virtuales, en el alcohol, las drogas o la violencia.
-¿Entiende el desencanto de la juventud de hoy?
- Por supuesto, es lógico que los jóvenes estén desencantados ante la situación política actual, han perdido confianza en nuestros políticos y no sienten ilusión ni viven con ideales. Los licenciados universitarios de hace tres o cuatro años ven que han trabajado duro para formarse y no encuentran un trabajo que les permita desarrollar una profesión. Antes, los jóvenes veían que la situación de sus padres era el punto de partida del que ellos arrancarían para progresar, porque iban a ir a mejor con toda seguridad. Ahora no ocurre eso, los jóvenes están preocupados por mantener la posición heredada de sus padres y dudan poder mejorarla, más bien todo lo contrario, ya que sospechan que irán a peor. Esto es desalentador para ellos. Es la primera vez que esto ocurre desde la Segunda Guerra Mundial. Los jóvenes han perdido la confianza en el sistema político heredado y con toda la razón, porque no creen que los gobiernos de los países puedan cumplir sus promesas porque están sometidos a distintas presiones, la de los electores que los han votado y la del FMI, del Banco Mundial y de la Bolsa, organismos que sólo se preocupan de rendimientos y resultados y no de ideales políticos.
-¿Han de encontrar otra manera de hacer política?
-Sí, no creo que hayan perdido interés en la política en general sino que están desengañados de esta política y de estos políticos. De ahí que surjan movimientos como "los indignados". Está bien que aparezcan este tipo de agitaciones, pero deberían articularse de otra manera más sólida. Han de encontrar una manera más eficaz de saber lo que necesitan y pedirlo. Quizás Mark Zuckerberg, el fundador de Facebook, sería un buen político ya que sabe cuáles son los mecanismos más eficaces para conectar con los jóvenes, y conoce muy bien sus intereses y motivaciones.
-¿Seguirán inmersos en el capitalismo a pesar de la crisis del sistema?
-Por supuesto, porque es un modelo ingenioso y flexible. Rosa Luxemburgo ya escribió en su momento que el capitalismo crecería a expensas de la transformación de las economías no capitalistas en economías capitalistas, porque esto era lo que iba a proporcionar beneficios. Era la época imperialista, tenía lugar la expansión territorial para conquistar tierras vírgenes y conseguir su productividad. Ahora no hace falta colonizar en persona, se consigue la conquista territorial enviando lejos, a esas tierras vírgenes, a unos agentes bancarios que colonicen e impongan su sistema. El sistema capitalista goza de buena salud. ¿Se ha fijado, por ejemplo, en el fenómeno de las botellas de agua? Hace quince años nadie llevaba permanentemente una botella en el bolso mientras que ahora todo el mundo lo hace. Incluso tiramos la que llevamos en la mano para pasar el control de seguridad del aeropuerto y, en cuanto subimos al avión, compramos otra. Y ¿qué me dice de la telefonía? Siete millones de personas compraron el IPhone 4 el pimer día que se puso a la venta y, cuando salió el IPhone 5, nueve millones de personas lo compraron también el primer día, lo que significa que probablemente la misma cantidad de personas tiraron el que tenían para comprar el nuevo. El capitalismo se basa en esto, en deshacernos de lo que tenemos, aunque funcione perfectamente, para demostrar a los que nos rodean que tenemos el último modelo. Así es que tenemos capitalismo para rato.